Amaziges de Canarias
La muerte, entre momias y cementerios

Necrópolis del Maipés (Agaete), construida sobre una colada de lava. Tiene unas 800 tumbas. A la izquierda, la tumba del Rey

Luis Socorro

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La muerte, desde los albores de la Humanidad, ha tenido una importancia trascendental. Un hecho tan biológico y natural como la muerte es, paradójicamente, un concepto diverso y complejo, en el que se fusionan dolor y esperanza. En cada cultura, la muerte está asociada a rituales para ayudar en el proceso de duelo; pero también, para favorecer un viaje al más allá. Esa espiritualidad, ese halo de misterio vinculado a la defunción, ha propiciado, por ejemplo, el necroturismo. Lo vemos a diario en el cementerio de Recoletos, en Buenos Aires, o en la necrópolis indígena del Maipés, en Agaete. Para los arqueólogos, como afirma Teresa Delgado, conservadora de El Museo Canario, “estudiar a los muertos nos permite conocer a los vivos, cómo fueron las relaciones sociales de nuestros antepasados, sus enfermedades o su dieta”. En esa tarea están los investigadores, buscando respuestas a enigmas como las metamorfosis de las prácticas funerarias en la Gran Canaria prehispánica, la única isla con cuatro tipos de enterramientos. Este capítulo abordará la muerte desde tres ópticas: los recintos mortuorios, los ritos o prácticas funerarias, entre las que destaca la momificación de los guanches de Tenerife, y la bioarqueología, que nos habla de la jerarquía social, de las enfermedades y de la dieta.

Los primeros pobladores del Archipiélago depositaban a sus difuntos en cuevas. Los cadáveres aborígenes localizados en Tenerife, La Palma y El Hierro se enterraron en grutas durante todo el periodo indígena. En cambio, en La Gomera, Lanzarote y Fuerteventura han aparecido algunas fosas. En La Gomera, la gran mayoría de los cementerios eran rupestres, excepto unas fosas descubiertas en Vallehermoso. En Lanzarote, hasta el siglo XI, las necrópolis eran en cuevas. Las últimas excavaciones muestran una decena enterramientos en fosas, posteriores al siglo XI, señala Ricardo Cabrera, inspector insular de Patrimonio Histórico. Fuerteventura tiene documentados muy pocos enterramientos; todos en cuevas excepto dos. En algunas publicaciones, se citan túmulos en el poblado de Tisajoyre, “pero es un dato erróneo”, confirma la arqueóloga majorera Rosa López. Gran Canaria es otra dimensión. Además de los enterramientos en cuevas, práctica que se extendió hasta la Conquista, se conocen otros tres sistemas para despedir a sus muertos: los cementerios tumulares, las cistas y las fosas. 

La doctora Teresa Delgado inevitablemente estaba destinada a investigar la muerte en la sociedad prehispánica. Entró de becaria y hoy es la conservadora de El Museo Canario, institución que custodia 1.205 cráneos, a los que hay que sumar los restos humanos aportados por las intervenciones arqueológicas de las últimas dos décadas. Pasear por la sala de los cráneos puede resultar inquietante para un neófito. Para los científicos, en cambio, es un laboratorio para conocer parte de la vida de aquella gente, como vimos en el capítulo anterior con los estudios de la violencia. Tras documentar las causas de la muerte, cuándo se produjo, dónde se encontró el cuerpo y cómo fue enterrado, Delgado y sus compañeros de equipo se ponen a investigar por qué se producen los cambios en el tratamiento de la muerte que los yacimientos funerarios evidencian.

Hay un primer dato sorprendente. En el siglo VIII aparecen las necrópolis tumulares, práctica que se abandona 300 años después, de la misma manera súbita en que surgió. Gran Canaria tuvo cuatro cementerios de esa tipología: tres fueron construidos en coladas volcánicas de malpaís y otro, sobre un derrumbe de piedras. La Isleta desapareció. Cuenta el antropólogo Sabino Berthelot –cónsul francés en el siglo XIX- que tenía unas 300 tumbas, que fue expoliado y que la mayoría de los vestigios se enviaron a París –en la capital de Francia, este año, un equipo de la ULPGC, liderado por Jonathan Santana, está investigando esos restos humanos por vez primera; un estudio que, sin duda, aportará muchas claves-. La necrópolis de Jinámar está muy deteriorada, abandonada junto a un polígono industrial. Todo lo contrario acontece con los cementerios de Maipés y Arteara, convertidos en parques arqueológicos de gran interés. Tienen aproximadamente 800 tumbas cada uno.

