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Había más de dos posibilidades

José Francisco Fernández Belda / José Fco. Fernández Belda

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Y aunque unos y otros se empeñen en dividir a la opinión pública dos grupos, hay al menos tres. Dos de ellos están formados por aquellos que están claramente a favor y por los que rechazan la excarcelación. Supongo que en ambos conjuntos hay personas que han formado su opinión razonablemente, oyendo los argumentos a favor o en contra de cada postura. Tampoco cabe la menor duda de que hay quienes opinan, al menos en público, por adscripción ideológica o visceral a uno de los dos bandos principales en esta batalla: PP y PSOE. Son los que no opinan realmente, sólo repiten eslóganes o consignas que asumen como propios.Como enseña la sociología hay un tercer grupo, el que en las encuestas aparece como no sabe o no contesta y que es tal vez más numeroso de lo que muchos piensan y que probablemente decide los resultados de las elecciones. Este grupo asiste al debate entre atónito, desconcertado y molesto ante la poca claridad y ausencia casi total de explicaciones razonadas y entendibles sobre las graves decisiones que se adoptan ahora y que tendrán consecuencias en el próximo futuro. O lo que es aún peor, intentando justificarlas con arcanos que, según cuentan y ahora quieren desvelar, otros hicieron en su momento y en otras circunstancias bien distintas, tanto políticas como legislativas, judiciales y en ausencia de públicos chantajes, que tampoco se sabe si los hubo en el secreto de esos nunca abiertamente declarados encuentros, que no forzosamente negociaciones. Y el colmo de la estulticia sería que la justificación de la decisión de la puesta en libertad hoy de un asesino, al margen de triquismiques de leguleyos, la tenga que encontrar Zapatero en el Aznar de ayer. Otra vez más para poner en la calle a De Juana se aduce una dicotomía: crear un héroe (tal vez a imitar por otros presos, que espero y deseo no ocurra más pronto que tarde), o crear un mártir (al estilo del Che Guevara, salvador para unos, asesino para otros y guerrillero que mataba seres humanos en ambos casos). Y en apoyo de ambas tesis se aducía enfáticamente que si el etarra moría en la cárcel sería como aplicar la pena de muerte, olvidando que ya los jueces, el sentido común y la invocada humanidad habían dictaminado que se le debía de alimentar a la fuerza si no desistía de su más que dudosa huelga de hambre. Aquel ruego de Rodríguez Ibarra -“Presidente, no dejes que ese cabrón muera en la cárcel”-, ¿era acaso un comodín para apoyar cualquiera de las dos posturas que tomara el Ejecutivo, la de liberarlo o la de alimentarlo a la fuerza si seguía encarcelado como se merecía, según Ibarra? Pero, a mi entender, había otra tercera razón a tener en cuenta, que es básica para justificar la imposición de castigos, el actuar con firmeza ejemplarizante ante el conjunto de la sociedad y frente al chantaje del propio asesino amplificado por la banda terrorista y sus antenas políticas y mediáticas. Por cierto, nadie se preocupa en exigirles que pidan perdón por los asesinatos que ellos han perpetrado, personalmente o como cómplices necesarios, y sí parece preocuparles y mucho que el Papa se disculpe por el juicio a Galileo Galilei en 1633, cuando aún no habían nacido nuestros tatarabuelos. En todo caso es evidente que se ha cedido a un chantaje terrorista y quien paga un plazo de la extorsión deberá seguir pagando, como demuestra la historia del gangsterismo universal. El colmo del Pensamiento Alicia, (en el sentido de Gustavo Bueno), es afirmar que con esa excarcelación se evitarán muertes. Tal vez lo haga de momento, sólo depende de que se ceda en el siguiente punto de la hoja de ruta etarra, ¿tal vez poner en libertad a Henry Parot?A mi entender, en un estado de derecho y democrático no todo es negociable. Alcanzar la igualdad de oportunidades, derechos, obligaciones y libertades públicas de los ciudadanos, con acciones reales y no con simples y pomposas declaraciones, es tarea de los tres poderes del estado, aunque hoy se siga enterrando boca abajo a Montesquieu. ¿Se imaginan ustedes a Eliot Ness negociando las cuantías de los chantajes con Al Capone para que este dejara de matar y de extorsionar, o matara sólo un poquito y lejos de Chicago? ¿Se hubieran ahorrado bombas y vidas de las personas que no quisieron aceptar ese marco de paz en el “mar de injusticia universal” como puede leerse en el libro de John Kennedy Toole La conjura de los necios?. José Fco. Fernández Belda

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