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Amor de hombre

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España está dividida entre los que creen a Pedro Sánchez y los que no, entre los que lo aman y los que lo odian, entre los que sueñan con él y los que tienen pesadillas. El presidente del Gobierno de España ha dicho basta y se ha rebelado ante el acoso constante y despiadado de una oposición que aún no ha asumido que no tiene el poder político ni el número de diputados suficiente para gobernar.

Algunos repugnantes dirigentes de la oposición han querido descalificar al gobierno desde el minuto uno, llamándolo ilegítimo falsamente. Han vuelto a poner en funcionamiento el sindicato del crimen, que a punto estuvo de acabar con Felipe González por las bravas y de manera espuria antes de tiempo. 

La decisión de Sánchez de parar para poder reflexionar unos días sobre su futuro político y personal ha dejado a todo el mundo descolocado, en fuera de juego, aunque especialmente a la derecha que lleva cinco años machacándolo y deshumanizándolo con todo tipo de sucias campañas, ofensas e insultos.

La gota que colmó el vaso ha sido que un juez conservador, padre de una concejal del PP en Pozuelo de Alarcón, haya iniciado una investigación después de que el seudo sindicato ultra y mafioso Manos Limpias haya presentado una denuncia contra Begoña Gómez, la mujer del presidente, aportando unos simples y burdos recortes de la prensa ultraconservadora y algunos bulos, como el que publicó el digital de una ricachona venezolana que confundió (¿seguro o fue premeditado?) a Begoña Gómez con una empresaria cántabra del mismo nombre. 

Algunos desaprensivos han querido comparar el caso de la mujer de Sánchez con el del novio de Ayuso. Hay una diferencia abismal y notable: Begoña Gómez no está imputada por nada ni se le espera mientras que Alberto González es un delincuente confeso. Su abogado reconoció a la Agencia Tributaria y a la Fiscalía que había cometido al menos dos delitos fiscales. No hay comparación posible. La diferencia es monumental. 

La derechona española había perfilado al presidente socialista como un ser maligno de sangre fría, un diablo insensible, un ogro devoraniños. La reacción de Pedro Sánchez los ha dejado helados y estupefactos porque su comportamiento como persona vulnerable lo humaniza mientras que la oposición llevaba años deshumanizándolo, pintándolo como una persona aséptica, calculadora y sin escrúpulos. Con una sola carta Sánchez ha desmentido rotundamente a sus adversarios, los ha dejado con el culo al aire. 

Pedro Sánchez se ha descubierto como un ser humano de carne y hueso que sufre como cualquier otro. Nos habríamos creído que era un superman capaz de ganar todos los envites y embates sin despeinarse. La derecha y la ultraderecha nos habían dibujado a un ser vil y despreciable cuando en realidad se estaba describiendo a sí misma de manera miserable, como solo ella sabe hacerlo ya que es una experta en la cuestión. 

El acoso a Pedro Sánchez en estos últimos cinco años ha sido total y muchos dudábamos de que realmente fuera un terrícola y no un marciano. Se enfrentó ante la adversidad desde el principio de su carrera política contra los fantasmas y fantoches con los que tuvo que luchar, primero en su propio partido antes de llegar doblemente a la Secretaría General, y después contra sus adversarios políticos despiadados e impíos. Hizo de la necesidad virtud y de tripas corazón porque era la única manera de salir a flote en un mar de insaciables tiburones. 

Estos días lo hemos visto esencialmente como un ser humano frágil y desvalido. Ha tenido la coraza suficientemente dura como para resistir los ataques personales durante un lustro, pero una cosa es él y otra su mujer, sus hijas, su madre, su familia. Él puede aguantar lo que le echen pero no soporta ver sufrir a los suyos.

Pedro Sánchez es un hombre enamorado. A lo mejor, si no lo estuviera, hoy no habría pasado nada porque seguiría con paso firme en la Moncloa. La oposición ha encontrado su talón de Aquiles en su esposa. Para tratar de aniquilarlo ha utilizado todas las artimañas inmorales posibles durante un lustro, a cada cual peor. 

Recientemente aprovecharon las elecciones gallegas para pedirle su dimisión por quedar el PSOE en tercer lugar pero, tras el pésimo resultado del PP y Vox en Euskadi, ni Feijóo ni Abascal han dimitido, a pesar de quedar mucho peor parados. 

Todos estos acontecimientos al menos han servido para algo. Sabemos que el lawfare existe y no es un subterfugio de los independentistas catalanes ni un exabrupto de Podemos ni de Sumar. Ahí están los casos de Victoria Rosell, Mónica Oltra, Íñigo Errejón, Carles Puigdemont, Pablo Iglesias e Irene Montero, fabricados por la casposa y cutre oposición española con la complicidad de jueces ultras. Ahí están los inquisidores Alberto, Santiago, Isabel Natividad o Cuca. 

 Ahora sí es fácil distinguir quiénes son los buenos y quiénes los malos. Estamos rodeados de cucarachas. Sálvese quien pueda. 

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