Túmulos importados

¿Por qué surgen las necrópolis tumulares y decaen los enterramientos en cuevas en el siglo VIII? Por ahora, no hay una respuesta convincente. Valentín Barroso es cofundador de la primera empresa de arqueología que se creó en Canarias. Arqueocanarias gestiona la espectacular necrópolis del Maipés, en Agaete. “No se sabe por qué surgen estos cementerios. Es cierto que las dataciones más antiguas indican el siglo VIII, pero no es descartable que surgieran antes, porque la conservación de los restos humanos es mucho más complicada que en cuevas, debido a la exposición a inclemencias meteorológicas”. Al igual que en la actualidad, con el vaciado de los nichos, “antaño pudo ocurrir lo mismo con los túmulos para depositar nuevos cadáveres, pero no deja de ser una mera hipótesis”. Lo que no es una hipótesis es que, en las zonas donde están esos cementerios, hay pocas cuevas en relación a otras comarcas arqueológicas de la Isla. Otro hecho objetivo es la existencia de túmulos funerarios en el norte de África, anteriores a los de Gran Canaria, recuerda Barroso. Por lo tanto, “conocían esa práctica funeraria al llegar a la Isla”.

Teresa Delgado y su equipo trabajan duro para responder por qué aparece ese tipo de práctica funeraria. Considera que “empiezan a haber tensiones a partir del siglo VII, como demuestran picos de violencia letal, y cambios drásticos en el registro arqueológico, como la manera de enterrarse o la arquitectura doméstica”. Este escenario plantea “un posible aporte de poblaciones del norte africano, que explicaría la aparición repentina de los cementerios tumulares”. Delgado recuerda que, en esas fechas, se inicia la islamización del Magreb, “con enfrentamientos con las tribus indígenas, que causan desplazamientos de la población”. Estas coincidencias, unido a que los túmulos existían en el continente, “nos permite pensar que ”importaron esa forma de enterramiento“.

 La genética, como ha explicado la doctora Fregel en capítulos anteriores, no sugiere ese posible movimiento migratorio que plantea el equipo de Delgado y que tampoco descarta el doctor Jorge Onrubia, con una dilatada experiencia arqueológica en el norte africano. “Es una de las hipótesis posibles, porque el fenómeno tumular en Gran Canaria aparece de forma súbita”. Sin embargo, considera plausible las causas endógenas para justificar la aparición de esos cementerios. “Además de los estudios de ADN, hay algunos elementos sobre los que hay que reflexionar. Es verdad que estas nuevas necrópolis ofrecen cambios sustanciales en cuanto a la organización de los cementerios y de las arquitecturas funerarias, pero la manera de colocar los cadáveres en las tumbas no se ve alterada”.

La islamización del norte de África no convence al doctor Onrubia como causa de una emigración. “No faltan los conflictos, de manera significativa entre obediencias o sectas dentro del propio Islam que se pueden traducir en violencia y en desplazamientos de poblaciones. Pero no podemos pensar en movimientos generalizados, y menos aún en fechas tan tempranas”. Frente a las costas canarias, la islamización que podría arrancar en el siglo VII, según algunos textos, “es lenta y no parece que haya generado grandes enfrentamientos. La prueba de lo que digo, la tenemos en las necrópolis que hemos excavado allí. En uno de los túmulos de Tamrhalt-n-Zerzem, hemos documentado una reutilización del siglo IX, donde el cadáver estaba depositado en posición flexionada” –los cadáveres aborígenes están rectos, como ocurre en las tumbas de las poblaciones norteafricanas en contacto con los púnicos, primero, y con los romanos, después-. Este hecho, agrega Onrubia, “muestra claramente la perpetuación de los hábitos funerarios preislámicos hasta, al menos, ese momento”. Por otra parte, está documentada la existencia de zonas del sur del Magreb que no se islamizan hasta el siglo XIII, “con la invasión de los Banu Maâquil”, recuerda. “Así que la presión islamizadora no sería tan grande”.

