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Espacio de opinión de Tenerife Ahora

Ministra Soledad

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Indra Kishinchand López

Que en Reino Unido haya algo así como una Ministra de Soledad puede resultar incluso poético. Porque los versos son todo lo que se construye en silencio, en un cuarto vacío, en una página en blanco, en una mente distraída por el tiempo.

Que alguien haya decidido que es necesario instaurar un cargo que se dedique a gestionar el mayor miedo de otros solo puede significar dos cosas; y yo me inclino por pensar que la causa es que ya las personas ni estamos solas ni sabemos estarlo.

Si existiese un espacio dedicado a la auténtica reflexión sin el ruido del mundo, nadie se sentiría demasiado vacío ni demasiado aislado. Aprender a disfrutar de ese tiempo también significaría saber apreciar el que se pasa con otros. Y entonces no habría Ministra, ni de ese, ni puede que de cualquier otro asunto.

Es este, como siempre, el escenario que pienso todos los días a las tres después de comer. Cuando quiero soñar pero veo que la humanidad pasea para volver a su labores y me doy cuenta de que yo también debería. Entonces disimulo y hago como que estoy despierta y me imagino qué estará haciendo, no la humanidad, sino la mirada que tengo enfrente. Y así lunes tras lunes mis ojos atraviesan un cristal que nadie ha limpiado nunca y que no me deja imaginar, del todo, ni quién soy ni quién hay.

Si yo fuera la Ministra de Soledad me pasaría el día escribiendo cartas para mitigar la fatiga de la ignorancia. Relataría todas mis dudas para suavizar las suyas y nadie podría decir que no lo intenté. Les contaría la incertidumbre que causan algunas semanas, el miedo a no volver a sentir lo mismo, la culpabilidad por creer que todo se acaba cuando nunca empezó, el desconcierto de no saber si algún día sucederá lo que imaginaste: un paseo por la costa francesa, doce horas en coche, un hostal en París y otro en Roma, unas latas de cerveza en Manarola y un viaje de vuelta con parada en cada pueblo con la excusa de que, esta vez sí, habíamos encontrado la foto perfecta. Ambos sabríamos de la inexistencia de tal instantánea, pero disimularíamos con nuestras cámaras a cuestas. Porque ninguno querría decir que lo que sí existe somos nosotros, y que regresar implicaría enfrentarse, una y otra vez, al compromiso con la rutina.

Después de escribirlo me he dado cuenta que posiblemente no ayudaría a nadie con esas cartas, sino que simplemente les ahogaría un poco más en la desesperación de lo que no tuvieron, o de lo que quisieron tener. Tal vez ser Ministra no sea la profesión que más me corresponda y deba quedarme en lo que siempre fui: experta en alquiler de incertidumbres.

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