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Santa Cruz de La Palma en el año de creación de la Escuela de Artes y Oficios

Antes de entrar en materia quisiera que mis dos primeras palabras en este acto fueran las de felicidades y gratitud.

Felicidades a la Escuela de Artes y Oficios, hoy Escuela de Arte Manolo Blahnik, por cumplir sus primeros 100 años y por extensión a su equipo directivo, Claustro de Profesores, Consejo Escolar, Personal de administración y Servicios y alumnos, porque todos han contribuido en hacer posible esta realidad.

Quiero también expresar públicamente en este acto institucional mi gratitud a la Escuela de Arte “Manolo Blhanik”, porque considero un inmerecido honor y al mismo tiempo un privilegio ocupar hoy este estrado para hablarles del contexto de Santa Cruz de La Palma en el año de creación de la Escuela de Artes y Oficios. Pero al mismo tiempo, les confieso que me encuentro como en casa, más que entre colegas, entre amigos. Pues no en vano hemos compartido el mismo espacio educativo durante más de 30 años.

Un siglo es mucho tiempo, y evidentemente, en su largo caminar habrá conocido buenos momentos y otros que no lo son tanto. Un análisis serio necesariamente tiene que contar las dos realidades, pues ambas están indisolublemente unidas como lo están las dos caras en una misma moneda. A menudo suelo recordar que cuando estudiaba el Bachillerato, al explicarnos del Siglo de Oro español, sólo se nos hablaba de sus luces, y muy poco o apenas nada, de sus sombras.

En la imagen de Santa Cruz de La Palma que vamos a analizar mostraremos sus luces. Pero también sus sombras. El esquema que seguiremos consistirá en esbozar muy sucintamente los aspectos políticos, sociales y económicos; haremos hincapié en el estado de la enseñanza en esta ciudad, y por último, concluiremos con la creación de la Escuela de Artes y Oficios.

Por lo que respecta a sociedad y urbanismo, Santa Cruz de La Palma en este año de 1913 contaba con una población ligeramente superior a los 7.500 habitantes. Unos con mayor fortuna que otros. Y no todos gozaban de los mismos derechos. Así por ejemplo, la Ley electoral de febrero de 1877, un año después de haberse aprobado la Constitución de 1876, establecía que sólo los mayores contribuyentes al Tesoro Público (la actual Hacienda) de cada ciudad tenían derecho a elegir a los compromisarios, para que a su vez éstos eligieran a los Senadores.

En Santa Cruz de La Palma esta lista de compromisarios y mayores contribuyentes al Tesoro ascendía a 60 personas, relacionadas en su inmensa mayoría con el mundo del comercio. Así el comerciante Juan Cabrera Martín, que encabezaba la lista, lo hacía con 2.916 pts. También Blas Hernández Carmona, farmacéutico, y primer director o comisario regio, como se le denominaba entonces, de esta Escuela de Artes y Oficios, que lo hacía con 157 pts, mientras que el menor contribuyente pagaba al Tesoro 70 pts.

La inmensa mayoría de ellos tenía sus domicilios situados entre las calles O´Daly, Santiago (hoy Pérez de Brito) y Álvarez de Abreu, popularmente denominada calle Trasera, en elegantes casas, cuyas fachadas habían sido modificadas recientemente, sustituyendo una arquitectura doméstica tradicional canaria por otra foránea que buscaba el equilibrio, armonía y proporción en el aspecto exterior de sus moradas, mientras que el interior apenas se modificaba. Poco a poco la ciudad había ido cambiando su fisonomía al sustituir las ventanas de celosía, puertas pequeñas y balcones de madera por las nuevas puertas-ventana más altas y balcones con antepechos en hierro forjado. Sus principales artífices eran los Maestros de Obras, el antecedente directo de los actuales arquitectos.

Sin duda era éste otro aire de distinción social y elegancia reservado a la clase burguesa.

Siguiendo en el campo de la política, sólo dos partidos debatían sus ideas oficialmente en el escenario insular: conservadores y liberales. De nuevo, las dos caras de una misma moneda. El resto, ni a los partidos obreros, ni a los republicanos les estaba permitido participar en el juego político por precepto constitucional.

