Pongamos que un día en que me siento especialmente reflexiva, decido hacerme la siguiente pregunta: ¿Considero que vivimos en una sociedad solidaria?
A primera vista, la respuesta que podemos dar cada uno de nosotros, a esta pregunta, se basará seguramente en nuestras experiencias personales.
Mi reflexión entonces se prolongaría a cuestionarme la validez de la respuesta ofrecida. Uno de los problemas que detecto es el de su coherencia y estabilidad temporal, dada la inmensa variabilidad de factores que influirían en ella.
Como factores que pueden guiar una respuesta, comenzaría nombrando nuestra personalidad, que a su vez está conformada por múltiples rasgos. La opinión de una persona extrovertida y sociable será diferente de la que ofrezca un introvertido o alguien con tendencia a ser asocial. En ese primer análisis, por muy superficial que lo quiera hacer, necesitaría tener en cuenta también el estado de ánimo en el que se encuentre la persona que contesta.
Posteriormente, si profundizamos en el sujeto preguntado, tendríamos que poder valorar las experiencias vitales que le han marcado y la capacidad que ha mostrado para superar los problemas que haya podido sufrir.
¡Ufff! Creo que si para la respuesta a una sola pregunta, ya de manera superficial, debo tener en cuenta tantas variables, creo que voy a terminar por no confiar en los resultados de ninguna encuesta pseudo – seria, sea elaborada por el Centro de Investigaciones Sociológicas o por cualquier centro de estudios sociológicos privado. No soy tan inculta como para ignorar que existen medidas que minimizan los efectos distorsionadores de las variables que afectan al resultado de esas encuestas, y que los sociólogos, por supuesto dominan a la perfección.
¡Fíjense si las controlan que cuando los resultados no interesan a unos, los otros hablan de las cocinas de esos centros!, refiriéndose a la manipulación que se pueden realizar de los datos obtenidos.
Pero, volviendo a un nivel más cercano, me pregunto una y otra vez, hasta qué punto me puedo tomar en serio las respuestas que escucho, cuando planteo una pregunta a alguien cercano. Una vez escribí “que pensar dolía”. En el día de hoy afirmo que, además de producir dolor, pensar me lleva a dudar, incluso de mí misma.
Aceptando la relativa validez de las respuestas, quiero volver al tema de mi pregunta. ¿Somos solidarios o no?
Hace unas semanas se dieron unas circunstancias en mi vida que me hicieron sentir que la tendencia de la sociedad era ser insolidaria. Dos días más tarde, ante el apoyo recibido por parte de una persona cercana, ante la misma pregunta, mi opinión era diametralmente diferente. Reduje mi opinión a que ciertas personas son insolidarias y que existen otras que siempre están dispuestas a ofrecer apoyo emocional, económico o del que haga falta.
Y, de pronto, me vuelve a dar por reflexionar y hacerme preguntas: ¿qué hace que alguien sea insolidario, si cooperar no le supone ningún perjuicio?
Es posible que una emoción compleja como la envidia, sea la que guíe las acciones insolidarias e inhiba las que serían generosas, de alguien que arrastre un complejo de inferioridad. En las personas envidiosas se combina el deseo con la insatisfacción personal, lo cual suele ser indicativo que soportan una necesidad interna no reconocida o una herida emocional no resuelta.
¿Y si no fuera la envidia lo que llevara a las personas a ser insolidarias?
Me inclino a pensar que pudiera ser también el egocentrismo, actitud que parece caracterizar nuestra sociedad desde hace varias décadas, la que propicie la insolidaridad. Parece que educamos a los individuos a centrarse en sus propias necesidades, deseos y puntos de vista, sin ser capaces de ampliar su campo de visión. A mayor egocentrismo, menor capacidad de ser receptivo o empático y, por lo tanto, menor solidaridad.
Por terminar mi análisis, el cual estoy comenzando a complicar, creo que existe otra conducta característica de las personas insolidarias: el sabotaje silencioso. Esa actitud sería propia de las personas que muestran conductas pasivo-agresivas y que muchas veces descolocan a los sujetos con quien se relacionan. Utilizo el verbo descolocar, dándole el significado de la respuesta conductual que mostramos, cuando la conducta de alguien nos dificulta poderla clasificar en el grupo de “los buenos” o de “los malos”.
Los saboteadores silenciosos aparentan no hacer mal, pero no colaboran, no instalan barricadas en nuestro camino, pero no nos facilitan la salida, parecen un elemento neutro, pero fastidian. Son los artistas de la insolidaridad.
Fijaos dónde me llevó preguntarme si la sociedad es solidaria o no. Voy a concluir en que no responderé nunca a este tipo de preguntas de manera generalizada, sino únicamente desde un punto de vista puramente individual.
¡Suerte con quien se crucen!