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Infodemia y confusión

Rafael González Morera

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Estamos en el año de la confusión, en primer lugar porque el coronavirus, o COVID-19, es un bicho maligno al cual los científicos todavía no han podido controlar, ni siquiera identificar. De la pandemia ha nacido la “infodemia”, que consiste en que se generado una excesiva cantidad de información referido al problema del coronavirus, y esta “infodemia” ha sido la causante que se haya llegado a una gran confusión. El problema es que estos desconocimientos han generado una alarma social dentro del estado de alarma, y entre que si esta mascarilla es la buena, y aquella otra no es eficiente, que si en la playa aparte de caminar se puede nadar deportivamente, y tantos detalles no suficientemente aclarados, llegamos a casos como el que se ha dado recientemente en Irán, que se extendió el bulo que ingerir alcohol industrial prevenía del corona virus, y esta barbaridad causó al menos treinta muertos de entrada, y un aumento espectacular de la compra del dichoso alcohol.

Entre tanta consusión y la nueva “infodemia”, me tropiezo con el libro de José de la Vega, impreso en Amsterdam en 1688, en el cual se describe un diálogo curioso entre “filósofo agudo, un mercader discreto y un accionista erudito”. Creo que de producirse ese diálogo en el momento presente el filósofo diría que está terminando una página de la historia después de que el mundo capitalista intentara sin éxito ser uno solo, el final de la globalización se siente, se siente, está presente. Cómo al parecer la confusión es lo que más reina en el mundo, no se puede uno fiar de los pronósticos del Fondo Monetario Internacional (FMI) ni del Banco Central Europeo (BCE), y menos al estar Lagarde de presidenta del primero y De Guindo de vicepresidente del segundo, menuda pareja.

¿Y qué diría el mercader discreto actualmente? Teniendo en cuenta que no estamos en 1688, sino en el conflictivo y confuso 2020, objetaría de la actividad fabril que obligará a reconocer que más de 50.000 grupos extranjeros se nutren de proveedores de la República Popular China, que los sectores del textil, siderurgia, metalúrgica, informática, electrónica, química, farmacéutica dependen de la técnica china, y el mercader discreto tomando una cerveza en mayo 2020 con un grupo de amigos, no más de diez, en la Avenida de Las Canteras, diría sentenciando el tema “les aconsejo que a sus hijos les pongan a estudiar chino, es el idioma del futuro, y a mi hijo y a mi hija cuando se acaba el dichoso bichito, les mandaré todos los años a pasar un mes en China”.

Por su parte, el accionista erudito, en plan enterado y tal, se refirió a los mercados financieros que andan entre síntomas febriles y un pánico disimulado, a sabiendas que los bancos no van a poder contrarrestar la crisis del coronavirus. Y en plan experto aconsejó no comprar acciones ni moverse un ápice en los bursátiles “mientras se cruza un río tan agitado es mejor no cambiar de caballo”, pero al final informó a sus preocupados contertulios que España saldrá de esta situación gracias al gran trabajo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Pidieron cava catalán y festejaron el pronóstico por todo lo alto, y todos se olvidaron de la infodemia.

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