Esta clase social disfrutaba del acceso a las actividades de sociedades privadas y elitistas como La Investigadora, el Real Nuevo Club, o la denominada “Gran Peña”, situada en la calle O´Daly, cuya finalidad era estrechar lazos entre peninsulares -militares fundamentalmente- e insulares, para que confraternizaran reunidos en sus salones, “(?) que deslumbraban con miles de luces; aromas de flores con guirnaldas perfumadas y el gusto y el arte hermanados con refinamiento de lujo? donde bailan unos con el traje de gala del ejército español y otros con el de etiqueta con hermosas mujeres de cuello alabastrino y vaporosos trajes, en los que se sirve cena y se baila hasta las 6 de la mañana”.

La Alameda era un espacio utilizado como solaz y esparcimiento por esta misma clase social. En ella se celebraba en tiempos de primavera y verano conciertos y paseos nocturnos en los que se “reunía la juventud femenina en busca de incipientes amores que rompieran la monotonía de vida provinciana de aburrimiento”.

Sin embargo, su estado era el de más completo abandono desde el temporal sufrido en 1911 (hacía ahora dos años), en que la furia del viento derribó sus muros y pedestales, rompió el vallado y tiró los árboles. Su inmediato arreglo era reclamado a la Alcaldía desde las páginas de la prensa.

Pero el espacio público utilizado como paseo por excelencia durante todo el año era la plaza de España, que hacía unos años había sido reformada, según diseño de Sebastián Arozena Lemos.

Con anterioridad a esta reforma, la plaza estaba formada por dos tipos de pavimento. Uno, el más próximo a la calle, formado por losas de piedra basáltica, y otro, que iba aproximadamente de la estatua del cura Díaz hasta la fuente, era de tierra, que mezclada con el agua que manaba libremente de la misma, formaba barro. El primero era utilizado por las clases más favorecidas por la fortuna, mientras que el de tierra era el paseo utilizado por las más desprotegidas. Entonces no existía muro o pretil que aislara la plaza de la calle, sino que ambas realidades, plaza y calle, permanecían unidas.

Frente a esta realidad social existía otra en Santa Cruz de La Palma integrada por los más humildes. La que vivía, o malvivía, de alquiler en “inmundas accesorías” -una habitación o a lo sumo dos, en una parte de la planta baja de una casa- o incluso en otros espacios aún peores.

En cualquiera de ellas las condiciones higiénicas eran muy deplorables. Así, en las inmediaciones del puente que unía los dos tramos de la calle Pérez Volcán había muchas de estas accesorías habitadas, sin comodidades, ni condiciones higiénicas que, amontonaban sus basuras en cubos en el interior de las casas, convirtiendo el cauce del barranco de los Dolores en un vertedero de inmundicias, que desprendían frecuentes malos olores e imposibilitaban la permanencia en los puentes, normalmente muy concurridos, por la agradable perspectiva que desde ellos se dominaba y por recibir de lleno el aire de la cumbre, sobre todo en verano.

Pero no sólo esto.

También de trecho en trecho de la calle se encontraba un basurero. “El litoral estaba convertido en una gran letrina y muchos sitios de esta población eran utilizados como retretes públicos”.

Esta situación dio lugar a que el gobernador civil de la provincia enviara un oficio a la Alcaldía instándole a poner fin a esta situación. Es por esto que la prensa reclamaba con urgencia un alcantarillado y la cubrición y canalización del barranco de los Dolores, “cuya esperanza de verlo convertido en realidad se ha ido alejando”.

En cuanto a la economía, el comercio era el sector más importante de la misma, como ya quedó visto con los contribuyentes. La vida se había ido encareciendo de modo alarmante y el coste medio del nivel de vida subía de año en año. Los impuestos eran cada vez más elevados y “antes de llegar al Ayuntamiento se filtran por las infinitas goteras de la administración”. Los precios de los artículos de consumo se habían multiplicado por 4 en los últimos 20 años. Y todavía seguían subiendo. Aun así, la recaudación no alcanzaba para pagar a los empleados del Ayuntamiento. La vida se hacía muy difícil para la clase trabajadora que dependía de un sueldo o jornal.

