Fuerteventura y las tierras raras
NOTA: El asunto de las “tierras raras”, las vitaminas de la industria como le gusta llamarlas al profesor Jorge Méndez de la Universidad de La Laguna, se está convirtiendo en una historia más propia de un culebrón televisivo que de un proyecto de investigación en un país moderno, capacitado para afrontar sus retos de futuro con criterios serios y datos fundamentados.
Como si de un cerebro bipolar se tratara, el Parlamento y Gobierno canario legisla e incentiva el apoyo a la investigación de los recursos naturales del medio insular por un lado; y por otro, el Cabildo, los ayuntamientos, y una parte de la sociedad majorera se moviliza para impedir que esa investigación se culmine, temerosa por las consecuencias ambientales que pudiera acarrear.
De nuevo tenemos servida la ceremonia de la confusión, entre técnicos que hacen de políticos, políticos que saben más que los técnicos y ciudadanos bienintencionados que, manipulados y legos en la materia, se invisten u opinan como técnicos.
El resultado es que, una vez más, reina el desconcierto entre la mayoría de la población, ignorante de la magnitud del impacto que acarrean las investigaciones, que no explotaciones, ni conoce el grado de afección a la red de espacios naturales.
Tampoco tenemos claro si se pretenden sólo muestras testimoniales para análisis de laboratorio o se trata de prospecciones de mayor envergadura que exigen el uso de maquinaria pesada y apertura de nuevas vías de acceso a los sitios de sondeo.
En otras palabras, estamos armando una escandalera populista vendiendo la piel del oso antes de saber siquiera hay osos, ni en el supuesto que los hubiera, cuáles serían las consecuencias de cazarlos. De locos.
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