A ver qué elige Europa

Eurodiputados asisten a la sesion plenaria del Parlamento Europeo en Estrasburgo

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

Hace unas semanas, en Maastricht, cuatro de los cinco candidatos a la presidencia de la Comisión Europea se confrontaron en un debate, televisado por Euronews, que contó con varios cientos de jóvenes preguntones como ellos solos. Acudieron Jean Claude Juncker (luxemburgués, del Partido Popular Europeo); Martín Schulz (alemán, del Partido Socialista Europeo); Guy Verhofstadt (belga, representante de los liberales) y Ska Keller (alemana, de Los Verdes). No asistió el griego Alexis Tsipras, presentado por Izquierda Europea.

A lo largo del debate, Verhofstadt advirtió el grado de coincidencia de Juncker y Schulz; “¡Ya están estos pactando”, exclamó en tono de broma pero bien sabemos por estos lares que no era broma, precisamente; aunque, eso sí, nos alivie un tanto comprobar que el entendimiento bipartidista de fondo entre socialistas y populares no es endemismo hispano, por más que aquí haya llegado a extremos que ya no logran ocultar los enfrentamientos parlamentarios a cara de perro. Por si fuera poco, Ska Keller, sin duda sorprendida por las propuestas de Juncker, se preguntó hasta donde llegaba su evidente desacuerdo con las posturas defendidas por su grupo, con lo que evocó, al menos en nuestro caso, otro clásico de la derechona hispana: decir una cosa en campaña y hacer la contraria una vez en el machito.

Anécdotas aparte, el debate puso de manifiesto la preocupación por la marcha que trae la ultraderecha, las diferencias entre quienes critican a la UE que el PP mete en el saco de los antisistema y quienes quieren calzar por ella, sin que faltaran consideraciones acerca del déficit y la tradicional abstención electoral; la que según algunos analistas aumentará en los inminentes comicios que convocan a 500 millones de electores para elegir a 751 diputados.

Los cuatro candidatos coincidieron en varios extremos. El principal, reclamar a los 28 jefes de Estado y de Gobierno que permitan a uno de ellos, obviamente el ganador, sustituir a Durão Barroso en la presidencia de la Comisión Europea; lo que es tanto como decir que lo elija el Parlamento salido de los resultados electorales. El que salga elegido de esta forma daría al presidente europeo la misma legitimidad que a los presidentes nacionales y la UE entraría en fase de corrección del déficit democrático que tanto preocupa; de boquilla, al menos.

Eso es lo que nos han vendido pero resulta que el Tratado de Lisboa, de aplicación en este asunto, no consagró ese mecanismo de elección parlamentaria sino que expresó la conveniencia de que los resultados electorales fueran tenidos en cuenta por los gobiernos nacionales a la hora de designar al presidente de la Comisión. En definitiva: el cambio de procedimiento para nombrar presidente de la Comisión interpretado en clave democratizadora resultó ser simple recomendación. En otras palabras: los gobiernos nacionales pueden pasar olímpicamente de los resultados electorales e investir presidente a persona distinta de las que concurrieron a las urnas. No de otra manera se entiende que los candidatos reunidos en Maastricht enviaran a los gobiernos el mensaje de que optar por un presidente que no sea uno de ellos sería la puntilla para la democracia europea. Por algo dijo Daniel Cohn-Bendit, el Dani el Rojo de Mayo 1968, en su despedida de la Eurocámara, que “'la UE es un enano maniatado por los Gobiernos'”. Quién nos lo iba a decir con tanta faramalla.

En el caso español, no conviene al bipartidismo PP-PSOE que cale esta visión del predominio de los gobiernos nacionales, que ha acabado por poner las decisiones de la UE en el ámbito alemán, como miembro más fuerte y en mejores condiciones de imponer sus designios. Interesa a socialistas y populares hispanos mantener intacto su gallinero bipartidista más allá de sus enfrentamientos ante la galería. Los dos son partidos de poder y se les nota. Por poner un ejemplo, me parece significativo que, a pesar de los dimes y diretes, volvieran a repartirse los cargos relacionados con la alta Justicia y el gobierno de los jueces de acuerdo con la correlación de fuerzas parlamentarias. Si en su día Alfonso Guerra proclamó la muerte de Montesquieu, es decir la supremacía del Poder Ejecutivo sobre el Legislativo y Judicial, es Rajoy quien está llevando esa idea a sus últimas consecuencias con el abuso de los decretos leyes y la reforma de la Justicia. Si con los primeros impuso cambios legislativos radicales e irreversibles en la vida de los españoles, Gallardón ha ido por lo derecho a recortar la independencia de los jueces, a reforzar el control del Gobierno sobre el aparato de la Justicia y a levantar barreras de acceso a ella de los ciudadanos, vía tasas. Los socialistas han criticado esas iniciativas pero a la hora de la verdad han vuelto a participar del reparto de los cargos de la cúpula judicial. Hoy por ti, mañana por mí. Tampoco están de acuerdo con la ley de Seguridad Ciudadana contra los majaderos que se manifiesten en las calles, sin esforzarse en frenarla ni entrar a denunciar con mayor energía la ideología antidemocrática que subyace en esa y en otras iniciativas. A lo mejor les aprovecha cuando vuelvan a La Moncloa.

