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Espacio de opinión de La Palma Ahora

A Miriam Cabrera: una vida de compromiso, tenacidad y sabiduría

Felipe Jorge Pais Pais

Este trabajo está dedicado a una de las personas que más aprecio y admiro. Hablar de Miriam Cabrera Medina es tan importante para mí como debió ser para los benahoaritas referirse Abora. Este vocablo aborigen, cuyo significado es ‘la luz’ o ‘luz divina’, me viene a las mil maravillas para explicar lo que Miriam ha significado en mi trayectoria vital e investigadora, puesto que siempre ha sido un faro por el que guiarme y un bastión en el que he encontrado consejo y apoyo. Su constancia y empeño en defensa de la cultura popular y el patrimonio es muy difícil de emular. Sus enseñanzas y tenacidad me han indicado el camino a seguir, sin desviarme ni un ápice de la meta a alcanzar, y que no ha sido otra que dar a conocer y defender, a capa y espada, el legado patrimonial que nos legaron nuestros antepasados prehispánicos. 

Jamás olvidaré el primer encuentro con Miriam. Fue en abril de 1985, con motivo de un viaje que hicimos a La Palma los alumnos de una asignatura optativa que se llamaba ‘Prehistoria de África y Canarias’, impartida por el Dr. Juan Francisco Navarro Mederos. De hecho, esta visita al Taller de Cerámica ‘El Molino’ fue la primera que hicimos nada más bajar del avión. El paso por este lugar era inexcusable, puesto que era un auténtico museo, con valiosísimas piezas arqueológicas cuidadosamente expuestas, en el que Ramón Barreto y Vina Cabrera llevaban a cabo una extraordinaria e impagable labor de reproducción exacta de todas las vasijas de barro benahoaritas que se conocían (su archivo, aún hoy, sigue siendo imprescindible para quienes deseen profundizar en este tema). 

Para nosotros, aún estudiantes, nos resultaba raro que estuviésemos toda una tarde en un centro alfarero del que muy pocas enseñanzas nos llevaríamos. ¡Craso y bendito error!. Juan Francisco sí conocía la importancia y el interés de este encuentro, donde la personalidad arrolladora de Miriam, al menos en mi caso, fue un hallazgo inesperado.  La pasión en la defensa y el compromiso en la salvaguarda de unos yacimientos arqueológicos que, hasta entonces, habían estado a la buena de Dios y que se habían conservado gracias, entre otras personas, a sus desvelos (Belmaco, La Zarza, La Fajana, etc.,), dejaron profunda huella en mi espíritu. Esa noche pernoctamos en la escuela pública de Tiguerorte con la sensación de que habíamos vivido una experiencia inolvidable que haría de este viaje algo único tal y como, efectivamente, así fue. 

Desde ese primer día congenié con Miriam y, siempre que puedo, me acerco a su cueva que, al menos en mi caso, me ha aportado tanto como la mismísima universidad. Sus puertas han estado abiertas cualquier día y a cualquier hora. Jamás se me ocurriría ir al taller de cerámica y no visitarla, ¡y no porque a ella no le gustase!, ¡que también!, sino porque es un impagable placer disfrutar de su compañía y sabiduría. Me encanta entrar a su casa e ir directamente a la cocina donde, inmediatamente, se pone la cafetera al fuego. Alrededor de la mesa hablamos de todo (de la vida, de política, de arqueología, de sus recuerdos, etc.,). En esos momentos te olvidas de todo aunque, al rato, caigo en la cuenta de que hacía una hora que debía estar en El Paso o en el Museo Arqueológico. Además, invariablemente, a los pocos minutos, aparecen Ramón y Vina, con lo cual la tertulia se completa  y enriquece, aún más. 

Pero, lo más normal, es que acabemos recalando en el Santa Sanctorum de Miriam, que no es otro que su biblioteca y lugar de trabajo donde, dicho sea de paso, siempre nos encontramos con alguna sorpresa: fotos de grabados rupestres, fichas de restos y yacimientos arqueológicos, recortes de periódico con noticias arqueológicas, recuerdos que dan pie a historias entrañables y preciosas de la historia de Mazo o la arqueología de La Palma. He sido un privilegiado, ya que me ha dejado golisniar en cualquier rincón, carpeta, gaveta, etc.   

