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Viva la vida

José María García Linares

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Es inevitable pensar (y lamentarse), después de leer en El País la entrevista al ministro de Educación francés el pasado 13 de abril, que pudimos haber sido tan franceses (muy franceses y mucho franceses) como este señor si no hubiésemos hecho gala de nuestra tozudez en el siglo XIX. Se nos metió entre ceja y ceja echar a esta gente y mira cómo estamos ahora, comiendo cruasanes congelados y margarina sin aceite de palma, eso sí, españoles como la copa de un pino, de esos que pierden el sentío por una tradición, una Virgen y un gol de Cristiano. Por eso, cuando este ministro habla, en perfecto castellano, de que “el deber de la escuela es fomentar el placer de la sabiduría, pero esto requiere esfuerzo y trabajo”, todo nos suena a chino mandarín. Nosotros estamos ya a años luz de ese pensamiento proletario, casposo y carca. Trabajo, dice. Nuestros niños van a la escuela a pasar la mañana y, sobre todo, a ser felices. Qué es eso de esforzarse, hombre de Dios. Hay que cambiar de una vez por todas esa manida retórica decimonónica, tan desgastada de los Pirineos para abajo. Menos mal que aquí ya hacemos las cosas de otra manera.

Desde luego, el ministro francés está pidiendo a gritos una respuesta de su homólogo español (‘homólogo’, en las aulas españolas, es una palabra “rara”), nuestro Íñigo Méndez de Vigo, ese hombre que es capaz de ponernos los pelos como escarpias haciendo humor en el Congreso de los Diputados o entonando “El novio de la muerte” en mitad de Málaga (cómo no emocionarnos con la gallardía de Millán Astray ante Unamuno, otro desconocido hoy en las aulas, su “muera la inteligencia, viva la muerte”). Y es que la Semana Santa tiene estas cosas, a veces milagrosas, de convertir un trozo de pan con almíbar en gloria bendita o de hacer posible que cuatro ministros de una democracia aconfesional estén cantando el himno de la Legión en mitad de la calle y que aquí no pase nada. Catalá, Cospedal, Zoido y Méndez de Vigo, tan guapos y elegantes, tan “felices los cuatro” que diría Maluma, “qué importa el qué dirán, somos tal para cual”, y tras ellos Moreno Bonilla, en una discretísima segunda fila, pero haciendo encomiables esfuerzos por entonar mejor que nadie, cerrando incluso los ojos, seguro que intentando mostrar que él también es portador del factor X y claro, cómo no recordar a la Pantoja al grito de “El moreno baila, el moreno ríe, el moreno quiere mover el cuerpo y que todos miren. El moreno baila pero no es de nadie, el moreno quiere mover el cuerpo, le gusta el baile”. Menuda torrija.

Seguro que estas cosas no pasan en Francia, esa república de ateos desorientados obsesionados con el paté, la lascivia y la cultura del esfuerzo. Que nos coman el donut. Por allí el Espíritu Santo no se atreve ni a ingerir alpiste, todo lo contrario que en la corte de los milagros que es España, por donde campa a sus anchas y hace posible la virtud y la maravilla. Por ejemplo en el caso de Chávez y Griñán (como Ortega y Gasset) que no saben dónde iban a parar los millones y millones de euros de los ERE de la Junta de Andalucía. Tan preocupados estaban por el bien de los andaluces que delegaron la gestión en sus consejeros, verdaderos artífices del despilfarro, o las capacidades milagrosas de Cifuentes y Casado que, iluminados por el fuego del espíritu, poseídos del ramalazo postmoderno de Pentecostés, son capaces de aprobar sendos Masters sin asistir a clase, sin examinarse y sin presentar trabajo final. Como concebir sin padre, aunque más práctico y placentero. Aquí también parece que la culpa la tienen todos menos los aludidos y por eso Cifuentes es capar de renunciar a su título (¿?) y quedarse tan pancha en la Presidencia de la Comunidad de Madrid, feliz como una perdiz, como la cabra de la Legión, de la que no hemos dicho nada, la pobre. Con lo que nos gusta respetar en España a los animales.

En fin, que los franceses tendrán su torre Eiffel, su película de Disney y un ministro de educación que sabe de educación, pero ni su liga está a la altura de la nuestra ni su mantequilla tiene nada que hacer contra nuestro aceite de oliva. Nosotros somos así, relajados, pasotas, comodones. Qué pena que no sean tópicos. Mientras tengamos el partido, la cañita y el fin de semana en la playa, todo lo demás parece no importarnos demasiado. Viva la vida, que diría Toñi Moreno, mientras van muriendo tantas cosas además de la inteligencia.

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