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Luz verde

No es un domingo cualquiera. Es un domingo distinto. No he cumplido ni con una sola de mis rutinas dominicales. Y eso que salí a comprar el periódico hace ya un buen rato.

Sé lo que me pasa pero reconocerlo me da más pavor que contarlo. Y no es vergüenza. Es una sensación tan nueva que, precisamente por lo inédita, me tiene descolocado. 

Camino cabizbajo, apenas siento la presión de la suela de mis zapatos sobre el asfalto y todos los semáforos están en ámbar… todo el tiempo en ámbar. 

Salvo uno en el que estoy detenido que permanece en rojo. En él llevo parado el tiempo suficiente como para sentir que ni yo mismo soy quien soy. Ni quién está aquí.  

Verse a uno mismo en tercera persona es algo muy distinto a un tiempo verbal. Es tan raro de explicar que sólo la contemplación misma de ese fenómeno extracorpóreo me despierta picores nunca antes sentidos. 

En ese semáforo en rojo donde estoy parado también hay una ambulancia y una señora que grita. Lo hace desde el interior del único coche que hay en la escena. También rojo y cuyo morro está destrozado. 

Justo en el momento que el semáforo por fin se pone verde noto que el pitido continuo alojado en mi cabeza empieza a ser intermitente. 

¡Hay pulso!, escucho gritar a alguien. 

Ese es justo el momento en el que me doy cuenta de que vuelve a ser domingo y de que, esta vez, no llegaré a tiempo de comprar el periódico. 

Pero mañana seré noticia.