Cada vez que iba por su casa, aparecían más y más restos aborígenes. Tal es así que, en algún momento, decidimos que era necesario hacer un registro e inventario de esos materiales. Literalmente, era una labor ingente y un auténtico trabajo de chinos, puesto que deberíamos limpiar, ordenar, signar, registrar y estudiar miles y miles de restos arqueológicos de todo tipo. El problema fue cómo enfriar el entusiasmo con que se puso a la tarea, para lo cual nos proveímos de todo lo necesario; tinta china, bolsas, etiquetas, etc. El trabajo lo teníamos que llevar a cabo por las tardes, fuera del horario laboral, con lo cual acababa reventado, y con unas ganas tremendas de llegar a mi casa. Pero a Miriam ningún obstáculo le arredra y encontró una solución: esos días cenaría y dormiría en su casa. En ese preciso instante vi los cielos abiertos y tuve un resquicio para intentar convencerla de que estaríamos años inventariando los materiales, por lo que se hacía necesario contratar a varios arqueólogos que acometiesen el proyecto, tal y como finalmente se hizo. A pesar de su decepción, porque ella lo que quería era tocar, limpiar y admirar sus restos arqueológicos, debí tocarle alguna fibra sensible (posiblemente las referencias a la pobre Carmen que se vería privada tantas tardes de mi insustituible presencia) porque finalmente accedió a olvidarse de ese sueño que, seguramente, llevaba mucho tiempo acariciando. 

La confianza en la sapiencia de Miriam siempre ha sido total. Desde que la conozco, cualquier vasija rota en fragmentos que ha pasado por mis manos o ha sido entregada en el Museo Arqueológico Benahoarita, ella ha sido la encargada de reconstruirla. Este trabajo, de una meticulosidad y paciencia increíbles, se debe hacer con la máxima rigurosidad y un mimo rayano en la obsesión, para los que muy pocas personas están capacitadas. Pero Miriam no parará hasta que todos los fragmentos encajen, sin importar la cantidad de horas que le dedique a costa de quemarse la vista. 

Miriam tiene un carácter dulce pero, a la vez, fuerte e inamovible, inasequible al desaliento. Al igual que la gran mayoría de las palmeras, te dejan hacer y te crees que te has salido con la tuya hasta que, cuando te paras a pensar un momento y reflexionas, te das cuenta que has hecho exactamente lo que ellas querían lo cual, por otra parte, era lo más razonable y mejor para todos. Y todo ello lo consiguen, generalmente,  de una forma tranquila y sosegada, sin ningún tipo de imposición aparente o aspaviento. 

Valga como ejemplo de lo dicho en el párrafo anterior el montaje de la exposición que conmemoraba el 25 aniversario del Taller de Cerámica El Molino, celebrada en la sede de CajaCanarias de Santa Cruz de La Palma, en julio del año 2000. Miriam controlaba y dirigía absolutamente todas las operaciones cual Diosa Madre a la que era absolutamente vital pedir consejo. Se sentaba en una silla, perfectamente colocada en un punto de la sala desde la que se controlaba todo el espacio, y desde allí decidía dónde colocar las piezas y los paneles, ¡Y todo ello a pesar de que entre el equipo había una diseñadora, una licenciada en Bellas Artes, una arquitecta y un arqueólogo!. La exposición quedó muy bien y todos nos sentimos orgullosos del trabajo realizado. ¡Exactamente como le gustaba a Miriam! 

Desde hace unos 5 años nos ha dado por visitar algunos de los yacimientos arqueológicos más emblemáticos. Estos viajes, ella y yo solos, han sido un auténtico privilegio de los que no me olvidaré mientras viva. A pesar de su edad, aunque de espíritu apenas una jovencita en la flor de la vida, siempre está dispuesta a un viaje, aunque sea a la otra punta de la Isla. Con sólo insinuarlo, ya está fijando fecha y hora de recogida, y haremos el recorrido, ¡Llueva o truene!. Imagínense toda la información y vivencias que Miriam puede transmitir en un viaje a Garafía, sin prisas y sin agobios, sólo para disfrutar de algo que, para ambos, es nuestra pasión. Hemos estado en La Zarza-La Zarcita, Belmaco, Roque Niquiomo, Museo Arqueológico, El Tendal, etc. Algunas de ellas han sido, realmente, inenarrables. 

