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Quosque tandem abutere, Iglesia, patientia nostra...

Israel Campos

Las Palmas de Gran Canaria —

Cuando creemos que después de llevar quince años de este siglo XXI, hemos alcanzado ciertos progresos que hace tiempo parecían inalcanzables, nos despertamos una mañana encontrándonos con que el Boletín Oficial del Estado sanciona por escrito unos contenidos educativos que nos retrotraen a siglos oscuros y superados.

El BOE nº 47 de 24 de febrero de 2015 recoge los nuevos contenidos, criterios de evaluación y estándares de aprendizaje evaluables de la “nueva” asignatura de religión católica dentro de la última reforma que el ministro Wert tuvo a bien imponernos. Lo suyo sería debatir de entrada la pertinencia o no de la existencia de una asignatura de religión de una confesión determinada dentro del ámbito de las aulas. Parece evidente que mientras los acuerdos con la Santa Sede sigan en vigor, ningún gobierno de los que hemos tenido se va a atrever a denunciar esa pervivencia franquista en nuestro sistema educativo. En cualquier caso, la única cabida posible de la religión en las aulas debería ser bajo el marco del estudio histórico del fenómeno religioso, como muy acertadamente ha señalado el profesor Díez de Velasco en su artículo:“ La enseñanza de las religiones (en plural) en la escuela en España Historia, problemas y perspectivas” Por ello, no deja de ser lamentable que se le dé respaldo legal a la enseñanza en el interior de las aulas a un credo concreto, mantenido por el erario público y con un profesorado elegido a partir de una “idoneidad” establecida por el obispo de turno.

Pero todo esto se ve agravado si nos detenemos brevemente en observar algunos de los contenidos que conforman el desarrollo pedagógico y curricular de esta asignatura: “La estructura del currículo de Educación Primaria intenta poner de manifiesto la profunda unidad y armonía de la iniciativa creadora y salvífica de Dios. El primer bloque parte de los datos más evidentes: la constatación de la realidad de las cosas y los seres vivos, de modo especial el hombre. Se nos impone su existencia como dato evidente. En un segundo paso, si la persona no se queda en el primer impacto o simple constatación de su existencia, tiene que reconocer que las cosas, los animales y el ser humano no se dan el ser a sí mismos. Luego Otro los hace ser, los llama a la vida y se la mantiene. Por ello, la realidad en cuanto tal es signo de Dios, habla de Su existencia”. Resulta paradójico que se haga una apelación en los contenidos y en el aprendizaje para reconocer “los diferentes métodos utilizados por las personas para conocer la verdad”, “conocer los momentos de conflicto entre ciencia y fe”, “reconocer con asombro y comprender el origen divino del cosmos”, cuando el punto de partida como hemos visto arriba es “tener que reconocer” que las cosas no salen por sí solas. El Creacionismo se introduce en las aulas desde el primer párrafo y sirve como justificación para toda una asignatura entera.

No soy partidario de negar el más que evidente sentido histórico que la experiencia religiosa ha dejado en la evolución de las sociedades humanas. De hecho, soy un defensor convencido de que los jóvenes necesitan integrar en su formación un conocimiento de cuál ha sido el papel que las diferentes religiones han desempeñado, contextualizado todo desde una perspectiva histórica para entender los elementos que definen su propia sociedad actual, y para poder entender mejor los acontecimientos que hoy están acaparando los titulares de los servicios informativos.

Pero utilizar el espacio de las aulas para catequizar supone contaminar un espacio educativo de elementos que no deben condicionar la manera de relacionar a los estudiantes con los conocimientos que adquieren. El esfuerzo que hace la Iglesia Católica por eludir esta finalidad conversora desde esta asignatura (“ Conviene subrayar, por tanto, que lejos de una finalidad catequética o de adoctrinamiento, la enseñanza de la religión católica ilustra a los estudiantes sobre la identidad del cristianismo y la vida cristiana”), se contradice como hemos visto no sólo con el desarrollo curricular de la materia, sino con la frase que sigue al entrecomillado que acabo de citar: “La estructura del currículo de Educación Secundaria intenta poner de manifiesto la profunda unidad y armonía de la iniciativa creadora y salvífica de Dios”. Sólo es posible alcanzar este objetivo en clave de fe, es decir, sólo es posible entender la actividad “salvífica de Dios”, si antes se cree en su existencia. Y eso, en un aula no puede ser un criterio de evaluación.

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