La arqueóloga Verónica Alberto, compañera de equipo de Delgado, considera que “el proceso de islamización no solo se tiene que entender como enfrentamientos entre las poblaciones invasoras con las locales, sino como un fenómeno complejo de encuentro y asimilación, que en ocasiones conlleva movimientos de población en un periodo dilatado de tiempo”. Respecto a la posición de los cuerpos en las tumbas- decúbito supino extendido-, Alberto reconoce que “no cambia” con la llegada de los túmulos a Gran Canaria, pero esa circunstancia, “no invalida el fenómeno de cambio que representa la aparición de los túmulos. La diversidad de manifestaciones en los cementerios del norte del Magreb y el Sahara es tan grande y concita tanta complejidad que debemos esperar a conocer más ampliamente esas necrópolis. La excavación de unos pocos ejemplos no define comportamientos culturales en un territorio tan vasto como el que aquí se considera”. El camino, concluye la arqueóloga de Tibicena, “es ahondar en el territorio continental, buscando las relaciones con Canarias, tal y como ponen de manifiesto los innovadores investigaciones de Mora y Acosta”.

El filólogo e ingeniero Jonay Acosta tampoco descarta contactos tardíos: “Quizá no debidos a tensiones, sino al papel que jugaron los bereberes en la expansión arabo-islámica africana y europea”. En este sentido, señala que “tanto desde la epigrafía como desde la lingüística se ha observado que los patrones onomásticos libio-bereberes de las Islas se aproximan más al bereber medieval que al líbico antiguo, lo cual no podemos asegurar aun si se debe a su natural evolución o a influencias externas”. En 2019, Acosta publicó en una revista científica la investigación en la que afirma que “la toponimia de la franja suroriental de Tenerife, Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura conviven dos variantes fónicas diametralmente opuestas para la dialectología bereber: la espirantización y la asibilación. Se trata de un fenómeno difícilmente explicable sin aludir a migraciones tardías, pues se sabe que las islas son lugares propicios para que distintas variedades lingüísticas converjan en una koiné en cuestión de poco tiempo. Una prueba fehaciente de ello la tenemos en la génesis y evolución del español de Canarias en cada una de las islas”.

Al margen de estos enriquecedores planteamientos, hay un dato que refuerza la hipótesis de que los túmulos podrían ser anteriores al siglo VIII, como dejó entrever el arqueólogo Valentín Barroso: la ubicación de las necrópolis en coladas de malpaís o de canchales. Por su configuración y geología, han quedado al margen de la roturación de tierras tras la Conquista. Ante este escenario, Onrubia estima que hay que abrir una línea de investigación diferente, porque “la imagen que tenemos de este registro está completamente distorsionada por lo que los arqueólogos llamamos los procesos posdeposicionales”. No es impensable, afirma, “que hubiera más cementerios de túmulos en otros lugares”. Onrubia se apoya en un documento de Diego Ripoche, que afirmaba “que en la segunda mitad el siglo XIX existía en Gáldar una inmensa necrópolis tumular, que iba de la falda de Amagro al barranco de Gáldar”. Aunque han aparecido huesos humanos en la zona, fueron sepultados por fincas agrícolas. Es la misma causa que esgrimen los arqueólogos majoreros para explicar por qué son tan escasos los restos humanos localizados en Fuerteventura. Lo mismo ocurrió con el gran poblado de La Aldea, que describió Grau Basas. Las estructuras habitacionales y funerarias que quedan son las ubicadas fuera de antiguas fincas. Para concluir, Onrubia se pregunta a modo de reflexión: “¿Si el Maipés tiene 800 tumbas en tres siglos, unas doce generaciones, solo se enterraron allí 66 personas en cada generación?” Pero la única certeza científica, por ahora, es la investigación del equipo de El Museo Canario: con las dataciones de los cadáveres, los túmulos aparecen en el siglo VIII.

