El ejemplo canario entre cayucos y pateras

Una decena de voluntarios canarios de Cruz Roja que atienden el día a día de la llegada de los inmigrantes en cayucos y pateras viajarán esta semana a Italia para participar en un encuentro al que asisten voluntarios de todo el mundo. Juan López, uno de los que atiende a los inmigrantes que llegan a Arguineguín, trasladará a sus compañeros lo que hacen a diario.

Reciben, a cualquier hora del día, estén trabajando o no, un sms que les informa de la inmediata llegada de un cayuco o una patera con inmigrantes al Puerto de Arguineguín o al muelle de Los Cristianos. Si pueden, acuden lo más rápido posible al muelle para colaborar con el equipo de profesionales de Cruz Roja el dispositivo que trata de poner un poco de orden a la llegada de los cayucos y pateras, tan marcado frecuentemente por la tragedia y que ha hecho de Canarias en el último año un foco de atención de la actualidad mundial.

Junto a los médicos, enfermeras y logistas profesionales que Cruz Roja tiene a sueldo para dirigir el dispositivo, éste se completa con los voluntarios que día a día no dudan en dejarlo todo para echar una mano en algo que, cuentan, “es una gran satisfacción pero puede llegar a hundirte”. Son cerca de un centenar los que están alrededor de todo el dispositivo, pero el día a día permite constatar que “normalmente somos los mismos que acudimos a cualquier hora”, cuenta Juan López, conocido como López, uno de los voluntarios que cuenta llevar ya tres años “entre cayucos y pateras”.

Gente como López, Angelito, Nayi, Ivonne, Marcos, Gustavo o Manolo son, en este caso en Gran Canaria, algunas de las personas que día a día reaccionan con rapidez y se plantan, sea la hora que sea y sin ningún sueldo de por medio, a colaborar en que la llegada cuente con el mayor orden posible.

Y esa gestión ya empieza a conocerse por todo el mundo. Esta semana, cerca de una decena de voluntarios canarios de Cruz Roja, vinculados todos muy estrechamente con la atención a la llegada de los inmigrantes en cayucos y pateras, viajarán, del 20 al 24 de junio, a Solferino, una pequeña localidad al norte de Italia que acoge el Museo Internacional de la Cruz Roja.

Allí compartirán sus experiencias en la llamada Fiacolatta, un encuentro internacional cuyo acto principal es una caminata nocturna de diez kilómetros en las que cada voluntario lleva una antorcha, como símbolo de los heridos en la batalla de Solferino, la que tuvo lugar un 24 de junio de 1859 y supuso el embrión del gigante que hoy es Cruz Roja en todo el mundo.

En esa batalla se enfrentaron los ejércitos francés de Napoleón III con las austríacas del archiduque Francisco José I. Con un campo de batalla repleto de heridos y muertos, un hombre llamado Henry Dunant, un comerciante de origen suizo, empezó a socorrer a los heridos y a recabar la ayuda de las mujeres de los municipios aledaños. De ahí nació la semilla de Cruz Roja, que se fundaría oficialmente cuatro años después, en 1863.

Cada año, voluntarios de Cruz Roja se reúnen en Solferino para contarse sus experiencias y rememorar el espíritu de lo que hacen día a día por todos los rincones del mundo. Los canarios, que ven cada año como compañeros de todo el mundo les cuentan su labor en la atención a guerras, terremotos o hambrunas, explicarán este año lo que ellos hacen para conseguir que el drama que afrontan miles de seres humanos jugándose la vida a bordo de un cayuco o una patera sea, en la medida de lo posible, más humano y menos trágico. Piensan incluso llevar fotografías de las llegadas y colgarlas en un mural en el que años anteriores han visto a voluntarios como ellos junto a víctimas de otras tragedias. Este año tocará su ejemplo, el ejemplo canario.

Y ese ejemplo combina la organización profesionalizada con la inevitable visión humana de asistir a una tragedia, a un drama en el que sufren personas de carne y hueso. Juan López explica que, cuando llega un cayuco, “lo que más impresiona es la mirada perdida de esta gente, están completamente exhaustos”.

Su última experiencia, una de las más duras, es la que les llevó a ver los dos fallecidos en el interior del cayuco que llegó al puerto de Mogán. “Nunca te acostumbras a que lleguen de la forma que llegan”, dice López, que sostiene que lo que hacen ante la cara más dura de la tragedia es “seguir haciendo nuestro trabajo con las personas que sí lo han conseguido”.

Explica que incluso los voluntarios se reúnen siempre al final de cada dispositivo con el objetivo de analizar si ha habido fallos en la organización, montaje y atención a los inmigrantes en el dispositivo. A veces, cuenta, les avisan casi cuando el cayuco está en el puerto, les dicen que llegarán 15 y llegan 50 o les aseguran que vienen en buen estado y se encuentran que muchos de ellos “están destrozados”.

Sin embargo, López asume que son cuestiones muchas veces imprevisibles y que, dentro de lo que cabe, “ya hacemos lo que hacemos casi con los ojos cerrados”, puesto que cada voluntario tiene bien clara cual es su tarea específica en la llegada de un cayuco. En el caso de este voluntario, tras ayudar a subir a los inmigrantes al muelle y a trasladar a algunos a las ambulancias, si es necesario, su responsabilidad es la comida: una bolsa con una botella de agua, zumo y galletas, “glucosa” para que se rehidraten los llegados.

Una vez los inmigrantes ya están en el muelle y alimentados, la labor es distinguir los que llegan en perfecto estado de los que necesitan posteriormente una visita médica. Es entonces cuando cada uno de los llegados recibe una pulsera verde (si están bien) o una pulsera roja (si necesitan más atención para que el médico les vea ya en el centro de retención).

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