Amagar sin dar

Estas son algunas de las coordenadas de la involución democrática española que nos llega en un totum revolutum con la crisis económica sobre la que brilla por su ausencia el trabajo de pedagogía política que corresponde al PSOE. Hay que subrayar en este punto el uso cabrón que Rajoy hace del “no hay más remedio, lo manda Bruselas” cuando la realidad es, como señala Cohn-Bendit, que la UE ha retrocedido ante los gobiernos nacionales. Estamos, en fin, en una UE de instituciones escasamente democráticas que han permitido la intromisión del Fondo Monetario Internacional (FMI), con lo que ya me contarán.

Es justamente ese déficit democrático comunitario el que ha dado el pretexto a Rajoy y no solo a él para adoptar medidas favorecedoras del primario capitalismo español, que con la crisis se ha puesto las botas a costa del bienestar de las clases medias y populares. Si el tratamiento de la crisis económica ha sido más o menos el mismo en todos sitios, con las diferencias Norte-Sur conocidas y de las particularidades de cada país, la “originalidad” española radica en que también ha servido a la derecha para restar derechos constitucionales a los ciudadanos y asegurarse el apoyo de los núcleos más reaccionarios del país, en los que incluyo a la jerarquía de la Iglesia Católica. Nada de particular tiene que la escasa democracia de las instituciones europeas no haya dado siquiera para un toque de atención. Solo salvan a la UE los tribunales comunitarios que ya le han dado varios rapapolvos al Gobierno de Rajoy en asuntos sobre los que han tenido ocasión de pronunciarse.

Y vuelvo al bipartidismo porque si bien es cierto que los socialistas han puesto el grito en el cielo frente a iniciativas del Gobierno, no se traduce su griterío en proposiciones y acciones políticas que afecten al bipartidismo. Tengo la incómoda sensación de que los socialistas amagan pero no acaban de dar. Mucho molesta al PSOE oír decir que no se llevan paja y media con los peperos, que son tal para cual. Desde luego, es verdad que no son lo mismo, que hay diferencias; como las hay entre las temporadas de moda de El Corte Inglés. Y ya que de tejidos hablo, ahí tienen el síndrome de Penélope que padece la Educación sometida a constantes reformas para complacer alternativamente a las respectivas parroquias.

El peligro ultra

Todas las encuestas conocidas coinciden en que la ultraderecha europea doblará o triplicará sus escaños en el Parlamento de Estrasburgo tras las elecciones del próximo día 25. Refuerza esa impresión los buenos resultados obtenidos en las municipales francesas de marzo pasado por el Frente Nacional, de Marine Le Pen; o el 21% del Jobbik en las legislativas húngaras de hace un mes. Cito a estos dos partidos no solo por lo reciente de sus confrontaciones electorales sino porque también marcan las diferencias que hoy existen entre las fuerzas políticas de ultraderecha. Le Pen, muy en la línea de la grandeur francesa, pone su énfasis en la pérdida de soberanía nacional como resultado de la integración en la UE y quiere expulsar a los inmigrantes, en particular a los islámicos que son hoy, junto con los gitanos, los principales apestados para estos grupos. El Frente Nacional coincide en lo sustancial con el Partido por la Libertad holandés liderado por Geert Wilders con el que ha llegado a acuerdos. El rechazo a la inmigración islámica de Wilders es más radical en la forma que el de la propia Le Pen.

A diferencia de Le Pen y Wilders, el Jobbik húngaro es abiertamente neonazi; como Amanecer Dorado en Grecia. Viktor Orban, líder del Fidesz, que gobierna Hungría, lleva una política de recorte de las libertades ciudadanas y comparte buena parte del programa del Jobbik. Orban dio derecho a voto a las minorías húngaras de Rumanía, Serbia y Eslovaquia con unos argumentos que recuerdan más de lo deseable los de Hitler acerca del “espacio vital” que incendiaron Europa.