Pero aquí no acaban los interrogantes. ¿Por qué se abandonan los cementerios tumulares y surgen los enterramientos en cistas? Para Valentín Barroso, se trata de una evolución natural. La mayoría de las cistas están asociadas a poblados de costas, comarcas en las que se registró un aumento de población. Además, “es un sistema parecido al túmulo, porque las cistas son cajones de piedra, como los túmulos, pero sin el revestimiento de piedras”. Barroso no descarta arribadas pequeñas como las que plantea el equipo del Museo Canario, “pero no guardarían relación, a mi juicio, con los cambios funerarios”.

Teresa Delgado, en cambio, apunta a la influencia de un evento migratorio a partir del siglo XI. Y, en ese caso, las investigaciones genéticas -aunque falta un estudio complementario, como indicó la doctora Fregel en el capítulo 4º- sí refrendan ese posible aporte poblacional, que también afectó a Lanzarote y Fuerteventura, islas que atesoran enterramientos en superficie. Solo hay dataciones de las fosas del Rincón de Zonzamas, a caballo entre los siglos X y XI (años 974-1039), informa Verónica Alberto, coautora de un estudio sobre el poblamiento de Lanzarote a través de los restos funerarios, basado en las dataciones fiables más antiguas del Archipiélago (ver capítulo 4º). Las fechas coinciden con la posible arribada del XI. Sin embargo, en las islas orientales no se han encontrado los registros arqueológicos que surgieron en Gran Canaria en la misma época. Ni en el norte de África, ni en la franja litoral de Marruecos frente a Canarias, afirma Onrubia, “no conocemos nada, en ese momento, que recuerde a las casas cruciformes, las cerámicas pintadas, pintaderas o figurillas” que legaron los canarios. 

Coetáneas a las cistas son las fosas, enterramientos en superficie en los que se excava un hoyo, se deposita el cuerpo y se tapa con tierra. Un hallazgo determinante fue la aparición, en 1988, de cerca de 200 cadáveres bajo un cultivo de tomateros, durante la construcción de la autopista del sur de Gran Canaria. Como se desconocía este tipo de enterramiento, se empezó a especular con una fosa común vinculada a la Guerra Civil española, pero con las primeras prospecciones, confirmado después con las dataciones, se constata que eran amaziges. Es la necrópolis de Maspalomas: el cuarto rito funerario registrado en esa isla. Aunque la gran mayoría de las tumbas eran fosas, también “se excavaron unas pocas cistas”, recuerda Valentín Barroso, uno de los arqueólogos que participó en las excavaciones. “Vimos que alrededor de cada cista se agrupaban decenas de fosas, lo que nos llevó a pensar que podría ser personas más relevantes las depositadas en los ataúdes de piedra”.

Las momias guanches 

 Tenerife solo tiene una tipología de registro funerario: el enterramiento en cuevas. Sin embargo, atesora el sistema de momificación más perfecto de Canarias. De hecho, es el único, porque las momias de Gran Canaria, otras de Tenerife y algún resto que ha aparecido en La Palma son el resultado de un proceso natural de conservación. Las momias guanches, como las que se conservan en el Museo Nacional de Arqueología o en el MUNA, en cambio, son antropogénicas; es decir, surgen de “un proceso intencionado dirigido a que el cadáver conserve la fisionomía del finado”, aclara Conrado Rodríguez, director del Museo Arqueológico de Tenerife, integrado en el MUNA.

