El arte del perdón transformacional

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¿Cuántas veces hemos guardado rencor contra personas cuyas acciones nos han lastimado de una manera tan dolorosa que sentimos ese fuego en nuestro pecho quemando tan intensamente cada parte de nuestro cuerpo? ¿Y alguno de estos resentimientos ha dado un buen resultado a nuestra salud y bienestar mental?

Vamos por la vida esperando que todos estén a la altura de lo que consideramos estar alineado con nuestros valores. Y cuando alguien no los cumple o va por otro camino, cuando sus acciones llegan al punto de causarnos dolor, nosotros, los seres humanos, tendemos a entrar en una burbuja caótica de pensamientos negativos, deseando a esta persona lo peor jamás imaginado del mundo entero. Y sólo uno se sana de estos cuando quieres el bien para ellos.

Los sentimientos son lo que en última instancia nos hace humanos, pero debemos tener cuidado al elegirlos y ser bastante selectivos al escoger aquellos que nos hacen sentir vivos y tratar de prevenir los que se apoderan de nuestras almas, hiriéndolas lentamente, y apagando la energía que nos ayuda a avanzar con el paso de los días.

¿Qué pasa con esa situación en la que alguien a quien apreciamos mucho y daríamos lo que fuese necesario para verlo o verla feliz y lleno de entusiasmo para seguir adelante, de repente nos decepciona al hacer algo que nos sorprende y nos deja temblando? Con un torrente de lágrimas corriendo por nuestras mejillas, nuestras cabezas, una tempestad, y nuestra voz con palabras vacías, sin aliento y cubriendo nuestros pechos con nuestras manos frías, tratando de calmar los crecientes latidos ardientes de nuestro corazón. Es esta experiencia la que nos hace más fuertes si sabemos cómo conducirla o nos lleva a un agujero negro, donde viviremos continuamente atrapados con las emociones que esta persona nos hizo sentir. Aquí tenemos que preguntarnos, ¿queremos la emoción o aspiramos al progreso? 

Y para dar paso a este progreso, la única y más viable solución es el perdón, lo que traerá tranquilidad a cada uno de nosotros, permitiéndonos deshacernos de eso que está evitando que nuestro espíritu guerrero siga prosperando en este viaje llamado vida. Y no es fácil, lo sé, querido lector, pero si lo intentamos, es probable que descubramos nuevamente esa valentía oculta que los momentos de tempestad como tales nos arrebataron.

Perdonar a esa persona que nos lastimó no significa que debamos darle la bienvenida a nuestras vidas, en absoluto. Simplemente los perdonamos porque queremos recuperar la tranquilidad en nuestras vidas y no dejar que ese dolor nos consuma más. Merecemos algo mejor que sufrir por los comportamientos pasados de otra persona.

Hasta donde yo sé, existen 4 tipos de perdón y en este artículo quiero enfatizar uno de ellos, que es bien conocido como “perdón transformacional” aquel que consiste en perdonar a una persona sin querer reconstruir una relación con ella. Los perdonamos para mostrarle a nuestro corazón que tenemos derecho a ese amor propio que nos hace crecer mentalmente más fuertes, siendo este el principal objetivo de todo ser humano.

También existen el perdón cero, condicional e incondicional, que aquí os presentaré brevemente, cada uno bastante diferente del otro y que solemos usar incluso sin tener un nombre para ellos.

El perdón cero se trata de no perdonar a alguien jamás, guardarle rencor y con malas intenciones, que pueden volvernos locos por todo el odio que llevamos dentro hacia esta persona. No es recomendable, pues estos sentimientos se pueden convertir en una espiral de hiervas venenosas que no nos dejarán saborear el dulzor de los besos de la luna en la noche, de tocar el sol con unos ojos llenos de luz y esperanza.

Otro tipo de perdón que va un paso más allá respecto al anterior es el llamado perdón condicional que consiste en perdonar a alguien solo si se disculpa él o ella primero. Lo que pasa con este es que podríamos pasar toda la vida esperando este evento y, mientras no ocurra, nos sería imposible eliminar estos sentimientos aporreantes que no nos dejarán dormir disfrutando de la caricia de la almohada bajo nuestras mentes caóticas.

Y el último es el perdón incondicional, que los padres suelen tener para sus hijos, es decir, no importa lo que hagan, ellos siempre estarán a su lado, mostrándoles amor y dándoles un ligero toque en la espalda si hacen algo mal, pero confiando en que lo harán mejor la próxima vez. Porque, ¿quién dijo que alguien debe ser perfecto todo el tiempo? Cometemos errores y estos pueden dañar a los demás, pero cuando realmente amas a alguien y ves que está dispuesto a esforzarse más para no repetirlos, siempre surgirán segundas oportunidades.

“La gente débil se venga, la gente fuerte perdona”, dijo Albert Einstein, porque no hay nada mejor que reconocer profundamente que uno merece preservar su salud mental como el arma más importante para luchar contra lo que se le presente en este laberinto, donde podremos tropezar una y otra vez contra la misma pared o abrir los ojos y ver que hay mil y una maneras o pasadizos para encontrar una salida hacia la paz interior.

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