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Movilización ciudadana: ahora más que nunca

25 de abril de 2025 19:50 h

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Hoy me caí de la patineta a 5 por hora subiendo la Cuesta de Mata. Subía a esa velocidad porque estaba muy cansada y además me dolían los ovarios, como se suele decir a pesar de que lo que duele realmente es el útero, así que estaba de vaga subiendo al máximo que mi patineta de 300€ sin modificar me permitía. No, no me hice daño, ni siquiera me raspé una rodilla; es más como que salté a cámara lenta y con muy poca gracia al suelo sin la coordinación suficiente como para quitar la velocidad de crucero así que la patineta intentó arrastrarme con ella hacia el carril del sentido contrario… Solo sobresalió un segundo la rueda delantera pero el susto que me llevé, no te lo imaginas. 

Pues la cosa es que no es por eso por lo que escribo estas palabras, apenas puede llamarse un verdadero accidente, pero me hizo darme cuenta de cosas, como pasa a veces cuando tu cerebro va un poco demasiado rápido y no para de analizar todo un poco demasiado. 

Iba por detrás no demasiado lejos de un chico que podría tener alrededor de 30 años con auriculares grandes puestos, cuando de repente sentí una de esas punzadas que dan con la regla, ¿sabes? ¿esas que de repente parece que tengas un psicópata cabreado dentro del útero intentando salir a cuchilladas? Si no sabes de lo que hablo, pregúntale a amigas o familiares; no todas lo han sufrido/sufrirán, pero muchas sabrán decirte.

Así que, como decía al principio, acabo en el suelo a cámara lenta, más de encogerme de dolor que otra cosa, a la vez que no pude evitar soltar una exclamación de dolor. El mencionado chico lo escuchó, porque se quitó los cascos de una oreja y, sin parar de caminar me mira, sonríe burlonamente y me suelta: “¿Se te fue, eh?”, haciendo con las manos como si condujese una patineta que se te va de las manos. Echa una risita, se vuelve a colocar los cascos y sigue caminando sin mirar atrás.

Sencillamente, me quedé flipando ante la indiferencia de esa persona que, escuchando un grito de dolor detrás, miró y decidió hacer una broma sin pararse siquiera a ver si alguien se había hecho daño. Que en ese momento tampoco había podido procesar yo nada de esto: me encontraba doblada sobre mí misma gimiendo de dolor.

Él siguió caminando como si nada. Yo me mantuve así hasta que 30 o 40 segundos más tarde me pude incorporar y subir medio a rastras con la patineta hasta mi casa.

Y en esa subida, según me iba volviendo la capacidad para pensar con claridad, fue cuando me puse a analizar el tema...

Que no soy yo tampoco ninguna santa, pero no puedo evitar pararme si veo a alguien en ese estado. 

Y es que no es parte de la cultura canaria en la que yo me crié (que no fue hace tantísimo, soy de 1992) este individualismo en el que veo ahora mismo en las islas. Cuando me fui a estudiar (y terminar viviendo 12 años) a Madrid, uno de mis primeros choques culturales, aparte del clima, fue por supuesto el paso rápido de todo el mundo, pero también la aparente desconexión y homogeneización de la gente; algo difícil de poner en palabras, el “ambiente” quizás. 

Cada interacción con cualquier desconocido se sentía forzada; al final dejé de saludar al entrar en tiendas pequeñas y/o vacías porque me miraban mal tanto los otros compradores como muchas veces los empleados. No saltaba la típica conversación en la parada de la guagua comentando el tiempo o algún evento reciente. 

Y a pesar de volver siempre al menos en carnavales y verano a la isla, igualmente me chocó al volver a vivir a Canarias en 2022 y encontrarme con lo mucho que ha cambiado ese ambiente en este tiempo. 

Creo que hemos abandonado el orgullo, el sentir propio y la lucha típicos de la historia del pueblo canario para acercarnos más y más cada año a la uniformidad e individualismo extremos que exporta Estados Unidos a todo el mundo; cadenas de restauración, multinacionales y cada uno mirando solo por lo suyo, tan ocupados y distraídos por la pantalla del móvil que no tenemos tiempo ni para enterarnos de lo que pasa en nuestra propia comunidad; a nuestro alrededor.

Desaparecen nuestros barrios dando paso a los turistas que invaden nuestras calles y carreteras como nunca antes, colapsando el medio natural y llevándose los escasos recursos de nuestro territorio para disfrute ajeno, mientras nos mantenemos como una de las regiones más pobres y precarizadas del país. 

No podemos seguir esperando que una minoría activista proteste y luche por nuestros derechos y esté detrás de los gobiernos en nuestro nombre para proteger el medio natural y los derechos que son de todos. Tampoco podemos dejarnos llevar por el derrotismo y pensar que no hay nada que hacer.

Necesitamos demostrar a aquellos que buscan expoliar nuestra riqueza para beneficio particular que ser canarios nos une a todos en la protección de nuestras islas, para asegurarnos que las generaciones que vienen pueden disfrutarlas como hemos hecho nosotros. Para que puedan trabajar y respirar y vivir en este maravilloso archipiélago. 

Muchos al leer ésto puede que piensen algo como “menuda idealista”; todo lo contrario, soy muy realista, y también sé historia; la suficiente para saber que la ciudadanía unida y en las calles puede cambiar las cosas y mucho.

Elige tu causa, busca una organización y escríbeles por redes a ver qué puedes hacer para ayudar. Muchas veces mantenerte informado y acudir a eventos de vez en cuando es lo único que podrás hacer porque tienes un trabajo y una vida, pero no permitas que eso te haga olvidar que aunque tú elijas ignorar “la política”, ésta afecta a toda tu vida lo quieras o no.

Si nos organizamos podemos hacer que cambien las cosas de verdad. Cada uno por su cuenta y nos hundiremos todos.