A diferencia de los egipcios, que extraían el cerebro y las vísceras, los guanches ponían el cadáver al sol para deshidratarlo y lo untaban con vegetales para evitar la putrefacción. De noche, mantenían el calor con hogueras. “Lo sabemos porque hemos encontrado trazas de carbón en alguna momia”, detalla Rodríguez, antropólogo físico y doctor en Medicina. En algunos casos, se han localizado incisiones en la espalda “para la salida de los fluidos corporales”. Luego, introducían parches de arena para cicatrizar el corte. Una vez seco, “le untaban sustancias absorbentes, como piedra pómez, y una variedad de musgo que tiene la propiedad antiséptica de frenar la acción de las bacterias”. Este proceso, según las crónicas, duraba dos semanas. “Hoy es imposible de comprobar este extremo”, afirma el director del Instituto Canario de Antropología. El último paso consistía en forrar con piel el cuerpo y luego se depositaba en la cueva sobre un soporte“. La momia más antigua del MUNA es del siglo IV de la era común.

¿Se momifican todos los muertos? No. “En Tenerife se observa con nitidez la jerarquía social, porque la momificación se practicaba a una minoría de la población”. Incluso entre ese segmento había diferencias, porque “hay momias con más pieles que otras”, señala Rodríguez. La desigualdad social vinculada a la muerte tampoco admite dudas en las demás islas, como veremos más adelante.

La Cueva de las Mil Momias no puede quedar al margen cuando la muerte es la protagonista de este capítulo. “El santo grial de la arqueología canaria”, la denominó un medio de comunicación, porque “su ubicación no ha sido desvelada”. No es una burda farsa como el montaje de la piedra Zanata, pero ninguno de los arqueólogos tinerfeños consultados para la elaboración de este reportaje da crédito a que hubiera mil momias. “¡Ojalá”, exclama la catedrática Carmina del Arco. El hecho objetivo es que Viera y Clavijo (Los Realejos, 1731, Las Palmas, 1813) la menciona por primera vez. Hay constancia de que la famosa momia guanche del Museo de Arqueología Nacional (MAN) fue descubierta en 1764, en una cueva del Barranco de Herques, frontera natural de los municipios de Güímar y Fasnia, en el este de la Isla. 

TVE estrenó, en noviembre de 2020, Las momias guanches, un documental interesante, dirigido por Regis Francisco López, que describe la investigación forense, que se prolongó durante cinco años, de la momia guanche del MAN. Se denomina la momia de Herques porque fue localizada en ese barranco. Pero de las otras supuestas 999 no hay rastro. El MUNA tiene 17 momias y 110 restos momificados en sus vitrinas y fondos, pero ninguna se encontró en el citado barranco, confirma su director, Conrado Rodríguez.

Matilde Arnay de la Rosa es la arqueóloga que mejor conoce la riqueza patrimonial de Las Cañadas del Teide. Tiene varias grutas sepulcrales. La más importante, por el número de cuerpos localizados, en torno a la veintena, es la Cueva del Salitre. “Se trata de un enterramiento comunitario. Hay bastantes repartidos por el Parque Nacional, pero con pocas personas y alguno individual”. Los muertos del Teide son los indígenas que morían en la cumbre, ya que el pastoreo era estacional debido al frío invernal. Las cuevas se acondicionaban con un lecho vegetal y “los cuerpos se amortajaban con piel de cabra”. Buscaban las grutas que tuvieran natrón, una especie de salitre que permitía una mejor conservación, debido a su capacidad de reducir la humedad. De ahí el nombre de “Cueva del Salitre”, apunta Arnay.

El sistema de enterramiento en las cuevas de Gran Canaria es similar al que se hacía en el Teide, pero primero se forraba con juncos y luego, con pieles. En algunos casos, informa Teresa Delgado, “la mortaja contenía ramas de plantas que pudieran tener propiedades aromáticas e insecticidas”. Las momias que custodia El Museo Canario son naturales o accidentales, porque los cuerpos se momificaron debido a las condiciones ambientales de las grutas. En Tenerife y La Palma también las hay de este tipo. En la necrópolis del Espigón, en el municipio palmero de Puntallana, se encontraron restos de trece personas. “Tres de ellas presentaban síntomas de momificación natural. No se conserva entero ningún cuerpo”, puntualiza Jorge Pais, director del MAB. 

