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El pozo sin fondo de la mediocridad

Mediocridad.

Ana Tristán

La mediocridad, según la Real Academia que define cosas, es la cualidad del mediocre, del latín mediocris, se refiere a aquello de calidad media, tirando a malo. Un pozo creo que ya sabemos todos lo que es, así que no iré a Google a buscar su definición.

Siempre he sentido temor ante mi propia mediocridad. Al leer algunos de mis textos, trabajos de clase e incluso alguna poesía lamentable que escribí, no puedo evitar sentir vergüenza ajena de mi yo del pasado. Reniego de mí misma, yo ya no soy esa, no se vaya usted a pensar.

La mediocridad no es mala de por sí, como no lo son la cicuta, el bromuro, la quina, ni Felipe González. El problema, tampoco grave, es cuando uno se acomoda y se revuelca cual gorrino en sus propias limitaciones, se enorgullece, infla su ego minusválido hasta reventar.

Una amiga, hace años, me comentó en una conversación que odiaba muy fuerte la palabra “mediocridad” porque implicaba desprecio hacia lo limitado, hacia lo inferior y establecía una jerarquía que a ella le parecía mal.

Me dio que pensar. Aunque no me gusten la soberbia, la envidia, el color amarillo pelo-pollo o colocar la maldita funda del edredón, no van a dejar de existir, ni de estar cíclicamente a la última moda, tendré que ponerla si no quiero llenarme de mugre lentamente al dormir. Aunque no quiera sigo sintiéndome mediocre al escribir algunos textos, al preparar una paella o al rimar mis poesías siempre con “a”.

La mediocridad existe en cada uno de nosotros. Puedo sentirla agazapada, esperando sempiterna detrás de nuestros queridos egos, acechando implacable tras cualquier pretensión. Apretadita junto a la autocomplacencia que nos caracteriza como personas humanas y sociedad democrática, capitalista y cisheteropatriarcal (o como se diga esa palabra tan mediocre).

Pero no tengan miedo. No se sientan ustedes poca cosa ni dramaticen. O háganlo, si tienen ganas. Una aprende a acertar, equivocándose; a limpiar, ensuciándose y a ser genial, transitando, con calzado cómodo, sobre la propia mediocridad.

No quería hablar de temas de actualidad porque estoy en contra. En contra de hablar y en contra de la actualidad, pero voy a hacerlo. El principio de contradicción me parece siempre el mejor de los finales.

Estas semanas hemos visto de nuevo cómo el mundo se va al carajo lentamente. Cómo los medios de comunicación trabajan por hacernos cada día más mediocres, pasivos, ignorantes y enganchados a la opinión de cualquier inútil con o sin máster.

Durante semanas, millones de personas han simulado creer que uno puede caer desde una altura de ochenta metros sin paracaídas y salir indemne. Durante estas terribles y ridículas semanas, la prensa mayoritaria nos ha tomado a todos por tontos. Más aún. Siempre más.

Durante los últimos años, casi décadas, puede que milenios, eso que llaman política ha consistido en amiguismos, naderías, egoísmo y corrupción. Aunque a veces se hagan cosas, como decía Rajoy. No todo va a ser robar, también habrá que cargarse el patrimonio natural de la humanidad.

Como siempre, no es mi intención amargarles a ustedes en el día del Señor y el libre comercio. Líbrenme Dios y el señor Rato. Simplemente me he propuesto como fin último esta mañana de invierno el atacar el endiosamiento cotidiano que me rodea y me atenaza, y el molestar por molestar. Ya me dirán cómo me ha salido.

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