Pasa Antonio Marrero por aparantar ser un hombre pacífico, una persona de orden. Pero no se fíen en absoluto: cuando se cabrea, además de disparársele la tensión, se le disparan los sentimientos despóticos y represores, por lo que es altamente recomendable no acercarse a él cuando lee este periódico o el boletín interno de Comisiones Obreras. Pero amparándose en ese aspecto angelical que tiene y en ese supuesto buen talante, el hombre trata de ser detallista. De ese modo, no es de extrañar que llegada la onomástica de las Teresas le dé por llamar a una que él tiene en su escapulario para felicitarla y hacerle la pelota. No pudo sospechar jamás que en su último intento de quedar bien con la esposa del que fuera su benefactor, se encontrara con un lacónico “gracias, Antonio” seguido de un tu-tu-tu-tu que evidenciaba que la dama había colgado con cajas destempladas. Tampoco a ella gustan las cosas que están pasando con los trabajadores de La Caja.