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Historias posibles: La red

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(A Pilar Rey)

Ramón Díaz ya sobrepasaba los sesenta años, pero mantenía una constitución física envidiable para su edad. Manifestaba que donde se sentía a gusto era en el trabajo. Durante la mañana, ejercía de capataz en una empresa de construcción y, por la tarde y los fines de semana, atendía su propia finca de plátanos, que, poco a poco, había ido expandiendo al reinvertir sus ganancias.

Cuando algún amigo le preguntaba por qué no buscaba compañía en alguna mujer, él respondía que el trabajo no le dejaba tiempo para mariposear.

Su hermana, quince años más joven que él, sin embargo, estaba muy contenta de que siguiera soltero, y soñaba despierta con que su hija ?en la que se instaló de inquilino la indolencia? tuviera en la herencia de su tío su futuro resuelto.

Ramón Díaz estaba plenamente convencido de que la vida sin trabajo carecía de sentido, y no comprendía cómo resultándole a él tan escasas las horas del día para su labor, otros no encontraran ocupación con todo lo que estaba por hacer.

?Estar en paro es un modo ocioso de vivir subvencionado y no el resultado de unas circunstancias, porque éstas se pueden cambiar si se tiene la firme convicción de hacerlo ?solía argumentar, cuando alguien le decía que no trabajara tanto y que dejara algo para los demás.

Yuruba y Yamila se despiden en la sala de llegadas del Aeropuerto de Mazo. A partir de ese momento, y mientras permanezcan en la Isla, sólo se comunicarán por vía telemática. Durante el viaje en el avión de la compañía Iberia, que las trasladó de Madrid a la Isla, volvieron a repasar el plan, más por regocijo que por dudas en su éxito.

Se suben a sendos taxis. Yuruba se dirige al oeste de la Isla y Yamila al norte. Ninguna tiene la menor intención de contactar con la persona que les facilitó, por medio de una red social de Internet, el perfil de su segura presa.

Yuruba, colombiana caribeña, maneja la persuasión a las mil maravillas y Yamila, cubana, de unos cuarenta años, que mantiene intacto su atractivo, es una actriz de la seducción.

Enfundada en unos pantalones vaqueros ajustados, que acentuaban sus curvas, Yamila se hizo la encontradiza con Ramón Díaz, un viernes por la tarde, en el camino que conducía desde la finca de éste a su casa. Con voz melosa, mirada envolvente y sin dejar de sonreír, se presentó y dijo que llevaba tiempo sin hablar con nadie y que él se le antojaba una persona fiable con la que poder platicar un rato.

Ramón Díaz, descolocado y al mismo tiempo maravillado de la belleza de la mujer, acertó a decir, sin dejar de sonrojarse, que podría invitarla a un café en su casa, que estaba allí al lado, lo que ella aceptó de buen grado.

Irene, la hermana de Ramón, le dice a la vidente que ha hecho todo lo que le ha venido indicando y, sin embargo, no parece que surta ningún efecto en su hermano, que cada día se distancia más de la familia y sólo actúa en la dirección que marca la cubana.

?Confía en mí. Pronto lograremos que surjan desavenencias entre ellos, que terminarán por romper la relación. Pero tienes que seguir vertiendo los polvos argénteos en la finca de tu hermano desde el Topo de la Cruz.

Irene no dice nada, y una vez más pone su esperanza en la vidente, pero no va a poder seguir gastando tanto dinero sin que su hermano se dé cuenta. La vidente no cobra, sólo acepta la voluntad del cliente, pero los polvos, cuyo origen dice no poder desvelar, son muy caros y ella se limita a cobrar lo que tiene que pagar por ellos: quinientos euros la dosis.

El día que Ramón le comunicó a su hermana que había conocido a una mujer muy agradable, y que entre ellos había surgido la amistad, Irene presintió que se tambaleaba el proyecto que poco a poco había soñado para su hija.

Ramón, que prodigaba muy poco sus salidas de ocio, comenzó a dejarse ver por lugares antes no frecuentados, y, ufano, se pavoneaba como deseando mostrar sus dotes de conquistador.

Yamila, zalamera, le decía bajito al oído que él la enloquecía con sus artes amatorias. Y que ella deseaba cada día estar más bella para que él pudiera aprovechar el tiempo perdido.

?La riqueza vale de poco si no se invierte en disfrutar de la vida ?le insinuaba. Y añadía?: yo soy tu propiedad de mayor valor, mi belleza es un placer para tus sentidos.

Ramón Díaz comenzó dándole grandes cantidades de dinero a Yamila para que comprara ropa y joyas. También adquiría ella buenos alimentos con los que elaboraba sabrosos platos, guiada por recetas caseras, en la certeza de que estaría más en consonancia con el gusto de quien estaba poco acostumbrado a visitar restaurantes.

