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España es Bélgica

Luis Martín

Es el resultado de un vuelco político a medio hacer. La “vieja política”, representada por el Partido Popular de Mariano Rajoy y el Partido Socialista de Pedro Sánchez, sufrió ayer una debacle en toda regla, pero insuficiente para que una nueva mayoría de políticos “emergentes” tome el relevo con garantías. Los ciudadanos pidieron el cambio, pero sin la convicción necesaria para avalarlo.

Así, España partirá el año debatiéndose entre una gran coalición del bipartidismo que agoniza, la única opción que el nuevo arco parlamentario contempla sin fisuras, o un frágil gobierno de izquierdas en minoría.

La primera opción es suicida para los socialistas, pero tentadora para un Pedro Sánchez que a esta hora debe estar sintiendo el aliento de un Mariano Rajoy en pánico y el de una Europa que no puede permitirse otro dolor de cabeza en la periferia.

La segunda opción llevaría a Sánchez a la Moncloa, con menos imposiciones por parte de un Pablo Iglesias que al final no logró superarlo en votos, pero con envenenadas exigencias desde formaciones nacionalistas. Y todo, contando con la abstención de un Albert Rivera que se resiste a apoyar pactos de “perdedores” y para quien, entre otras cosas –y comprensiblemente– la reforma de la Ley Electoral es condición sine qua non para abrir cualquier diálogo. No en vano el líder de Ciudadanos anunció dicha condición en su comparecencia postelectoral.

Y si mal lo tiene Pedro Sánchez, peor futuro acecha a Mariano Rajoy cuyas posibilidades de formar gobierno se antojan incluso más difíciles de fabular. Cosecha lo que ha sembrado a lo largo y ancho del paisaje político del país que gobernó con tanta soberbia. Al popular sólo le queda lo que anoche comenzó a hacer desde el balcón de la sede de su partido: advertir de los peligros que corre el país en caso de que las turbulencias políticas irriten a los mercados.

Y luego está Europa.

La cuarta potencia del euro se enfrenta al peor escenario posible para sus socios en Europa: castigo a la “vieja política” a favor de los “emergentes” a costa de la estabilidad política del país.

Por estas fechas el año pasado se gestaba el fin definitivo del bipartidismo en Grecia con la irrupción incuestionable de Syriza, la amalgama de izquierdas que soñó con plantar cara a Bruselas y que terminó como terminó. Cierto es el manido “España no es Grecia”. El problema es que ahora mismo España no es ni Portugal. El panorama político podría acaso ser Italia según evolucionen las cosas. Sin embargo, ahora mismo España es lo que fue Bélgica hasta hace muy poco, un estado en el limbo.

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