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Que tampoco se las rasguen

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Dejaré a un lado la causa que se esconde detrás de esa decisión, porque ya cansa ver tanta incompetencia y singularidad en una misma forma de entender la política y la sociedad.

Me detendré en la numantina defensa que, de dicho recinto, se está queriendo hacer, algo loable, pero que no me deja de sorprender, sobre todo si recurro un poco a la memoria.

Y me sorprende, porque en anteriores ocasiones en los que un recinto cultural de estas características ha cerrado y/o desaparecido de un determinado proyecto, muy pocas voces se han levantado en su defensa.

Primero que nada ¿ya se han olvidado de que esa misma biblioteca estuvo pendiente de su apertura hasta que la entonces ministra de cultura se dignó a encontrar un hueco en su agenda y así poder ser disfrutada por los ciudadanos de Las Palmas de Gran Canaria? ¿Y qué me dicen de aquel MAGNÍFICO cartel que se colocó, nada más abrir sus puertas, en el que se prohibía estudiar en el recinto? Cierto es que, tras la aparición del mencionado cartel, y a tenor de las quejas recibidas, los responsables se lo pensaron mejor y decidieron cambiar de política, pero el hecho en sí no debería caer en el olvido.

Siguiendo con esta misma línea de pensamiento ¿ya se han olvidado de aquella Biblioteca Pública, la cual debería haber ocupado la parte baja del edificio Woerman y que nunca se llegó a montar? En aquel momento, pocas voces se alzaron en su defensa y no es que la zona en la que se quería ubicar esté muy sobrada de este tipo de recintos. Claro, con la Biblioteca móvil del verano ya hay más que suficiente, pensaron los entonces responsables del ayuntamiento capitalino.

Tampoco he leído y/o escuchado ningún tipo de argumentación criticando el hacinamiento que sufren los estudiantes y los usuarios en general que acuden a las instalaciones de la Biblioteca Pública situada en la plaza de Hurtado de Mendoza. Da la sensación de que no importa que las personas que acuden a esa biblioteca se tengan que ver antes la sensacional escena del camarote, protagonizada por los hermanos Marx, en la no menos memorable película “Una noche en la ópera”. Sin tales enseñanzas, resulta muy complicado encontrar una plaza libre en un recinto que abre las 24 horas del día, muy a pesar de quienes solamente ven el lugar como un lugar de encuentro y ligoteo.

Han tenido que pasar más de diez años, por no decir casi veinte, para que un responsable del área de Cultura del Cabido de Gran Canaria se haya molestado en encontrar una solución que pueda lograr que se amplíen las actuales instalaciones.

Los tres anteriores consejeros del muy conservador Cabildo de entonces, salvo las reformas que se hicieron en el año 2000, no se percataron de los problemas de sobrepoblación que arrastraba el recinto, salvo cuando recibieron una queja de un grupo de estudiantes, pidiendo que se retiraran unos cuadros de una exposición. Dichos cuadros se habían colgado en las salas de estudio, porque no cabían en el espacio reservado para tal fin, situado en la última planta del recinto, y, cuando los colgaron, nadie tuvo en cuenta el trasiego de personas que, a partir de entonces, pasarían por allí, algo que perturbaban el silencio necesario para lograr una mejor concentración. Queda claro que este ínfimo detalle no se le pasó por la cabeza a la “lumbrera” que se le ocurrió colgar los mencionados cuadros en un lugar que no era el más adecuado.

No obstante y ya puestos a pedir, ¿cuál fue la razón por la cual, muy pocas personas, y menos con el afán que ahora demuestran los que quieren salvar la Biblioteca de la Avenida Marítima, protestaron por el derrumbe del Centro Insular de Cultura de la calle Pérez Galdós ? ¿Cómo es que nadie pidió explicaciones ante el desatino de los supuestos técnicos del Cabildo y la indiferencia de sus responsables, los cuales lograron, por el contrario, tener un aparcamiento bien cerca de la puerta de entrada?

Resulta curioso que las personas que disfrutan de la cultura con MAYÚSCULAS, en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria -muchos de ellos, de ideología conservadora- permanecieran con los brazos cruzados entonces, al igual que ahora, tras la inauguración del teatro Pérez Galdós, uno de los pocos, por no decir el único, que tiene butacas con visibilidad reducida de cuantos jalonan la geografía nacional.

Sin dudo lo más curioso, o llamativo diría yo, es que todos estos ejemplos están íntimamente ligados con las tribulaciones y desatinos, a lo largo de más de una década, de los sucesivos consistorios conservadores en la ciudad de Las Palmas. Será que la cultura que ellos defienden siempre tiene que dejar paso a las consideraciones ideológicas, aunque éstas produzcan un desastre tanto en el ámbito cultural como en el resto de la sociedad.

Durante esta semana nos hemos enterado del empeño de un edil de la misma ideología por acabar con la vida de un club de lectura, un empeño que comparte con su afán por contribuir a que la biblioteca pública de dicha localidad permanezca cerrada cuanto más tiempo, mejor.

Las acusaciones vertidas contra dicho colectivo basculan entre consideraciones ideológicas ?tachando a sus integrantes de “Rojos”- y las literarias, pues, según dicho cargo electo, durante las reuniones se leen y comentan libros “pornográficos”. Tal y como se pueden imaginar, se le quedó en el tintero el complot judeo-masónico, tan del gusto de la dictadura franquista. Lo que no queda claro, sin embargo, es qué considera él libros pornográficos, calificativo que, a estas alturas, resulta un tanto... no sé, ¿pasado de moda, ridículo?

Si por lo menos hubiera ofertado una lista de libros recomendados por él, como antaño, encabezados, por ejemplo, por las obras completas de Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, el beato Monseñor Escrivá de Balaguer y las obras completas de Pedro Muñoz Seca, algo más sabríamos.

De lo que no hay duda es que, a buena parte de la ciudadanía, las bibliotecas y su labor formativa se la traen al pairo y poco importa el destino de un recinto de este estilo, mientras tengamos un estadio similar al de Río de Janeiro. Las bibliotecas están llenas de libros y los libros ayudan a que las personas sean libre pensantes, no un atajo de borregos que tragan con cualquier mentira que los mandarines les quieren vender.

Mario Vargas Llosa, en el discurso que leyó tras recoger el premio Nobel de Literatura, expresaba, de esta forma, la importancia de la lectura y los miedos que ésta genera entre quienes no están dispuestos a que nadie les levante la voz. Sus palabras, al revés que las que puedo haber escrito yo a lo a largo de esta columna, son de una claridad meridiana.

Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector corteja la libertad que las hacen posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real.

© Fundación Nobel 2010. Se concede el permiso para la publicación de este texto desde el 7 de diciembre del año 2010, a las 17:30, hora de Suecia

Eduardo Serradilla Sanchis

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