En Inglaterra no le van peor las cosas al UKIP, que son las siglas inglesas del Partido de la Independencia del Reino Unido. Su líder es Nigel Farage que obtendría, según las encuestas, el 31% de los votos, por encima de los laboristas y a considerable distancia de conservadores (19%) y liberales (9%). El UKIP es eurófobo, pero como los británicos son como son, señalan los analistas que a pesar de crecer en las encuestas, el número de los partidarios de permanecer en la UE, con una situación a la carta, no disminuye. Lo que hace pensar que el éxito de Farage no radica en su rechazo a la Unión sino en el resto de sus propuestas críticas con el Gobierno. La flema inglesa, ya saben.

El caso del UKIP quizá sea la mejor pista para explicar en gran medida lo que viene ocurriendo: la ultraderecha está demostrando una capacidad superior a la de sus rivales para detectar las preocupaciones de la gente común. Suele decirse que los malos tiempos son más proclives a la aceptación por la masa de las propuestas lineales, de soluciones sencillas, con frecuencia radicales, a problemas complejos que acaban agravándose. Es la forma en que los partidos establecidos atribuyen a la supuesta estupidez de la gente lo que es, en realidad, falta de sintonía con sus problemas e incertidumbres.

En este sentido resulta menos preocupante el salto electoral ultra en la eurocámara que la tendencia, a derecha e izquierda, a asumir algunos de sus postulados para ganar votos. Entre los intentos más conocidos figuran los de Sarkozy y los del ex ministro francés del Interior, Manuel Valls, hoy primer ministro, que propone expulsar a los gitanos búlgaros y rumanos. Si alguien acariciaba la esperanza de que Hollande se erigiera en contrapeso de Merkel habrá de abandonarla además por su disposición a incorporarse a la política “austericida”. Con alguna corrección, que tampoco es Rajoy; todavía hay clases.

En cuanto a España, no hay ninguna candidatura ultra con posibilidades de obtener escaño. Plataforma per Catalunya no está por presentarse. Las cinco que sí han dado el paso (Falange de las Jons, Impulso Social, España en Marcha, Democracia Nacional y Movimiento Social Republicano) son franquistas y ultracatólicas. En cuanto a Vox, que lleva en su candidatura a reconocidos ultras, no hace propuestas xenófobas ni eurófobas que permitan incorporarla al pelotón por más que no me falten ganas. El voto útil de los ultras sigue siendo el PP.

La encrucijada de la UE

En 1979 fueron las primeras elecciones parlamentarias europeas. Acudió a votar el 62% del electorado, la mayor participación respecto a las que le seguirían hasta llegar al 42% de hace ahora cinco años y desembocar en la actual crisis europea que no es solo económica sino política, institucional y hasta de legitimidad. Está la UE en uno de sus momentos más bajos y aunque se haya señalado entre las causas de forma preferente al déficit democrático y a que no ha calado en el electorado la idea de que en la Unión se decide cada vez más sobre un mayor número de asuntos que afectan al día a día de los ciudadanos, no parece que pueda afirmarse ya eso, especialmente en países como España, donde tanto se insiste en que lo que hay lo ordena por Bruselas que nos ha convencido.

En cuanto al déficit democrático, bien sabemos que está en el origen mismo de la Comunidad como se ha apuntado en otras ocasiones, pero parece que, sin negar la incidencia de estas circunstancias en la abstención, juegan factores como la pobreza de los liderazgos nacionales y la ausencia de los europeos como resultado de la mediocridad de los políticos que anteponen a los ideales y valores europeístas, ya que de Europa hablamos, sus intereses electorales ya sean los nacionales, ya los continentales. Se ha abierto una enorme brecha entre las élites y la ciudadanía que ha venido acompañada de un incremento de las desigualdades entre países miembros e incluso entre las regiones de un mismo país. El paradigma español de este fenómeno lo agrava el fracaso secular en el proceso de integración y ahí están Cataluña y Euskadi que lo digan. En el caso catalán, como siempre, a los tópicos del egoísmo ventajista se ha añadido ahora por parte del bipartido la legalidad, la Constitución esgrimida en plan trágala desde el momento en que se orilla el diálogo político. Con la única diferencia de que mientras el PP no se mueve un centímetro del concepto españolista de la unidad nacional, los socialistas lanzaron la idea del federalismo sin pasar apenas de su simple enunciado. Al final la discusión ha quedado reducida a los males sin cuento que acarrearía a Cataluña la secesión.

