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Anónimo no es un autor

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Camy Domínguez

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Hasta al Lazarillo de Tormes y al Poema de Mio Cid le han atribuido autoría conocida, por lo que el anónimo como tal se puede decir que no existe.

A veces en nuestra sociedad nos movemos dentro de una normalidad aparente pero puedo asegurar, porque lo veo a diario, que estamos rodeados de una pseudomafia chapucera y desinformada que deja cabos sueltos y que hace uso continuamente del anónimo. Sucede que, cuando una persona no se atreve a decirle las cosas a la cara a otra, bien por vergüenza, por falta de valentía o por otros motivos, a veces recurre al anónimo. Craso error, porque tarde o temprano acaba siendo retratado un perfil exacto o bastante aproximado del autor, a veces con nombre y apellidos.

Me gusta como a nadie la novela negra y uno de los autores que recientemente he descubierto dentro de este subgénero es John Verdon. Al menos en las dos novelas suyas que he leído, el asesino utiliza la técnica del anónimo para poner a prueba al personaje principal, un sujeto inteligente. Pero como el asesino se cree más listo, lo somete a que demuestre su inteligencia proponiéndole verdaderos enigmas que nos mantienen entretenidos hasta el final de un amenísimo ladrillo de novela, donde el protagonista brillará una y otra vez por su inteligencia, su olfato finísimo y su capacidad de análisis del mínimo detalle, en tanto que el asesino acabará plegándose y reconociendo que no es ni tan listo.

Hay anónimos que nos pueden resultar agradables, porque a muchos nos encanta recibir cartas de amor de desconocidos, regalos del amigo invisible..., pero no me voy a referir a esos, sino a los otros: los anónimos chungos, que se pueden presentar de diversas maneras, desde el rudimentario rayón hecho con una llave en la puerta de tu coche, pasando por las cartas en todos los formatos imaginables y llegando a los que ahora están más de moda, los que hacen uso de las redes sociales.

Todos ellos tienen un objetivo y es disfrazar la cobardía de valentía con la finalidad de bajar la autoestima del destinatario o amedrentarlo, destruir su reputación, dañar sus propiedades… En una palabra: suprimirlo por molesto. El autor del anónimo, por lo tanto, considera que tiene la potestad de castigarlo pero sin quedar señalado.

Como decía mi padre, “el que piensa que otro es bobo es más bobo”, pues estas expresiones en su mayoría son delitos y se contemplan como tales en nuestro código penal bajo denominaciones como injurias, calumnias, amenazas, chantajes, extorsiones, daños a la propiedad privada y pública, y pueden ser sancionados de distinto modo si acaba poniéndoseles cara a los respectivos autores de los hechos.

Es muy fácil deducir -casi con total precisión- quién pueda ser el autor de un anónimo o al menos aquilatar bastante su perfil. Solo hay que mirar en el entorno del damnificado, normalmente el más inmediato, y, a poco que nos pongamos a jugar a investigadores y observemos su caligrafía, su letra, sus vicios de estilo, la puntuación de sus textos con otros conocidos, el significado de sus palabras, el objetivo que pretende, estaremos ante una trama al más genuino estilo Verdon. Es muy entretenido, lo digo por experiencia.

En muchos pueblos desde tiempos inmemoriales se lleva bastante eso de escribir cartas anónimas de carácter político y dejarlas en los buzones de los vecinos o hacer grafitis insultantes en muros frente a los que transita mucha gente, pero últimamente, al menos en mi pueblo, se lleva mucho lo de crear un perfil de Facebook con un nombre cañero y desde allí meter caña a personas pensando que este tipo de acciones quedarán impunes.

Tal vez quienes se ocultan tras ese perfil están muy anclados en el pasado y desconocen que hay nuevas leyes frente a los delitos telemáticos, ya que no es lo mismo cien cartas que llegan a cien vecinos, que una pintada en un muro frente al cual pasan una media de mil personas diariamente, que un comentario denigrante en Facebook que lo ven tus mil amigos de los cuales veinte lo comparten en sus respectivos muros para que lo vean los contactos correspondientes de cada uno, lo que hace que el delito se multiplique exponencialmente.

Estos comportamientos están consiguiendo que el trabajo de las instituciones que investigan y sancionan estos hechos ilícitos también haya crecido infinitamente en los últimos años, incluso colapsando el sistema sobre todo judicial. Y preocupa especialmente el uso que están haciendo los niños y adolescentes de estas tecnologías en aplicaciones como ThisCrush, que normalizan el anonimato pero desconocen las leyes que lleva aparejado su uso para insultar, amenazar o distribuir todo tipo de vejaciones.

Lo que ocurre es que quienes cometen estos hechos “se creen que la policía es tonta”. Puedo decir que muy raramente los anónimos que he conocido en mi entorno se han quedado sin firma de autor. Por supuesto que no voy a mencionarlos para no remover asuntos turbios pero sí diré que es bueno no meterse en esos jardines porque “tanto va el ratón al molino hasta que deja el rabo en el camino”.

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