En el capítulo de la economía, las obras, públicas o particulares, constituyen un pilar de primer orden. Y Efectivamente, a pesar de que el puerto de Santa Cruz de La Palma estaba a punto de terminar un nuevo tramo que le permitiría el atraque de barcos de mayor calado, las comunicaciones con las islas, península y América eran buenas, pero se necesitaba que llegasen mayores vapores a este puerto con rumbo a América. A ello había que sumar la escasez y carestía de alimentos que se producía en esta ciudad cuando había mal tiempo en el norte de la Isla y Puerto Espíndola permanecía cerrado; del mismo modo que no llegaban estos productos de los campos de Breña Baja y Mazo cuando por causa de los temporales el mal estado de la playa de Bajamar dificultaba el paso de las caballerías.

Por lo tanto, una de las más apremiantes obras de esta ciudad era terminar la carretera de Bajamar y para ello estimaba la prensa que la mejor solución era perforar el risco de la Concepción, para lo cual “sólo se necesitarían 4 obreros y un importe de 30.000 pts.”.

Al mismo tiempo se estaba ejecutando “la carretera que va a Candelaria”, que, a través de Calcinas, enlazaba con Breña Alta y Mazo hasta llegar a Tijarafe. Se avanzaba en ésta al endiablado ritmo de 5 metros al día.

En cuanto a obras particulares, quizás la más llamativa que habría de emprenderse unos meses más tarde era la reedificación con cubrición exterior del inmueble del Teatro Circo de Marte, según diseño del maestro de obras Eladio Duque Batista. El único teatro de la ciudad usado esporádicamente como tal y también como salón de bailes y demás. Pues aún Santa Cruz de la Palma no contaba con ningún local en el que se proyectase habitualmente el cinematógrafo. Y el deporte practicado con regularidad tampoco existía.

No es de extrañar, pues, que los principales acontecimientos de la ciudad estuvieran relacionados con los propios del año, y cada lustro con los de la Bajada de la Virgen. A partir de julio de 1914 el conflicto de la Primera Guerra Mundial dividió a la sociedad en germanófilos y aliadófilos, división de opiniones que contribuyó a darle una mayor animación a las tertulias. Por otra parte, la presencia y permanencia del velero alemán Pamir en nuestra bahía -de cuya estancia se cumplirá el año próximo el centenario-, se convirtió en una estampa típica de la misma durante aquellos conflictivos años.

Por lo que respecta a la enseñanza, hemos de decir que los hijos de aquella privilegiada clase social estudiaban en el colegio de segunda enseñanza Santa Catalina, “muy deteriorado en esta época porque carecía del material educativo necesario, de profesorado, y su estado era materialmente ruinoso”. Como consecuencia de ello, un nuevo centro abría sus puertas este año, la Nueva Academia, con sede en la calle Santiago 14, dirigida por el capitán de Infantería Antonio de Rojas. En ella se impartía Bachillerato y se preparaba para cuerpos de contabilidad del Estado, Hacienda, Correos, Filosofía y Letras y Derecho.

Por el contrario, los hijos de la clase obrera por regla general no accedían a esta segunda enseñanza, sólo a la primaria. A los niños pobres, a los hijos de los jornaleros más golpeados por las circunstancias adversas de la vida, se les buscaba para barrer las calles y limpiar los vertederos públicos. Y éstos, “lejos de encanallarse, cuando se hacían mayores, son buenos hijos, excelentes esposos, padres ejemplares y dignos ciudadanos”. Los padres de éstos no se ocupaban en mandar a sus hijos a las escuelas y los pocos que los mandaban no averiguaban si iban o no. Desde las páginas de la prensa se hacían llamamientos para que los padres mandasen a sus hijos a clase y para que las autoridades velasen para que los niños comprendidos en esas edades no anduviesen vagando por las calles durante esas horas.

La prensa tenía la firme esperanza de que “los que de niños aprendieron sobre el pavimento de nuestras calles a manejar la escoba, harán unos barridos que hace tiempo reclaman la justicia y el buen nombre de este pueblo”.