La excursión al Roque Niquiomo, acompañados por Arnoldo Santos, su sobrina Vinita, José Izquierdo, entre otras personas, fue un auténtico deleite, un sufrimiento y hasta una temeridad, eso sí, para todos los demás, porque Miriam tan pancha como si hubiésemos recorrido los preciosos jardines de su casa. En esta ocasión es donde pudimos comprobar la tenacidad de Miriam y la idea de que nada que te propongas es imposible, si tienes la determinación y la ilusión necesarias para conseguirlo. Este sendero es exigente hasta para una persona bien preparada físicamente por su pendiente y la irregularidad del terreno. Todavía hoy sigo preguntándome cómo conseguimos llegar. Fue una auténtica aventura, de final incierto, por cuanto Miriam acababa de finalizar la convalecencia de una operación de cadera. Cuando vimos el estado del camino intentamos convencerla para posponerlo para otro día, pero fue imposible. Algunos íbamos con el alma en vilo porque creíamos, ¡Ilusos de nosotros!, que era imposible de llegase hasta el final. De algo sí estábamos seguros ¡Miriam no retrocedería!. Para nuestra tranquilidad nos acompañaba un médico, Pepe Izquierdo, quien, de vez en cuando, ¡Y por lo bajito!, me repetía: “Prepárate que vamos a tener que cargar a Miriam”. ¡Pues no!, llegó sin problemas a las llanadas del Roque Niquiomo y aún nos costó convencerla para que no subiese con nosotros por las laderas de este impresionante pitón rocoso hasta el poblado de cuevas aborígenes.    

Sólo ha habido un yacimiento al que no hemos podido llegar: la Cueva del Tendal. Ese día estaba un poco pachucha, serenaba y no hacía mucho que la habían operado. El acceso al yacimiento era impracticable por la densidad de la cubierta herbácea y arbustiva que cubría el terreno. La única solución era trepar al muro de protección del frente de la cueva, lo cual era peligroso por lo resbaladizo del suelo. El problema estaba en subir a la parte superior de la pared. De repente, se me ocurrió una solución estrambótica y surrealista que fue rechazada, de plano, por Miriam. Mi ocurrencia, porque sólo de esta forma cabe catalogarla, no fue otra que subirla a las caballotas hasta encima del muro. Pero no hubo forma de convencerla, a pesar de que yo le repetía: ¡Pero si nadie nos ve!. Hoy, con el transcurrir del tiempo, creo que Miriam volvió a darme una lección de sabiduría y lógica aplastantes: hubiésemos llegado hasta el horno de tejas aunque, una vez allí, el estado del terreno nos hubiese impedido subir por la ribansera que lleva hasta la cueva. Su respuesta, posiblemente para no herir mi susceptibilidad, fue ¡Ya volveremos el día que se inaugure el Parque Arqueológico!. Y así lo haremos. 

Miriam cumple años, un montón. ¡A una señora no hay que preguntarle nunca por la edad!, aunque estoy convencido de que a ella estas cuestiones no le preocupan demasiado. Por eso, considero necesario dejar constancia de que ha alcanzado los, nada más y nada menos, 90 años y, aún así, sigue todavía en la brecha, sin perder ni el más mínimo ápice de la energía que siempre le ha caracterizado. Seguramente en este día, un 27 de abril de hace muchísimo tiempo, Abora y todos los dioses, estarán muy contentos de que aún siga entre nosotros una persona que ha dedicado buena parte de su vida, entre muchas otras cosas, a conseguir que la memoria de sus antepasados no se pierda en el olvido y a que las tradiciones de sus coetáneos se sigan manteniendo. 

Por todo ello Miriam, por tus desvelos y sacrificios, quiero agradecerte, de todo corazón, que me hayas enseñado e inculcado una pasión que compartimos y que, a día de hoy, sigue siendo uno de los baluartes esenciales de mi existencia. ¡Mantente fuerte! y no dejes de transmitirnos tu filosofía de la vida, tus conocimientos y tu trabajo. Por tanto, sólo me queda desearte ¡Muchísimas felicidades y que cumplas muchísimos más!. Pero la historia no finaliza aquí puesto que, cuando alcances los 100 años, tendré muchas más anécdotas que contar.

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