Pero estaba con los nacionalismos de corte ultraderechista en Estrasburgo y la necesidad proclamada de fomentar la participación electoral. En cuanto a ese fomento nada han hecho los partidos nacionales que siguen sin aportar al supuesto debate político cuestiones relevantes en el ámbito europeo. Siguen trabados en asuntos nacionales, dispuestos a volver a utilizar los comicios como una especie de macroencuesta mirando a las próximas locales y generales. Ni el PSOE ni el PP se han preocupado de promover la participación. En cuanto al PP, habrán visto a Arias Cañete arrancar su precampaña señalando a Zapatero como el culpable de la crisis; como si fuera un todopoderoso líder capaz de desencadenarla a escala internacional con sus errores. Hace unos días se ha anunciado que Rajoy, a la vista de no sé qué encuesta, ha decidido estar muy presente en la campaña participando en por lo menos diez mítines; por lo menos.

Si por parte de los partidos nacionales se insiste en lo de siempre sin tener en cuenta lo que pueda interesar a la UE, tampoco puede decirse que a esta le preocupe demasiado lo que ocurra. Se sabe que no le dan mayor importancia al ascenso ultra en la medida en que no pretenden, los ultras, tomar el poder de la Unión sino acabar con ella y utilizar su presencia en Estrasburgo para proyectarse mejor en sus respectivos países. Podría pensarse que a la tecnocracia que manda en las instituciones europeas le tienen sin cuidado los ultras mientras dispongan ellos de una superestructura institucional (pagada con dinero público, a lo que le han cogido gusto) desde las que hacer valer los intereses económicos y financieros y de las grandes compañías que la han cooptado. Corregir el déficit democrático pudiera ser contraproducente en la medida que este tendría que asentarse sobre los principios de una solidaridad culta y tolerante, como acaba de decir Martín Pallín, que destierre las desigualdades. Algo que parece bastante lejos de los propósitos tanto del funcionariado europeo como de los partidos nacionales.

En este sentido, quizá peque de suspicaz pero llama la atención la actitud de la UE en lo de Crimea. Bien sabido es que en la comunidad han fracasado todos los intentos de definir una política exterior y otra de defensa; lo que no ha impedido que adopte ahora, por primera vez, una actitud firme frente a Putin. Muy en consonancia, añadiría apurando las sospechas, con las dificultades comunitarias para cerrar acuerdos con Rusia que sobre el papel interesan a las dos partes, pero no a Estados Unidos. Habría que ir al origen mismo de la Comunidad Europea para encontrar el hilo de una posible explicación.

La Comunidad Económica Europea nació a iniciativa de un grupo de destacados europeístas que quisieron acabar de una vez por todas con las tensiones nacionalistas, principales responsables de las dos guerras que destruyeron el continente en los primeros cincuenta años del siglo XX. Pero no conviene perder de vista que si los Estados Unidos apoyaron entonces la iniciativa fue porque era la única manera de que los países que fueran invadidos por Hitler aceptaran a Alemania en el mecanismo de defensa occidental ante la URSS: ya el presidente Truman había señalado a los soviéticos como el enemigo en su diseño de la guerra fría. Era la URSS la única potencia de dimensión suficiente para hacerle sombra a sus aspiraciones imperiales una vez recuperada de la destrucción de la guerra. La política exterior y la de defensa quedó así en manos de Estados Unidos y de una OTAN a su servicio. Pero la derrota de la URSS y la desaparición del Pacto de Varsovia obligó a la UE a mojarse y Putin, que desconfía de Occidente con Napoleón y Hitler de recordatorios, debió ver un intento de relegar a Rusia a un segundo plano en las prisas europeas por incorporar a la UE a países que fueron del bloque soviético y decidió jugar sus cartas. Con lo que se pone de manifiesto hasta qué punto obedece la UE a la política USA y también cuanto tuvo la guerra fría de lucha menos ideológica que de intereses imperialistas de las dos potencias enfrentadas. Putin, en definitiva, quiere recuperar la influencia imperial que tuviera la URSS desaparecida. Pero no para hacernos rojos a todos y no debería sorprendernos que acabara por virarse hacia las potencias emergentes de Asia, como ya comenté alguna vez, que tampoco sienten inclinación por estadounidenses y europeos. Aquí el que menos corre tirar al de alante y no es imposible que sea Europa la que al final quede colgada, que no en vano la Turquía que quería imitarla se ha virado, desairada, hacia Asia. Si a esto añadimos la tendencia del Pacífico a sustituir al Atlántico como océano principal, Europa podría quedar como un hermoso lugar donde hay incluso lugares como España en que pueden vivir tranquilos los delincuentes de alto standing.

Así es si así les parece.

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