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De bonus, compensaciones, salarios y ejecutivos

Carlos Carnicero / Carlos Carnicero

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Naturalmente esos contratos están pactados en la pirámide de esa empresa, a la que acceden por un sistema de cooptación por ellos mismos. Reciben gratificaciones millonarias por gestionar intereses que ni siquiera son de su propiedad y en los que no arriesgan nada. Cuando las cosas van mal no reciben sus bonus, pero tampoco pagan sanciones. Tienen premios pero no están dispuestos a recibir castigos. Cuando los números no salen, los despedidos son los trabajadores que tienen un salario normal que siempre está convocado a la moderación, a diferencia del de sus jefes.

El presidente Barack Obama se ha apresurado a declarar que va a estudiar todas las fórmulas legales posibles para tratar de evitar que puedan aplicarse esos regalos con fondos públicos los directivos de AIG.

En España la catástrofe económica es de otra naturaleza que la que está ocurriendo en el sistema financiero de los Estados Unidos. Pero los excesos, los bonus y los regalos de las élites económicas de las empresas son de una naturaleza parecida. Y cuando llegue el momento de pedir ayudas públicas, si la morosidad de los bancos se dispara, el argumento de salvar el sistema financiero, que será sin duda real, obligará a invertir dinero público. ¿En ese caso los ejecutivos devolverán sus premios?

Hay algunas preguntas que debiéramos empezar a formularnos colectivamente para tratar de reflexionar sobre el conjunto de las cosas que están ocurriendo.

La primera de ellas es si el hecho de que las corporaciones sean de naturaleza privada justifica y hace permisible las enormes diferencias salariales y el desparpajo con el que los ejecutivos se auto aplican gratificaciones que no tienen que ver con el salario de la inmensa mayoría de las personas en una desproporción obscena que en algunos casos multiplica por 2.000 el salario más bajo. El justificante de esas diferencias es que el talento de esos ejecutivos, pagados con cifras astronómicas, crea riqueza. Pero esa riqueza es el resultado del esfuerzo del conjunto de los trabajadores de la compañía que sin embargo se quedan al margen del premio. ¿Debemos aplicar ese criterio al mundo de la universidad o al de la medicina? La obligación de todo trabajador, del nivel que sea, ¿no es hacer de la mejor forma posible su trabajo? ¿No recibe un salario por cumplir su obligación?

¿Por qué ese sistema de primas? Y, sobre todo, ¿por qué se las adjudican a sí mismos con el paripé de informar a un consejo de administración que controlan y a una junta general que no tiene capacidad de organizar el criterio de las minorías que son mayoritarias pero no lo pueden ejercer?

¿Qué papel tiene el Estado como árbitro de que la sociedad no sea tan obscenamente injusta en las diferencias? Los casos de los presidentes de algunas corporaciones españolas son paradigmáticos: 16 millones de euros de sueldos, bonus y plan de pensiones en el año 2008. ¿De verdad son asimilables esas retribuciones salariales comparándolas con los salarios medios de este país? ¿De verdad es razonable un sueldo de dos mil seiscientos millones de pesetas al año por mucho dinero que haya ganado la compañía presidida por quien así se quiere?

Esta crisis debiera abrir periodos para la reflexión tanto si tiene una salida razonable y a corto plazo como si no la tiene, porque ha puesto en evidencia no sólo la falta de controles del Estado sobre la economía, de la política, donde radica la soberanía de las sociedades, sobre el mundo financiero. Nos ha hecho fijarnos en un mundo tan injusto como el que permite retribuciones de esta naturaleza en quienes siempre llaman a la flexibilidad laboral, al despido libre y a la moderación salarial, pero términos referidos siempre a sus subordinados y no a ellos mismos. Y, ¿qué dicen los partidos de izquierda y los sindicatos de esto? ¿Alguien tiene noticia de una protesta sobre este particular?

*Periodista y analista político en elplural.comelplural.com

Carlos Carnicero*

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