Ramón, pletórico de satisfacción, aumentaba cada día su confianza en Yamila, hasta tal punto que terminó por incluirla en su cuenta bancaria. Cada gesto de confianza de Ramón terminaba recompensado por una avalancha de pasión.

Irene le dice a Ramón que tenga cuidado, que esa mujer lo puede arruinar, que ese tren de vida que llevan no es soportable ?le preocupa especialmente el porvenir de su hija.

?No te tolero que me digas lo que tengo que hacer con mi vida. Ahora, que encuentro una mujer que me quiere y me hace feliz, vienes tú a sembrar dudas. Si esa va a ser tu actitud, prefiero que no vengas por mi casa.

Un anuncio en la prensa comunicaba de la llegada a la Isla de la prestigiosa vidente colombiana Yuruba. La escueta nota anunciaba que los problemas económicos, amorosos, laborales y familiares encontrarían pronta solución consultando a la vidente en la dirección indicada.

Cuando Irene fue invitada a entrar en el despacho, recibió un lacónico saludo seguido de la pregunta de qué tipo de problema le había llevado hasta allí.

?De tipo amoroso y? ?dudó Irene.

?Económico ?concluyó la vidente. Y añadió?: motivados por la actitud de su hermano.

Irene no salía de su asombro. ¿Cómo aquella mujer, recién llegada a la Isla, sabía de sus preocupaciones? Luego, recapacitó y concluyó que era una auténtica vidente, lo que le dio esperanza de poder hallar en ella la solución que buscaba.

Cerrando los ojos, y apoyando la mano derecha en la cabeza de Irene, la vidente comenzó diciéndole que primero deseaba leer directamente de su mente, antes de que ella pudiera exponerle la situación.

?Está usted casada y tiene una hija, que al parecer no está nada interesada en formarse, en fin, que aborrece los estudios, y tampoco es muy dada al trabajo. También tiene un hermano, bastante mayor que usted, muy trabajador y con una economía bien saneada, soltero; aunque recientemente se ha liado con una mujer muy bella. ¡Huy, huy! Una mujer muy peligrosa, decidida a romper la familia y a esquilmar a su hermano.

Irene, plenamente convencida de los poderes de la vidente, le preguntó si aún se podría hacer algo por liberarlo del hechizo de la cubana.

?Ya están unidos como dos eslabones de una gruesa cadena ?sentenció la vidente?, pero siempre podemos encontrar la lima que los separe. Se precisa tiempo y perseverancia para lograrlo: en un lugar que su hermano valore y visite con frecuencia tiene usted que esparcir una dosis de polvo argénteo cada dos días.

?Yo no cobro nada por la consulta ?prosiguió Yuruba?, lo dejo a su voluntad. Pero los polvos sí que los tengo que cobrar, creo que con diez dosis será suficiente.

Un temblor recorrió de golpe todo el cuerpo de Irene cuando escuchó el precio de la dosis de polvo. Pero cinco mil euros era una cantidad insignificante comparada con lo que su hija podría perder si su hermano continuaba con la cubana. Así que, con voz trémula aceptó la compra, que llevaría a efecto al día siguiente, dado que en aquel momento no disponía de tal cantidad de dinero.

El dinero lo retiraría de una cuenta de ahorro de su hermano en la que él la había incluido. Los polvos los esparciría en la finca, desde el Topo de la Cruz, por la mañana, cuando él estuviera trabajando en la empresa.

?Ya le dije que este asunto requiere tiempo y perseverancia ?asevera Yuruba a Irene, tres semanas más tarde en su segunda visita?. Tiene que esparcir los polvos otros diez días, y, aunque usted no haya notado nada, yo ya percibo indicios de solución.

Anonadado se quedó Ramón Díaz cuando leyó la nota que acababa de recoger de la mesilla del recibidor de su casa. Yamila se despedía agradecida por el tiempo compartido. Se daba por bien pagada, y esperaba que él también se sintiera satisfecho por los servicios recibidos. También le comunicaba que había roto sus tarjetas de débito y crédito por inservibles, dado que en la cuenta ya no quedaban fondos.

En la sala de salidas del aeropuerto de la Isla, dos mujeres se saludan con la mirada. Ascienden por la escalerilla del avión de la compañía Iberia con destino a Madrid, y comparten asientos en una fila de dos. Intercambian algunos comentarios sobre el perfil del soltero maduro que les espera en Trujillo (Extremadura), pero, como ese asunto aún podrá esperar, la conversación deriva hacia las expectativas que les pueden deparar las vacaciones de un mes en la Costa Azul francesa, en las que invertirán, con todo gusto, una pequeña parte de lo obtenido en la Isla.

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