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El ‘soft-bullyng’ o el acoso social blando

Jonathan Felipe

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Sócrates decía que “la juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea cuando debería hablar... ”. Esta frase no sería sorprendente leerla, si no tuviéramos en cuenta que se pronunció hace ¡2.500 años!

Y es que está en la propia condición humana poner todas las expectativas en nuestros jóvenes, porque contundentemente, significan la esperanza del futuro. Por tanto, el fracaso de la juventud supone para las sociedades un sentimiento de frustración como educadores de la garantía del porvenir.

Sin embargo, a veces caemos en la tentación humana de tratar a los demás como máquinas con su mecanismo de apagado y encendido, que traen incorporadas la aplicación para solucionar tareas. Y no contamos que en la evolución del ser humano va intrínseco la adaptación social, y que es la juventud, precisamente, la que tiene la más difícil tarea: liderar los cambios sociales, al mismo tiempo que aprende a conocer la sociedad y se conoce a sí mismo.

La escalera de la Pirámide de Maslow se ha ido haciendo más grande y a veces apunta a un infinito frustrante e inalcanzable por su difícil evaluación. Me gustaría explicar esta reflexión. Los padres de hoy en día nos preocupamos, porque entendemos que las acciones y reacciones de nuestros hijos difieren de las nuestras, y nos vemos incapaces de encauzar situaciones que antes se arreglaban, o así parecía, con un arresto o una buena charla en familia- puro conductismo-.

Hace 2.500 años lo que les preocupaba a los padres es que los hijos tuvieran la suficiente capacidad atlética para cazar y ayudar a mantener a la familia, y lo que le preocupaba a los hijos era un cambio hacia una sociedad menos estresante donde se pudieran aprovechar los recursos agrícolas, y hoy en día lo que le preocupa a los padres es la formación de sus hijos en un mundo cada vez más competitivo y lo que le preocupa a los hijos es lo mismo, pero si tiene repercusión en Facebook, Instagram o cualquier red social. Y es que esa también será parte de su plataforma de imagen en un mundo de marketing.

Los jóvenes se están adaptando a una sociedad que tienen la responsabilidad de cambiar, pero de la que no son responsables de heredar. Y yo diría que la herencia que reciben les deja alguna deuda. A las frustraciones que tenemos todos mientras aprendemos, los miedos que padecemos y las malas vivencias que arrastramos, a cada fracaso se le une el hecho de no poder aparecer en la sociedad virtual como un triunfador, habiendo conseguido el escalón del reconocimiento en forma de likes. Una presión más que soportan nuestros jóvenes de hoy, mientras le pedimos que lideren un cambio de época necesario con desafíos como el cambio climático, la globalización, o la era tecnológica y de seguridad más desconocida hasta hoy. Están también padeciendo una especie de soft bullyng o acoso social blando, que es aquel que generan las redes desde que nos levantamos y al que tenemos que claudicar para seguir siendo partícipes y artífices sociales del cambio.

La sociedad necesita cohesión y respeto mutuo para afrontar una nueva época, con un indeclinable sentimiento de compasión ante el dolor y el sufrimiento humano, una de las pasiones de Bertrand Russell.

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