Está demostrando temple y echura política la presidenta del Cabildo de Gran Canaria en la recta final de su carrera política. O al menos de la presente etapa de su carrera política. Estas semanas se ha lanzado a criticar a su partido, el PP, por su posición ante la guerra y hasta se decantó a favor de una moción del PSC en la Corporación condenando esa invasión de Irak y reclamando el regreso inmediato de las tropas españolas enviadas a la guerra por el presidente Aznar. Pero la moción socialista incluía también que las banderas del Cabildo lucieran a media asta durante el conflicto en señal de duelo por las víctimas de esta guerra, y así se hizo. Pero de repente, este viernes, llegó a la Casa Palacio un requerimiento, orden o recomendación (no lo sabemos muy bien) mediante el cuál se instaba a colocar al menos la bandera española en lo alto de su mástil. Algún funcionario obediente ejecutó la orden, hasta que la mismísima presidenta ordenó que las cosas volvieran a su sitio, es decir, a la decisión democrática de los representantes de los grancanarios. Se despide con la cabeza alta, la doña.