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Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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De nada vale ahora sorprenderse por los desmanes -siempre negados pero cada vez más contrastados- de quienes se sentaron en un despacho oficial para favorecer a una oligarquía y a una manera de pensar que prima el beneficio de unos pocos en detrimento de la mayoría. El resto, sus vanas y huecas palabras, y sus “golpes de pecho” a pocas semanas de las elecciones autonómicas y locales, suena, como siempre, a mentira disfrazada de verdad conveniente y oportuna.

La realidad dicta que, si de verdad hubieran querido beneficiar a los ciudadanos de pie, se habrían preocupado de atar mucho más corto a quienes, desde el principio, estaban allí para hacer caso a las órdenes de su caudillo particular. Otra cosa es que, para mantenerse en el puesto, uno tenga que hacer concesiones y éstas, llegado el momento, se te puedan venir en tu contra. En el juego de las amistades “peligrosas y convenientes” que es el juego de la política, no saber lo que te puede pasar cuando te juntas con determinadas personas, resulta un error que se paga caro, muy caro.

No obstante, la realidad histórico-política de nuestro país, y de nuestro archipiélago especialmente, demuestra que nada es imposible y que con un poco de fe, unos cuantos rotuladores y las ayudas necesarias... cualquiera puede llegar a ostentar el poder.

De ahí que no me extrañaría nada ver, tras las rocambolescas y desastrosas campañas orquestadas por los anteriores responsables del área de turismo, una nueva ornada de propuestas, del tipo ¡Vaya de vacaciones a Myanmar! Si usted es amante de las emociones fuertes, las sangrientas dictaduras militares y la represión más brutal, Myanmar es su lugar de vacaciones.

Piensen, si no, que a una agencia de viajes se le ocurrió ofertar un paquete que consistía en un fin de semana completo en un escenario similar al del campo de exterminio de Auschwitz, con carceleros de la Schutzstaffel y todo, para que no faltara de nada. Por ello, tampoco creo que lo de Myanmar suene tal mal, vamos, digo yo.

¿Y qué decir de la sanidad, que se está repitiendo estos últimos días, tanto por medios insulares como por medios nacionales? Pues que sus anteriores responsables se lo pasaron pipa favoreciendo a la sanidad privada, en detrimento de la sanidad pública. Al final vendrán a tener razón los que dicen que aquellos que no tienen medios, no tienen derecho a recibir ningún tipo de atención, ni médica ni social, ?eslogan esgrimido por el partido republicano norteamericano y por los seguidores de ese crisol de virtudes ensoleradas que es el “Tea Party”.

El mundo, como antaño voceara el carismático líder en Nuremberg es “para una raza superior, ungida con unos dones y atributos que los hacen merecedores de un trato especial”. El resto, sobra o, por lo menos, debe subyugarse a los designios de quienes manejan a la sociedad a su antojo, al ser ellos quienes manejan la caja de los dineros.

¿Dónde se ha visto que quienes pagan las campañas a los mismos políticos que pueden acabar con sus huesos en el banquillo de los acusados, deban compartir los recursos de una nación con quienes son, a todas luces, una rémora para la sociedad? Desde luego que, en nuestro país, tal postulado no está bien visto y hay sectores de la sociedad que no pierden la más mínima oportunidad para recordarlo. Además, ¿a quién se le ocurre tratar de cambiar la idiosincrasia de nuestros ciudadanos, con lo bien que nos va?

Muchos pensarán que es insultante tratar de condenar a un cargo público por aceptar regalos, práctica común y corriente en nuestra sociedad, y durante toda nuestra historia. Lo que terminará pasando es que muchos cargos electos colgarán en su web personal una especie de “listado de condiciones” en la cual se detallará el valor y/ o montante económico del regalo y/ o dádiva, acorde con la petición que se les quiera hacer. De esta forma, nadie se llevará a engaños y las cosas se podrán desarrollar de una forma mucho más fluida y provechosa para ambas partes.

Después queda restablecer los símbolos que hoy duermen el sueño de los justos en un cajón, en especial, las enseñas patrias y demás, y las gentes bienpensantes, piadosas y de buen corazón podrán volver a moverse por el mundo, sin tener que preocuparse por la “Babilonia moral” en la que se ha convertido nuestra sociedad.

¿El resto?... Pues quedará en manos de personas anónimas, ajenas a los cenáculos de poder y empeñadas en la quimera de tratar de cambiar las cosas. Es lo mismo que escribí en esta columna cuando nos enteramos de la pérdida de una sustancial ayuda para la compra de libros -¡Horror! ¡Artefacto sacrílego que debe ser quemado antes de que caiga en malas manos!. Si a quienes nos gusta leer, pusiéramos nuestro “granito de arena”; es decir, un libro cada uno, para aumentar los fondos bibliográficos de la isla, las cosas serían distintas.

También estaría bien que quienes apoyan con tanto celo y devoción a determinados mandarines, marcados éstos por la sombra de la duda, reflexionaran un poco no sea que fueran a caer en el extremo contrario, tal y como le ocurrió a la administración norteamericana, sólido soporte de un sátrapa como lo era Fulgencio Batista. En aquellos años de continuos desmanes, de todo tipo y condición, los responsables del Departamento de Estado no se cortaban en reconocer que la administración de Batista estaba absolutamente corrompida, pero, “como es nuestro corrupto, nosotros miramos para otro lado”.

Triste sería comprobar que las urnas terminen por dar legitimidad a personas que, cuanto menos, han sembrado la duda y el desconcierto en nuestra sociedad, escudados tras su cargos y apadrinados por quienes, sin lugar a dudas, piensan de la misma forma que los gerifaltes del departamento de estado americano en la década de los cincuenta.

Al final, esos errores se pagan caro y siempre lo hacen quienes menos tienen. El resto, de una forma de otra, permanecen a flote, aunque sea a costa de los demás.

Eduardo Serradilla Sanchis

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