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Espacio de opinión de Canarias Ahora

Cuánta razón tenían

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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En estos años he tratado de comentar y, en ocasiones, de denunciar determinadas actuaciones, declaraciones o modos de hacer las cosas, basándome en mi propia experiencia y en los principios que me inculcaron en mi familia.

Sin embargo, estúpido de mí, la realidad y las privilegiadas mentes de los anónimos comentaristas ?y de otros que ahora nombraré- me han demostrado lo contrario. Yo, cual Quijote de tercera categoría me estaba empeñando en ver molinos allá donde había paraísos terrenales dignos de descubrir.

De ahí que cuando, hace unos años, asistí al lamentable,perdón, imaginado espectáculo callejero ?en pleno centro de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife- de un señor (ya me ha quedado claro que no era un “chulo” en el sentido más peyorativo de la palabra) hablando con una señorita (no un “chulo” de putas, voceando a una de sus chicas, y reprimiéndose las ganas de pegarle) yo fui un mal pensado y no me di cuenta de que aquello era una pacifica conversación, en el centro de una ciudad en la que no pasa nada, y todo está “divino de la muerte”.

Otra cosa es Gran Canaria, isla que no sólo es una “Sodoma y Gomorra contemporánea” sino que ostenta un adjetivo “Gran” (de grande: Que supera en tamaño, importancia, dotes, intensidad, etc., a lo común y regular) injustamente otorgado, como muy bien se molestan en demostrar los paladines del periodismo de la isla del Teide.

Gracias al trabajo de algunos privilegiados columnistas de Santa Cruz de Tenerife, la infamia y afrenta que supone que una isla tan depravada como Canaria lleve el “Gran” delante no ha permanecido oculto de la opinión pública.

Una opinión pública que sí conoce las conjuras del llamado Sanedrín de Vegueta, nido de víboras canarión, al servicio de aquellos que se han juramentado para acabar con los históricos y legítimos derechos de los habitantes de la provincia de Santa Cruz de Tenerife para ser la guía espiritual del archipiélago canario.

Por culpa de ellos, como ya ocurriera con las conjuras Judeo-Masónicas en tiempos del general Franco, el archipiélago está sumido en un caos del que sólo una independencia plena y efectiva de la metrópoli ?muda conspiradora, que evita pronunciarse ante los deseos de los prohombres de la isla de Santa Cruz de Tenerife- nos podrá devolver al sitio que nos corresponde.

Para colmo de males y sobre todo para quienes hemos vivido en la ignorancia, en la mentira, hay personas que se han empeñado en hacernos creer que ellos tenían la razón, robándosela a sus legítimos poseedores. Los nombres de los juramentados son muchos, como en cualquier revuelta de estas características ?tal y como demostrara el general Augusto Pinochet tras su acción liberadora de las hordas rojas, acción tan grande como para llenar el Estadio Nacional de fútbol de Chile- pero hay un nombre que parece haber ganado protagonismo.

En este caso, y para acentuar más el bochorno, se trata de una mujer, periodista, redactora jefe de un periódico de Canarias y capaz de poner en solfa a los más viejos del lugar, algo impensable hace unas décadas.

Su nombre es Teresa Cárdenes y su mayor pecado es no plegarse a las consignas de quienes tienen en su mano la solución para que el archipiélago, ya con Santa Cruz de Tenerife como faro indiscutible de liderazgo, alcance el nivel paradisiaco que tanto se empeñan en negar desde Canaria.

Sus proclamas son propias de una periodista inicua, terrorista de la pluma, detestable y fracasada. En resumen, una basura humana. Además, atenta contra la unidad insular y pone en peligro la labor emprendida por quienes entendieron que la única manera de devolver la cordura al archipiélago era desatar un pleito insular, cuyas verdaderas raíces eran regresar al status quo que nunca se debió perder.

Cárdenes simboliza todo aquello que pone en peligro la buena marcha de Canarias y demuestra que quienes pensábamos de otro modo, no nos habíamos detenido a pensar qué era lo que nos convenía. Un error que si no se subsana pronto, acabará por dejar las cosas como están y eso, a la luz de la historia, no se puede permitir.

Claro que el hombre es un animal que suele tropezar más de una vez en la misma piedra, y en mi caso, hay que añadir que soy un romántico de los que disfruta cuando las cosas no salen como la mayoría quisiera.

Por ello, y después de comprobar que el papel, aunque sea virtual, lo aguanta todo, tengo que admitir que, por mucho que me cueste, no acabo de creerme que el señor que hablaba con la señora en las calles cernadas a la Recova santacruceza, no fuera un detestable “chulo de putas” cuya única virtud radicaba en explotar a las chicas bajo su yugo.

Ni me molesta, ni considero un problema ?de ningún tipo- el que la isla en la que nací lleve el gran delante. Preocuparse por esas cosas deja clara la falta total de interés por solucionar cualquier problema que afecte a nuestras islas y sus habitantes.

Igualmente les digo que el sanedrín de Vegueta sólo existe en sus deterioradas mentes, al igual que la conjura judeo-masónica era una coletilla utilizada por la dictadura franquista para escudarse ante su propias miserias.

En relación con quienes no piensan como ellos -grupo que mejor acabara retenido en un estadio de fútbol como hizo el demente asesino de Pinochet con todos aquellos que se opusieron a su sangriento golpe de estado- les aseguro que es un placer formar parte de ese grupo, aunque todavía me quedan muchas cosas por aprender.

Y en relación con lo sucedido con una profesional con mayúsculas como Teresa Cárdenes y con quien tuve el enorme placer y honor de trabajar hace una década, no estaría de más que alguien fuera capaz de decir basta ya de tanta Barvaridad.

Tengo claro que Teresa Cárdenes se sabe defender solita, pero no sé lo que están pensando los lectores del periódico de más tirada del archipiélago, apoyando a un editor que está empezando a dejar pequeñas la demencia, el fanatismo y la razón del senador Joseph McCarthy, megalómano instigador de la caza de brujas de los años cincuenta en los Estados Unidos.

Son los lectores, y no el parlamento, quienes deberían pararle las patas a quien utiliza un medio de comunicación para insultar y demonizar a quien sólo pretende ejercer su derecho a informar al resto de la ciudadanía.

El pensamiento único nunca le ha aportado nada bueno a la sociedad, pero hay muchos a los que les cuesta aprender.

Sólo espero que el ejemplo que está dando Teresa Cárdenes, comportándose como una profesional en vez de soltar los “perros de la guerra” contra tanto desaprensivo, deje bien claro que los únicos periodistas inicuos, terroristas de pluma, detestables y fracasados, son quienes actúan de la manera que lo hacen, fomentado la ruptura, las mentiras y medias verdades, apoyando a quienes sólo esperan medrar a la sombra de tanta insensatez.

El resto de mis pensamientos, mejor me los guardo.

Eduardo Serradilla Sanchis

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