Puede ser que José Manuel Soria no leyera la prensa aquel verano de 2003, ni escuchara la radio, ni viera la televisión; puede ser que ninguno de sus más estrechos colaboradores le comentara jamás una sola palabra respecto del escándalo de Isolux; puede ser que ninguna de las empresas que resultaron perjudicadas por aquella abitrariedad se dirigiera a él como presidente del PP para pedirle que arreglara el entuerto. También puede ser -como sostuvo él en el juicio del pasado miércoles- que jamás se interesara por la marcha del expediente administrativo que acabó con la adjudicación a favor de Isolux. Sólo confluyendo todas estas circunstancias es creíble que, situados en aquella famosa cena de Monte León, el hoy vicepresidente del Gobierno de Canarias hablara de otro concurso, de otros franceses, de otras medidas judiciales, de otras amenazas...