La sociedad benahoarita tenía otra práctica funeraria que se ha detectado en dos islas más: la termoalteración o restos humanos quemados. La arqueóloga Nuria Álvarez está realizando una tesis doctoral sobre los ritos funerarios de su isla natal. “No se trata de cremación o incineración porque eso implicaría algún tipo de ritual que desconocemos en la cultura benahoarita”. Álvarez indaga si el uso del fuego fue “en un contexto religioso o para reacondicionar el lugar para depositar más cadáveres”. La segunda opción es la que se baraja en la necrópolis La Lajura (El Hierro). En tres yacimientos de Gran Canaria se han encontrado huesos quemados, pero los técnicos de Patrimonio afirman que “es difícil saber si ese fuego fue accidental o el resultado del reacondicionamiento fúnebre”.

Nuria Álvarez ha detectado huesos con diversas coloraciones, que “nos hablan de elevadas temperaturas, de cerca de 900 grados”. El yacimiento La Cucaracha, en Mazo, es el que presenta más casos de termoalteraciones, pero hay restos de fuego en cerca de una veintena de cuevas funerarias. En consecuencia, ¿es una práctica extendida? La arqueóloga es cauta: “Hay que excavar y analizar los vestigios porque solo con las prospecciones oculares no se pueden extraer conclusiones”. El fuego “lo pudo provocar un cazador”, plantea Álvarez antes de lanzar una hipótesis que, por ahora, no puede verificar. Pero veinte yacimientos con huesos indígenas quemados refuerza la tesis de que fueron los benahoaritas los que prendieron los cadáveres de sus congéneres. Lo que no sabe es por qué.

La investigación de la muerta en La Palma tiene una dificultad añadida que no se encuentra en el resto del Archipiélago: jamás se ha excavado un esqueleto; solo se han encontrado restos sueltos. Es la consecuencia del expolio. Con todo, gracias al proyecto Cuevas colgadas, que financia la Dirección General de Patrimonio Cultural, se están explorando muchas cavidades, en riscos y lugares de difícil acceso, que están suministrando valiosa información, en algún caso con hallazgos importantes que aún no se han difundido.

Jerarquía funeraria

Frente a las dudas sobre las causas de los cambios en ritos funerarios, la arqueología ha certificado desigualdad social en el tratamiento de la muerte. La momificación, tanto la artificial como la natural, es un rito claramente selectivo en las tres islas en que se practicó. La estadística es contundente al respecto. El Museo Canario tiene, entre los fondos propios y los depositados por responsables de excavaciones independientes, al menos 1.500 restos humanos, pero solo una veintena de momias completas, mientras que de los aproximadamente 2.000 restos humanos del MUNA, poco más de un 6% son restos momificados.

 La jerarquía social es evidente en los cementerios con sepulturas tumulares. Tanto en Maipés como en Arteara, hay tumbas bastantes más grandes que la media y están localizadas “en las zonas más elevadas de las necrópolis”, precisa Valentín Barroso. El fundador de Arqueocanarias recuerda que la “tradición oral habla del túmulo del rey”. Teresa Delgado, por su parte, alude al gran monumento funerario de La Guancha (Gáldar), “una sepultura inmensa; alrededor de la principal hay tumbas secundarias. Es un mensaje de que hay personas con otro tipo de identidad”. En este yacimiento hay varias sepulturas tumulares con distintos tamaños y tipologías. El gran “monumento” de La Guancha, afirma el profesor Jorge Onrubia, “es, en lo esencial, un conjunto de cistas y fosas monumentalizado, claramente organizado y jerarquizado”. 

La presencia de ajuares en las sepulturas es marginal en las siete islas. Algún resto de cerámica en alguna cueva del Teide y muestras de obsidiana o anzuelos en alguna fosa, pero poco más. No obstante, hay una excepción: el desaparecido túmulo del Agujero, muy cerca de los enterramientos de La Guancha. Fue excavado en 1934 y desapareció poco después. En tres de las cinco fosas que había, nos cuenta Onrubia, “aparecieron ofrendas cerámicas. Son los famosos y magníficos vasos con mangos vertederos de El Agujero”. Con la información de que se dispone, incluido algún croquis, Onrubia considera “que recuerda a las bazinas escalonadas del norte de África (de hecho es lo más parecido que tenemos en las islas a los monumentos funerarios norteafricanos). También las prácticas funerarias que acredita son singulares. Aparecen cinco cadáveres dispuestos en fosas excavadas en el borde del monumento, siguiendo el diseño de la circunferencia máxima del mismo y tiene también un osario central cerrado, por lo que parecen ser los batientes reutilizados de las puertas de madera de dos casas prehispánicas”. A diferencia de La Guancha, con una datación entre los siglos XII y XIII, el enterramiento del desaparecido túmulo del Agujero no se sabe de cuándo es. 

