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Tengo algo personal con Soria

Carlos Sosa / Carlos Sosa

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Conozco a José Manuel Soria desde 1995, y confieso que entonces me pareció un tipo interesante, con carisma, con capacidad para encantar a un electorado hastiado de políticos que no resolvían los problemas de la colectividad. LLegó aupado por un periódico local, Canarias7, cuyo presidente y editor, Juan Francisco García, decía de él que era un valor imparable. En un acto cultural en el que coincidimos en el Cicca, García llegó a decirme que Jerónimo Saavedra era personaje amortizado, que había que apostar por Soria. No le quise creer, pese a esa impresión inicial que me había causado el que acababa de convertirse en alcalde de Las Palmas de Gran Canaria por aquellas fechas.

Muy pronto comenzaron las trapisondas y a llegarnos a la redacción ecos de comportamientos verdaderamente anómalos, impropios de un político moderno que presumía de buen gestor, que quería colocar a la capital grancanaria en el mapa de los lugares bellos de los que sus vecinos se sienten orgullosos. Y tampoco me lo quise creer.

Sus colaboradores más cercanos salían espantados de sus comportamientos y de su forma de entender el ejercicio de la política, y muy especialmente sus relaciones con los representantes de la oposición. Dentro se su partido, el PP, todos cerraban filas en torno a un dirigente que les estaba proporcionando los éxitos electorales jamás soñados, lo que le sirvió para imponer un auténtico régimen de terror que se llevó por delante a unos cuantos históricos militantes de la derecha canaria.

Cuando empezamos a comprobar la veracidad de las noticias sobre escándalos que nos contaban y nos pusimos a investigar casos como el de la compra-venta de La Favorita, empezamos a confirmar los peores presagios: estábamos ante un político estafador que esconde bajo una fachada de puro plástico un modo de operar verdaderamente grosero. Descubrimos que Soria estaba podrido por dentro. Y lo empezamos a publicar.

Por el camino nos hemos dejado mucha piel. No es fácilmente llevadero para un pequeño grupo de inversores y otro igual de pequeño de periodistas sufrir cada día la persecución del poder en un estado democrático y de derecho. Que te llamen los anunciantes para comunicarte que tienen que retirar sus campañas publicitarias por miedo al bicho; que los hermanos Domínguez te convoquen en su despacho de Televisión Las Arenas para decirte que tienen que despedirte de un programa de debate en el que sólo ejercías de moderador; que algunos de tus propios accionistas te pidan que mires para otro lado... han ido conformando una trayectoria muy accidentada de este periódico, lo que seguramente nos ha hecho más fuertes.

Resultó durísimo contemplar inermes cómo el mismo personaje que ha acusado a otros de utilizar los aparatos del Estado, consiguiera que un jefe policial encausara en un procedimiento penal -en el que se obvió descaradamente su cercanía- al ex presidente de este periódico, al que colocó como gran muñidor de la operación eólica en una vergonzosa y obscena sesión de este Parlamento que él ha contribuido a ensuciar de modo irremediable.

Podría estar horas y horas describiendo los ingredientes de la persecución que hemos padecido por parte de este mal político, una persecución en la que ha mezclado a las familias de sus periodistas y editores críticos. Porque en su obsesión por acabar con nosotros, por decretar nuestra muerte cívica, ha sido capaz de las peores vilezas.

Y muchos decían que entre Soria y yo había algo personal, que un periodista no podía perder la objetividad como yo lo había hecho. Obviaban que no era el periodista la causa de la causa del mal causado y que el político lo que estaba haciendo era causar un mal extraordinario a toda la sociedad a la que teóricamente debía estar sirviendo.

He tenido que esperar ocho años para demostrar que no era una cuestión personal, que no sufro ninguna paranoia por culpa de este indeseable personaje. Ahora que ha incluido en su nómina de periodistas y editores perversos a Guillermo García-Alcalde, ahora que atribuye a La Provincia una cacería implacable contra su persona, ahora que no consigue que algunos jueces tiemblen ante su presencia, ahora que sólo le queda el reducto del periódico que le catapultó a la gloria efímera, ahora que empieza a desaparecer el miedo dentro de su partido, ahora que se confirma que es el peor gestor de lo público que ha tenido Canarias, sólo me queda esperar que los mecanismos de la democracia, en ocasiones menos eficientes de lo deseable, lo saquen de la política para siempre.

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