Las escuelas -continuaba el periodista- están casi vacías. De unos 1.300 alumnos que componen la población escolar, son varones unos 650, de los cuales no llegan a un centenar los que asisten diariamente a las escuelas públicas y privadas y eso que estas últimas habían disminuido en los últimos años. Así pues, no reciben educación más de 550 niños en edades comprendidas entre los 6-12 años y eso que la enseñanza es obligatoria hasta esta edad, según la Ley de 23 de junio de 1909. “En esta Ciudad se está formando una generación de analfabetos. Hecho que supone una gran vergüenza, porque la juventud contemporánea de las clases pobres, no pudiendo entretenerse con la lectura, se entretiene en la taberna y el juego. Y así se fomentan los vicios y se forma individuos incapacitados para ganarse la vida”. Esto, repito, se afirmaba en las páginas de la prensa.

Ante esto el alcoholismo solía ser la salida más socorrida. No es nada extraño ver anuncios en la prensa instando a dejar de beber con lemas como éste: “No bebas más. Este vicio no es más que una ruina”.

O también, ante la falta de trabajo y la carestía de subsistencias, los jóvenes eran empujados a la emigración. Es frecuente ver listas de pasajeros, cuyas edades están comprendidas entre los 14 y los 16 años.

En definitiva se quería evitar el analfabetismo y la vulgaridad. Se quería terminar con este bochornoso estado de cosas, generador de otros males mayores. Y en este sentido debemos entender la poesía de Antonio Acosta Guión publicada en las páginas del Diario de La Palma, referido al vulgo: [El vulgo] “Escupe al Ideal porque es inmundo / y encuentra en su egoísmo su defensa / El vulgo piensa igual que todo el mundo: / y el vulgo es todo el mundo que no piensa”.

En este contexto, la Ley de 11 de julio de 1912 -la misma que contempla en su artículo 5º la creación de los Cabildos Insulares-, recogía en el 8º la creación de una Escuela de Artes y Oficios en la isla de La Palma, desarrollada ésta en un posterior Decreto de 4 de abril de 1913. La dotaba con un presupuesto de 12.000 pts, 6 profesores, un escribiente y dos ordenanzas y el pago de los alquileres del local en el que su ubicaría la Escuela correría a cargo del Ayuntamiento.

Una noticia buena, sin ninguna duda, para la ciudad y la Isla, que la prensa recogía con notable entusiasmo:

- Una escuela donde se den las armas nobles para luchar frente a frente a la vida. Medios honrados para ganarse el sustento a la clase social más combatida por la miseria sin bajos servilismos. Nunca se puso entre nosotros gran empeño en la educación de los humildes.

- Las puertas de nuestra Escuela de Artes y Oficios se abrirán a la juventud obrera, brindándole un porvenir modesto, pero sin miserias, sin crudas penalidades y sin bochornos. La cultura la hará fuerte y dueña de su albedrío y podrá dar lecciones de civismo.

Este entusiasmo del periodista no corría paralelo, según él, al mostrado por los habitantes de esta ciudad al recibir la noticia de la creación de esta Escuela, si la comparaba con la surgida unos días antes, cuando los ciudadanos, exultantes de gozo, tiraron cohetes y engalanaron con colgaduras las ventanas y balcones de sus casas, porque el ministro Romanones había nombrado delegado del gobierno a Eugenio Abreu.

El Ayuntamiento por medio de su alcalde Joaquín González Rodríguez hizo gestiones para alquilar una casa que reuniera condiciones apropiadas para albergar la nueva Escuela. La encontró en primer lugar en la calle San Sebastián 14, probablemente una de las casas de mejor fachada de esta calle, obra del maestro de obras Juan Hernández Brito, vecino también de este barrio. El precio de su alquiler era 40 pts.

No obstante, se produjo en estos momentos un cambio en la Alcaldía, pero el anterior alcalde, que tenía verdadero interés en encontrar una sede para la Escuela de Artes y Oficios, continuó buscando un local que resultase algo mejor, que reuniera más comodidades y que estuviera más céntrico para albergar dicha Escuela.