Si estos cementerios del norte de la Isla destilan una jerarquía social, no todos los enterramientos nos hablan de una desigualdad ante la muerte. Hace tan solo dos años se descubrió una cueva funeraria en Guayadeque, en la que prima la igualdad –ver Canarias Ahora 2020-, ya que los restos de las 169 cadáveres localizados estaban embutidos en fardos vegetales o con pieles. Las dataciones oscilan entre los siglos VII y XI, precisamente en las centurias en las que predominaron los cementerios tumulares.

La estratificación social también se ha observado en la dieta. El doctor Conrado Rodríguez ha constatado en Tenerife que “el 90% de las momias tienen un aporte de proteínas entre un 10 y 20%, según la comarca, superior al resto de la población, además de una esperanza de vida mayor. Está claro que las dietas protegen y demuestran que una minoría tenía la capacidad de controlar de los recursos frente al resto de la población”. El equipo de El Museo Canario también ha comprobado la desigualdad en la dieta, incluso entre sexos, en detrimento de la mujer.

El pescado y las lapas fueron un complemento a la dieta aborigen. Tenerife y Gran Canaria son las islas más estudiadas, al tener más restos humanos, universidades y mayor capacidad científica de sus museos antropológicos. En la mayor del Archipiélago, Conrado Rodríguez detecta “desigualdades en la dieta y en la esperanza de vida en cantones fronterizos, como Tegueste y Tacoronte, con diferencias notables en el consumo de carne”. La presencia del pescado está generalizada prácticamente en todo el periodo guanche. En La Palma también, como se ha comprobado con las excavaciones realizadas en El Tendal. En Gran Canaria, la dieta marina se acentúo a partir del siglo XI, con el aumento de poblados en el litoral, pero existía desde el inicio del poblamiento.

 El estudio de los muertos, además de la dieta, ha permitido comprobar algunas de las patologías que sufrían los aborígenes. Se ha comprobado, a través de estudios de isótopos y de la salud dental, una disminución de la caries precisamente por el consumo de pescado. “Disminuye en la población asentada en la costa respecto a la de interior”, señala Teresa Delgado. Ese contacto con el mar propicia una enfermedad que no se ha detectado en la población de interior: la exostosis o crecimiento anómalo del conducto auditivo. En la actualidad, es una patología que sufren muchos surferos.

El Museo Arqueológico de Tenerife, la cátedra de Tecnologías Médicas de la ULPGC y Hospitén realizaron, en la primavera de 2019, una novedosa investigación que consistió en escanear las momias del guanches del MUNA. El trabajo lo dirigió el catedrático Manuel Maynar y la parte antropológica el doctor Conrado Rodríguez. Los tac “nos han permitido conocer”, explica Maynar, “patologías como la sinusitis, periodontitis, microinfartos o microfracturas”. Han mostrado que atesoraban “unas condiciones de salud mejor que sus contemporáneos europeos”, señala Rodríguez, pero como agrega el propio investigador, “estas momias no representan a la sociedad media guanche porque los marcadores de estrés nutricional son bastante menores”. La esperanza de vida media estaba en torno a 32 años, ligeramente superior a la media europea del siglo“.

Mortalidad infantil

Las investigaciones realizadas por el equipo del Museo Canario arrojan conclusiones interesantes sobre la muerte en la población infantil. La primera es la elevada tasa de mortandad perinatal, “por causas endógenas que tienen que ver, principalmente, con el estado de salud maternal, la nutrición o partos prematuros”, señala Delgado. Otro aspecto que han desvelado los arqueólogos es “el trato diferenciado, porque ”los enterramientos perinatales no están presentes en los cementerios de superficie“, que surgen a partir del siglo VIII. Antes, se enterraban en contextos familiares, porque ”hemos visto niños en cuevas de habitación“, indica Verónica Alberto.

