El Gobierno de Canarias acaba de batir su propio récord de ineptitud destituyendo (lo de la dimisión por asuntos personales es para parvulario) a la directora general del Servicio Canario de Empleo, Juliana García, ocho meses después de lo que hubiera resultado justo. No nos gusta este tipo de medallas, pero fue en este periódico donde primero se publicó lo que estaba suponiendo para Canarias la ineficacia de esta señora, puesta allí posiblemente por ser la esposa del concejal Felipe Afonso El Jaber. García ha conseguido cabrear al mundo entero, ha perjudicado seriamente los intereses de la Comunidad Autónoma, del sector de la formación y, lo que es peor, a los desempleados de las Islas. Agradecerle los servicios prestados es una ofensa a la colectividad, que se lamenta de que no se le reclame lo que una empresa privada le reclamaría. Su sucesor, Claudio-Alberto Rivero, que tiene nombre de galán de telenovela, ha de conseguir invertir una tendencia funesta, dejar de otorgar liquidez al Cabildo grancanario (como se le escapó el otro día a la señora Montelongo), mover los 200 millones de euros apalancados en un cajón e investigar qué hace la Corporación soriana con el Prometeo, que tiene un nivel de anomalías ciertamente preocupante.