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Una isla que desaparece y vuelve a ser tierra

Pablo Díaz Cobiella

Una isla que desaparece y vuelve a ser tierra. Como si el reencuentro entre los dos sucesos fuera la mezcla perfecta de asombro y de verdad. Y es que San Borondón es imaginar lo ficticio, de dar forma; de componer lo incierto, lo absurdo, pero reencuentro. Es esto último algo inigualable, una forma de amar. Ante mi mirada aturdida por tanta profundidad y simplicidad (es asombroso como estos dos términos a menudo coinciden, como si sus extremos conversaran) abatida, tanto como cuando la isla se hunde para desaparecer de nuevo. Explicaba Luis Cobiella, abuelo, un fragmento de su composición más sentida, y donde su alma, con total seguridad, y solo ahora lo entiendo, reside.

De nuevo de sillón a sillón cómplices, esta vez, de la amistad que nos une aún. El tiempo corría veloz hacia caminos inexplorados, una realidad compleja de lo utópico: esa montaña sin cima final a la que ansiábamos llegar siempre. El diálogo fluido de la razón y el amor, abuelo, y de excesivo sueño y preguntas insensatas, nieto. Era más que un diálogo, era una forma de fe, de creencia en el método: apasionados.

Y no lo entendí, no entendí San Borondón, me quedaba en la leyenda preciosa y sencilla de un pedazo de tierra imaginaria.

Y es entonces cuando le dimos al play y sonó la sinfonía, su obra maestra de muchos años. Sentenciados por acordes extraordinarios, apareció la isla con todo su esplendor. Cerramos los ojos y les aseguro que allí estaba. Sometido dulcemente a la alegría de estar juntos. Palabras instrumentadas y la esencia de Wagner en pequeñas pinceladas: Luis tendió la cuerda para acercarme el sueño y así pude ver. Y en algún momento me dijo: 'Es silencio lo que escuchas, Pablo'. ¿Cómo puede ser que el silencio sea un sonido de un chelo o una voz soprano? Y es verdad, logró, me regaló a aprender a callar mi interior y trasladarme a ese momento, como si proyectara mi ser, me llevó a la isla, y finalmente me di cuenta. Se me estremecía el cuerpo. ¡San Borondón está en nosotros y nosotros en San Borondón! Todos, sin excepción, podemos acercarnos a ella, solo tenemos que escuchar el silencio, pues en él existe una forma de belleza, una forma de arte. Nos merecemos una pausa, casi me atrevería a decir que es una necesidad. Creo que la leyenda y este contexto de sentirla, sin excluir ni rechazar otros caminos, podemos aplicarla en muchos aspectos de nuestras vidas.

Entonces ¡Imagínense! ¡Qué barbaridad! Se alzan dos almas en un instante, la tuya y la isla, y allí, seguro, se produce amor. Es un aliciente muy grande saber que es así.

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