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Dios es amor

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La historia de la filosofía se narra fundamentalmente como un desvelamiento de mitos. Sin embargo, la filosofía contemporánea ha desvelado que no podemos escapar a los mitos, como por ejemplo pretendía la modernidad mediante la razón. Si a caso, podemos heredarlos, reproducirlos sin más, o cincelarlos, metamorfosearlos o derrumbarlos?, para poner otros. Ver por ejemplo a Bajtín. Pero no todos los mitos nos llevan en la misma dirección, todo depende de su lógica intrínseca.

El desvelamiento de los mitos ha llevado históricamente a dos reacciones fundamentales: el asesinato del mensajero, o la falta de respeto hacia la fuente de la “falsedad”. Falta de respeto que conlleva también una violencia implacable que encuentra su fundamento, su autorización, en la nueva verdad, o simplemente en el “desvocamiento” de una liberación recién estrenada, que busca en la venganza el resarcimiento al dolor sufrido. Ambas respuestas son exageradas y se fundamentan sólo en el disgusto.

De ahí el temor de la filosofía del S. XX a la falta de arbitrio de una fuente de la Verdad Absoluta, al sin dios, que conduce de la desacralización a la cosificación y mercantilización, a la falta de respeto contra toda cultura y naturaleza como la que ejerce el capitalismo en la actualidad. Sin embargo, esto que es un hecho, no es una consecuencia necesaria del desvelamiento de los mitos o de la desacralización. Al contrario, el capitalismo es consecuencia, entre otras barbaries, del endiosamiento del dinero y el mercado. Ver por ejemplo la Escuela de Economía de Chicago o Friedrich Hayek.

En la actualidad, una de las víctimas más comunes de la venganza contra la falsedad es la propia persona, que se desprecia a sí misma por haber sido vulnerable en lugar de fuerte, y también por no poder adecuar sus hábitos de vida a sus nuevas creencias. Ese no poder, que se manifiesta como depresión, vacío existencial y desorden personal, es falta de libertad política y falta de habilidades sociales. Para evitar este efecto indeseable es necesaria una pedagogía del desvelamiento cuya finalidad sea la ilustración y el empoderamiento, y no la arrogante autosatisfacción de provocar un “shock” en la conciencia de quien escuche. Este provocar un shock en la conciencia no es más que una sublimación de la satisfacción cruenta de matar bichos más débiles por diversión. Es un recurso para aturdir y dominar usado ampliamente desde tiempo inmemorial. Hoy en día esto es apreciable en los productos de la industria cultural destinados a provocar exclusivamente estimulaciones sensoriales en el auditorio sin más finalidad que el morbo, el gustirrinin que produce explorar los límites. Pero, en este caso, homogeneizando y reduciendo al mínimo la experiencia -la acción- que queda aislada e infravalorada respecto a la sensación -la pasión- sobredimensionada y descontextualizada; sacralizada. Luego, frente al vértigo y el síndrome de abstinencia de las sobredosis, cualquier asidero es bueno.

Si compartimos que la libertad es un valor que nos humaniza y que el engaño deshonesto nos esclaviza, ya no será tan traumático quedarnos sin nada que nos gobierne. Será, más bien, la oportunidad de aprender a navegar sobre la dinámica de los medios eficaces para el auto-gobierno, para la convivencia melódica entre lo personal y lo colectivo. Por ejemplo, a partir de los significados y los valores que se han construido en torno al mito de “lo humano” y sus periferias. Pedagogía de la libertad, pues, que no es posible tampoco sin respaldo socio-político.

Volviendo al desvelamiento, cada tipo de relato mitológico contiene ya en sí una lógica que refleja el orden del mundo según la cultura que lo elabora. Esa lógica de la macrovisión cósmica es la misma que por analogía regula después los hábitos cotidianos, por tanto, el devenir colectivo. Dios, ontología del Ser y Amor son representantes de la lógica de la Unidad que domina mayoritariamente la conciencia de oriente y occidente. La lógica de la unidad, originada por el monoteísmo, secularizada en la ciencia moderna y luego en la “mercado-cracia”, cuando se convierte en guía existencial, sirve como instrumento de subyugación de la pluralidad a los poderes hegemónicos. La lógica de la unidad que es, sin embargo, dualista, lo divide todo en bien y mal, en blanco o negro, en 1 ó 0, en con nosotros o contra nosotros. Niega la mesura, es extremista. Es monárquica, centralista?, no democrática.

La idea de unidad, cuando no es conscientemente una herramienta, un instrumento, sino un ídolo, es contraria a toda experiencia, la repudia por imperfecta y la instrumentaliza para exaltar místicamente la sensación, la emoción, el sentimiento, los rituales y los significados que le acompañan. El fracaso en la experiencia lo interpretamos como un fallo genético, como culpa, pero no cuestionamos la interpretación que le damos a nuestras emociones.

Gracias al cristianismo se ha instalado en nuestra conciencia la idea de amor como servicio a Dios y al prójimo. Gracias al budismo, como resignación al ciclo que va de la pluralidad imperfecta de la vida a la unión con el todo perfecto del Nirvana. Amor es el intento de embalsamar el afecto, la atracción sexual y sus juegos bajo la lógica de la servidumbre a la unidad (de la familia, de la patria y de la religión, del Estado, del mercado? de quienes con ello conservan su estatus de poder). El cristianismo, como el capitalismo, admite la hipocresía, el pecado, pero no la disidencia, la desobediencia. Lo mismo le pasa al amor y a su modelo Walt Disney.

Una de las lecciones más importantes que nos dan algunas feministas es que el dualismo de lo público y lo privado, uno de los fundamentos del pensamiento moral y político anglosajón y centroeuropeo, es un instrumento de dominación perverso que históricamente se usó para la segregación sexual, entre otras discriminaciones. Continuamente lo público se manifiesta como una ordenación de lo privado aunque pretende aparentar lo contrario. De esa forma evita la responsabilidad respecto a los efectos perniciosos de las políticas y las morales que impone a las personas. El argumento sería algo así como que, no es la norma impuesta la que fracasa en su pretensión de mejorar la vida, sino la persona, congénitamente malograda. Respecto a este asunto tengo pendientes algunas lecturas de Marcela Lagarde y de Clara Coria.

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