Selene Rodríguez Caraballo está realizando su tesis doctoral sobre el registro funerario de la población subadulta de Tenerife. Debido a que se han descubierto pocos cuerpos infantiles, “no podemos afirmar categóricamente que existan diferencias respecto a la población adulta”. No obstante, “sí hemos observado similitudes en todo el registro infantil asociado”, porque los restos que se han encontrado en las Cañadas del Teide “aparecen en oquedades y huecos en las paredes de cuevas”. Lo que resulta más complicado es “determinar la causa de muerte exclusivamente a través de sus restos óseos. En algunos casos, como por ejemplo las marcas de traumatismos, sí nos permite establecer algunas posibles causas de muerte”. En este sentido, la investigadora de la ULL sostiene que, de momento, “los individuos que han sido estudiados no han presentado signos evidentes de patologías o traumatismos que fueran el motivo de su fallecimiento”. 

Cuestionada sobre la práctica de infanticidio en determinados momentos de carestía, que menciona algún cronista, Selene Rodríguez considera que “estudios recientes en Gran Canaria nos han hecho replantearnos ideas que se tenían afianzadas en el imaginario sobre las relaciones que los aborígenes mantuvieron con sus menores”. La arqueóloga se refiere a restos de bebés encontrados en Cendro (Telde).

Investigadores del Museo Canario, la Universidad de La Laguna, Cabildo y Tibicena publicaron un artículo en International Journal of Osteoarchaeology en el que se refutan las hipótesis de un supuesto sacrificio ritual o infanticidio para controlar el crecimiento de la población.

Los autores de ese trabajo, como publicó Canarias Ahora, “ven en esos restos infantiles el reflejo claro de lo duro que era parir y nacer, en aquellas sociedades aborígenes. A su juicio, esta tesis la apuntalan varios datos objetivos de contexto: esos restos no están en urnas, ni junto a otros restos animales u objetos que delaten una finalidad votiva. La mayoría corresponde a niños nacidos entre las semanas 36 y 37 de gestación, las mismas en las que la literatura médica sitúa la mayoría de las muertes naturales de neonatos. El 75 % son niños, lo que concuerda con la mayor exposición genética y biológica de los varones a la muerte perinatal. Ante la falta de evidencias directas de infanticidio, los científicos señalan en su artículo que ”teniendo en cuenta las elevadas tasas de mortandad natural que serían de esperar en esta población y la distribución de edades de muerte descritas, todo apunta a que los depósitos de Cendro reflejarían un patrón natural de mortandad perinatal. 

Conviene tener en cuenta, como nos recuerda el profesor Onrubia, que “los datos de las crónicas sobre infanticidios se refieren solo al momento final”. No le sorprende la ausencia de “evidencias esqueléticas de esta práctica”. Para que un neonato no prospere basta con no alimentarle. “Conocemos muchísimos casos en la Edad Media en que las mujeres, ante situaciones de carestía, dejaban morir a sus hijos de inanición o los asfixiaban declarando a continuación que habían muerto en la cama junto a ellas porque, sin darse cuenta, los habían ahogado con su propio cuerpo mientras dormían”. 

Aunque hay mucho camino por explorar, el estudio de la muerte en los últimos diez años, como han expuestos los expertos, ha aportado luz a la vida y a la propia muerte de la cultura amazige que pobló y colonizó Canarias durante los primeros quince siglos de la era común. Hoy, como acabamos de leer, hay más certezas que sombras sobre el mundo funerario de los primeros pobladores del archipiélago. ¿Pasa lo mismo en el universo de las creencias? ¿La ciencia ha avanzado tanto en la última década en el campo de las divinidades como sí lo ha hecho en el ámbito funerario? La respuesta la encontraremos en el próximo capítulo: El cielo, entre las creencias y la astronomía a indígena.

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