Corriendo siempre de aquí para allá. Montados en un tiovivo de ahora no puedo, estoy liado, un día de estos, perdón, pero vamos a cerrar, ya me ocuparé etc. etc. Creo que se jubiló el sentido común, y eso que en las islas llamadas menores, siempre digo islas menores palabras mayores, el tiempo es más largo, todavía hacemos pausas y aquí la eternidad dura más que en otros lugares y estiramos el tiempo como un chicle, no como otros lugares más al norte donde lo estiran como una telaraña y quedan atrapados en él, en el tiempo, digo. Y es que la eternidad está bien, pero para un ratito ya que si fuéramos eternos y hay quien dice que lo somos, no sabríamos qué hacer con tanto tiempo. El conocido como síndrome del tiempo libre es el que hace que quien viva en Santa Cruz de Tenerife antes de ir de vacaciones a El Hierro, pongamos por caso, debería pasar unos días en La Palma pues si va directamente a la isla del meridiano experimentará una reducción de la velocidad que le puede llevar al síncope, he conocido casos. Pasar de la velocidad y las prisas congénitas de las islas mayores a la pausa genética de las islas menores necesita la descompresión del submarinista o un curso de yoga acelerado, je, je. Una comida rápida no es un perrito más o menos caliente sino una comida en que cuando aún no has dado el último bocado el camarero ya se está llevando el plato. Sin eternidad, sin pausa, el tiempo se comprime y nos acaba aplastando. Ayuda dar de vez en cuando la vuelta a la isla con paraditas aleatorias para echar un cortado y así recuperar el sentido del tiempo volviendo al principio del poema, al lugar del comienzo, donde aún rompen las olas de la eternidad. Vaya, vaya, esta pausa me ha puesto poético, ya lo decía yo.