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Otra carta de las izquierdas
Queridos compañeros y compañeras de las izquierdas,
Os escribo con ausencia total de ironía y con el ánimo sincero de contribuir a la reflexión. Sé que en estos tiempos esto suena poco creíble, y que nuestra historia no es precisamente una de camaradería y cariño. Tenemos diferencias. Conocemos el paño. Pero más allá de eso, si escribo esto es porque estoy convencido de que compartimos vocación de transformación social.
Creo que ante el panorama abierto por la crisis en la Presidencia del Gobierno hay que salir del psicodrama afectivo, de posiciones morales y de una batalla por quién fue más reprimido. Creo que toca hacer un análisis político más general y sereno y hacernos alguna pregunta. Lo intentaré brevemente.
A diferencia de otras coyunturas históricas, en la presente nos han impuesto una dicotomía entre dos posiciones muy diferentes.
Una posición defiende el presente, tratando de conservar el sistema político y económico actual. A veces con más convencimiento y otras como mal menor, pero se trata de defender el “statu quo”, lo que hay, lo realmente existente. Un campo esencialmente conservador, aun cuando lo abanderen los partidos progresistas. “Virgencita que me quede como estoy”.
El otro campo es el de la reacción, la destrucción del sistema actual caminando hacia un modelo ultracapitalista donde ni los derechos civiles, ni los servicios públicos pongan freno a los beneficios de una minoría. Un campo que tiene una propuesta, monstruosa, pero una propuesta, al fin y al cabo.
Y ante esto, ¿dónde nos colocamos la gente de izquierda? Evidentemente radicalmente en frente de la segunda de las opciones. Pero ¿de verdad vamos a asumir sin más colocarnos en el campo que defiende el “statu quo”?
Siento aguar la fiesta, pero no estoy por llamados a “defender la democracia” sin más. Contra la extrema derecha todo, pero hasta ahí. Creo que nuestro papel, allá cada una desde donde pueda y quiera, es construir un tercer campo: el de un futuro mejor
El problema reside en que cuando hablamos de apoyar lo que ya hay, hablamos de defender un sistema en el que perdemos derechos civiles y económicos día a día, en el que mucha gente sobrevive sin lo mínimo y donde la precariedad vital es la norma. Los datos están ahí. El mal menor es mal, no se nos olvide. Y, además, los que peor lo pasan ni escriben artículos ni marcan la agenda.
Asumir que solo es posible que existan esos dos campos es directamente asumir que no hay otro futuro posible que lo actual o la reacción. Y en ese caso, suscribo la pregunta de Pedro Sánchez: ¿merece la pena?
Pues sinceramente no, no merece la pena que la gente de izquierdas nos metamos en berenjenales para acabar haciendo lo que hace el PSOE. Que, por cierto, lo hacen mucho mejor, básicamente porque se lo creen.
Siento aguar la fiesta, pero no estoy por llamados a “defender la democracia” sin más. Contra la extrema derecha todo, pero hasta ahí. Creo que nuestro papel, allá cada una desde donde pueda y quiera, es construir un tercer campo: el de un futuro mejor.
Un futuro que sea totalmente distinto al actual, donde la democracia cobre un sentido pleno, llegando a los trabajos, a la propiedad privada de lo que genera la riqueza, a la forma en la que se construyen las ciudades y pueblos, a la gestión del planeta y la naturaleza, a todos los derechos nacionales y a las relaciones sociales y de género. Nada de esto se encuadra en el campo de lo que ya tenemos, nada de esto es posible dentro de la defensa del modelo actual. Un tercer campo con una propuesta que no pase por conservar lo actual, una tercera posición que proyecte un futuro.
A Buenaventura Durruti nadie pudo decirle nunca que no se enfrentó con todas sus fuerzas a los monstruos de la reacción. Pero también dijo siempre que llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Y eso sí que merece la pena
Será que soy de Andalucía, la periferia en la periferia, y aquí los debates de la corte no llegan a las tasas de paro, precariedad y emigración. Y también aquí sabemos, por experiencias históricas del pasado, que plegarse a lo de siempre no nos permite vislumbrar ese futuro mejor.
No soy ingenuo. Esta tercera posición ni tendrá rédito electoral inmediato (tampoco es que nos vaya de lujo, vamos) ni conseguirá la aprobación de los cronistas de la corte. “No estáis a la altura”, dirán. Pero sospecho que tenemos diferentes formas de medir “la altura”.
A Buenaventura Durruti nadie pudo decirle nunca que no se enfrentó con todas sus fuerzas a los monstruos de la reacción. Pero también dijo siempre que llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Y eso sí que merece la pena.
Un abrazo compañero desde Andalucía.
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