Lo encontró en la casa número 4 de la calle Álvarez de Abreu, (actual bar Melo) también con un precio de alquiler de 40 pts, pero que estimaba que reunía mejores condiciones que la anterior. Allí permaneció esta Escuela hasta diciembre de 1960 en que estrenó su nueva sede en la tercera planta del Instituto Alonso Pérez Díaz. Y de aquí al nuevo Centro a comienzos de los años noventa.

El presupuesto del Ayuntamiento en este año de 1913 era de 8.084´03 pts. y ya había tenido que hacer frente del capítulo de imprevistos municipales a 486 pts. en concepto de mobiliario y libros de actas para el recién creado Cabildo Insular, que a partir del año siguiente contaría con un presupuesto de 62.062´63 pts.

De los alumnos matriculados en el curso1913-14 había, entre otros, 11 estudiantes, 9 empleados del comercio, 5 carpinteros y 2 tabaqueros. Así, hasta llegar a un total de 32 alumnos matriculados, cuyas edades oscilaban entre los 12 y los 47 años.

Entre los primeros profesores de esta Escuela nos encontramos con personas muy vinculadas a la vida social, cultural y política de esta ciudad. Sebastián Arozena Henríquez, Pedro J. de las Casas Pestana, Régulo Arozena Díaz, Miguel Pereyra García, José Felipe Hidalgo, Elías Santos Rodríguez, etcétera. Y la supieron continuar otros profesores ?locales y foráneos- que se identificaron con esta Escuela y con la realidad social de esta Ciudad, en la que dejaron su imperecedera huella profesional y excelente obra artística.

Del mismo modo, se ha dado también la circunstancia en este centro que la labor desempeñada por el maestro ha sido posteriormente continuada por alguno de sus alumnos, generalmente los más aventajados, llegando incluso éstos a ser profesores de la Escuela, lo que no constituye sino muestra de cariño y dedicación a la misma. Y a la inversa, el impulso dado por los primeros alumnos matriculados se ha perpetuado en sucesivas generaciones en esta Escuela, no ya como alumnos, sino como profesores. Es el caso de Ramón Ramos Hernández, uno de los primeros alumnos matriculados en esta Escuela en el curso 1913-14, cuyo hijo Ramón Ramos Pérez, Catedrático de Matemáticas, fue profesor y director de esta Escuela, y hoy, cien años más tarde, una nieta de aquél, María Jesús Ramos Garayoa, es profesora de Historia del Arte en dicha Escuela.

Otros alumnos, al terminar sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios han continuado por la senda profesional en sus diferentes campos, gozando de merecida fama y reputación como excelentes profesionales, no sólo en la Isla, sino en Canarias y la Península, contribuyendo de este modo a llevar el nombre de la Escuela de Artes y Oficios a las cimas más altas.

Unos y otros, alumnos y profesores, a lo largo de una centuria han sabido darle a esta Escuela lo mejor de sí mismos, en cuanto a dedicación, profesionalidad, generosidad, cariño y entrega. Y todos, absolutamente todos, han contribuido, no cabe duda, a elevarla al lugar que hoy ocupa en nuestra sociedad, que recientemente le ha hecho merecedora de la Medalla de Oro de la Isla como reconocimiento a su importante y meritoria labor social, artística y cultural. Modeladora no sólo de alumnos, sino también de personas, quienes, con los conocimientos adquiridos en sus aulas, han sabido hacer frente a la vida, con sus luces y también con sus sombras, respondiendo de este modo al fin para el que fuera creada.

Dicen que los deseos sólo se cumplen si realmente los proyectamos. Y es nuestro deseo para los próximos 100 años que la Escuela de Arte Manolo Blhanik siga sabiendo dar acertada respuesta a las necesidades de esta sociedad de la que forma parte con el mismo éxito que el alcanzado en este Centenario que hoy celebramos.

(Conferencia pronunciada en el acto institucional del centenario de la Escuela de Artes y Oficios. Teatro Circo de Marte, jueves 25 de abril de 2013).

(Fuentes documentales consultadas para la elaboración de este artículo: Archivo histórico municipal de Santa Cruz de La Palma, Hemeroteca de la Real Sociedad Cosmológica, Archivo de la Escuela de Arte 'Manolo Blahnik').

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