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Espacio de opinión de Canarias Ahora

Me encanta el olor a diésel por la mañana

Ana Tristán

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Madrid es como una colmena llenita de enjambres. Algunos van a bares, otros conducen y tocan la pita, unos duermen en pisos muy caros, otros en un trocito de cartón.

Andando por la calle imagino la vida que trae detrás el mantero, a ese otro cómo le cabe tanta gomina en el pelo, a qué huele la contaminación.

La estimulación ambiental del centro de la city en hora punta supera los niveles de lo que mi cerebro canario, a veces, puede soportar.

Me protejo del ruido de obras, de coches y gente que corre, fijando la vista en el suelo, me hago un gurruño en el alma, respiro despacio, me concentro en andar.

Yo creo que el alma debe estar en alguna cavidad del estómago y que la conciencia está en los ojos. Por eso cuando se me encoge el alma, se me aprieta la barriga. Por eso una debe aprender a ejercitar la mirada y anular la conciencia desde pequeña.

Una aprende que los turistas traen maletas, dinero y dejan propinas. Los pobres cargan mochilas, cartones y piden limosna.

A los turistas se les construyen hoteles, Starbucks y trenes turísticos.

A los pobres se los amontona en donde no se les vea.

La conciencia, que está en mi estómago, piensa por mis ojos.

Esta mañana, de tanto ver y tanta náusea (sartreana), me ha dado una epifanía. Salía yo del taller, donde tratan de salvar mi coche de muerte terminal, y me dirigía a la biblioteca del distrito del Retiro a intentar escribir. El día era agradable, de un septiembre suave que ya quiere ser otoño.

Al salir del metro, en mitad de la calle Dr. Esquerdo, me dio un leve mareo, un cortocircuito en la arteria de la productividad.

Me quedé parada en mitad de la calle. No te puedes parar, pensé, en este mundo no se puede una parar salvo en los semáforos, las colas y las cafeterías. Así que soplé, en un defectuoso intento de inhalar y exhalar para conectarme con el cosmos asfáltico, soplé y me dirigí al supermercado a comprar un Red Bull lo suficientemente tóxico como para arrancarme de mi sopor. Tengo que ser productiva, emprender y hacer cosas todo el rato.

Este tipo de bebidas psicopáticas me ayuda a aguantar la bajona anímica que a veces me agarra del pescuezo con los cambios de estación. De cualquier estación: menstrual, climática, económica o aeronáutica. Las estaciones y los cambios afectan sobremanera a mi cielo interno.

Mientras ingiero el tóxico brebaje, mi cuerpo y mis triglicéridos se revelan como el ring donde se baten cuerpo a cuerpo las mieles del capitalismo vs. mi salud física y mental.

- Estás bebiendo hipertensión arterial, enfermedad cardiovascular metida en un trozo de plástico que tardará más de cien años en descomponerse.

+ Soy un monstruo hasta las trancas de emulgentes. Un esbirro neoliberal híper glucémico.

Tengo, además de kilos de glutamato y taurina en lo alto, mi propia máquina rodante de contaminar y atascar ciudades. Un cochecito que me permite viajar autónomamente mundo adelante. (-Me encanta el olor a diésel por las mañanas-).

Mente contaminada in corpore contaminado.

La realidad se desdobla ante mis ojos. El jamacuco civilizatorio se va haciendo crónico.

Mientras camino la ciudad, van apareciendo por los rincones adolescentes saltarines y sonrientes que venden ayuda para construir escuelas, embalses, campos de refugiados y, en definitiva, un mundo mejor.

Por una cuota de diez euros al mes puedes ayudar a una aldea situada en la otra punta del planeta. Colabora por una buena causa sin necesidad de ver pobres. Sólo por diez euros. Ellos te necesitan.

Sus elaboradas palabras marketinianas no hacen sino avivar mi incomprensión y arrugarme el alma del estómago. Pienso en todo el aparato de Marketing, comunicación y recursos humanos que gestiona a los miles de Scouts de la Caridad Universal. Luego pienso en los millones de personas que al año mueren de hambre mientras me zampo un insalubre paquete de Doritos y esquivo a los captadores de las grandes cadenas de ONG europeas.

¿Cómo entender que un Estado que vende armas, tecnología y munición a Arabia Saudí haga luego una recolecta para “ayudar” a los yemeníes? Puede entenderse, una vez has entrenado a tu náusea y la tienes bajo control, puede entenderse todo.

Pienso en ello mientras ingiero mi brebaje de taurina, cafeína e inositol. ¿Cómo va a ser malo si en los anuncios lo toman deportistas de élite mientras corren, musculosos, montaña arriba?

Me los imagino escupiendo el energizante canceroso d­­espués de cada toma. Cuando se cierra el micro y termina la publi: ¡Pero que ascazo de bebida!

Y así con todo. Me los imagino después de grabar anuncios para las ONG´s: ¡Todos los pobres de nuevo a sus cartones! ¡Ha quedado una campaña genial!

Todo este asunto de las epifanías de los lunes en la cola del metro me recuerda al 15-M. Durante aquellas semanas, acampados en el limbo entre la realidad, la policía y la utopía, el mundo-mejor parecía ir levantándose desde una plaza.

Tres años después de la fantasía de mayo, la plana mayor del 15-M se mudó al Congreso y las plazas han vuelto a ser de los turistas, de los comercios y de las personas que pasan por ahí de camino al gimnasio.

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