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LA HISTORIA DETRÁS DE LAS “AGUAS OSCURAS” QUE DESCUBRIÓ ROB BILOTT

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Y dicho todo lo anterior, ¿qué es lo siguiente? Lo siguiente es contar la historia de Robert “Rob” Bilott, el abogado que se ha convertido en la peor pesadilla de una de las mayores empresas químicas del mundo globalizado, insensible y depredador en el que actualmente vivimos. Es, además, la historia de quien siempre había tratado de seguir esos dictados de buena conducta y de urbanidad, los cuales hacen que una persona triunfe sin necesidad de tener que renunciar a una buena parte de su espíritu original. Por ello, y tras ocho años de duro trabajo, Rob Bilott había conseguido ser nombrado socio en un reputado bufete de abogados y, con ello, asegurarse un futuro, para él y para su familia, dejando a un lado los quebraderos de cabeza de antaño.

¿Y saben cuál era el principal cometido de Rob Bilott en dicho bufete? Defender a las empresas químicas de los litigios que éstas se iban encontrando en su devenir comercial y/o empresarial, por culpa de su mala praxis. Hay que tener en cuenta que las reglamentaciones medioambientales son relativamente nuevas -en su mayoría se aprobaron a partir de la década de los años setenta, del pasado siglo XX- circunstancia, ésta, que explica el soberano enfado de muchas de estas gigantescas multinacionales cuando, de la noche a la mañana y tras décadas de impunidad absoluta, un juez cualquiera se atrevió a poner en tela de juicio unas prácticas empresariales más que cuestionables, las cuales, hasta entonces, eran moneda de cambio entre cualquiera de las industrias que operaban a lo largo y ancho del planeta.

Con esos mimbres, Rob Bilott nunca debió haber hablado con Wilbur Tennant, un granjero de Parkersburg, ciudad situada en el condado de Wood, en el estado de West Virginia, ni, por supuesto, ver las cintas de vídeo, las fotografías y los documentos que éste le llevó hasta las oficinas donde trabajaba. En realidad, el abogado cometió un error que ninguna persona que quiera vivir una vida sin sobresaltos debe cometer. El buen señor mezcló el trabajo con sus recuerdos de la infancia, junto a su abuela, Alma Holland White, residente de Vienna, un barrio situado a las afueras de Parkersburg. En aquellos recuerdos, ella lo llevaba a montar a caballo a una granja que, por el caprichoso cálculo probabilístico, colindaba con la de Wilbur Tennant.

Por eso, cuando los dueños de aquella granja se enteraron de que su vecino necesitaba ayuda legal, pensaron en el nieto de Alma Holland. Y, por eso, Rob Bilott, en contra de toda lógica, accedió a escuchar lo que Wilbur Tennant tenía que decir y, luego, a ver todas aquellas destartaladas cintas de vídeo casero donde se detallaban, casi con una minuciosidad científica, las malformaciones, dolencias y enfermedades que había sufrido el ganado del granjero. Aquel testimonio y la convicción de Wilbur Tennant a la hora de señalar como responsable a una gran corporación química, dueña y señora de Parkersburg, de sus habitantes, de sus legisladores, de sus fuerzas del orden y de los medios de comunicación locales, desembocaron en la decisión del abogado de aceptar el caso, dado que era la decisión correcta ante tal situación.

Puede que el verdadero problema es que Rob Bilott nunca fue un abogado al uso, sino alguien que llegó hasta aquel bufete de abogados sin perseguirlo desde que salió del instituto. Esto, en parte, explica el rechazo y, no nos engañemos, la tremenda hipocresía de algunos de sus compañeros de trabajo ante la posibilidad de enfrentarse con una compañía que, sin ser cliente del bufete, sí formaba parte del área profesional en la que ellos se desenvolvían. Como dije anteriormente, para sobrevivir hay que mantener la boca cerrada y, para ascender, incluso, hay que cerrar los ojos y taparse los oídos, como los tres monos sabios del santuario de Toshogu, aunque la versión original se aproxime más a la forma de pensar de Rob Bilott que la que luego se ha acuñado en el mundo occidental.

Sea como fuere y tras los primeros “tiras y aflojas” entre el abogado y la gran corporación -instantes en los que los conciudadanos de Parkersburg comenzaron a descargar sus inseguridades, miedos e iras sobre la familia de Wilbur Tennant, por poner en solfa a la empresa que les daba de comer- Rob Bilott logró que le enviaran todos aquellos documentos relacionados con una sustancia química cuya única referencia eran las siglas PFOA (ácido Perfluorooctanoico, también conocido como C8 y Perfluorooctanoato) pero, de la que nadie sabía, o quería saber nada.

A finales del año 2.000, dos años después de su primer encuentro con el granjero de Parkersburg, el abogado recibió cientos de desorganizadas cajas, muchas de ellas cubiertas por el polvo de varias décadas y que guardaban unas 110.000 páginas, entre informes médicos, estudios confidenciales encargados por la empresa y correspondencia interna entre la dirección y los distintos departamentos involucrados.

Todo lo que la empresa química sabía sobre el C8 -nombre coloquial utilizado para referirse a la sustancia- sus cualidades, sus efectos en el medio ambiente y en las personas que trabajaban con él, así como las recomendaciones para su uso, manipulación, almacenamiento y prevención de los daños posteriores que éste pudiera ocasionar, se encontraba en aquella cajas olvidadas y sepultadas por la maquinaria comercial y, sobre todo, legal, de una empresa que sabía que lo que estaba haciendo NO estaba bien.

Su primer error fue subestimar el empeño de un granjero anónimo, ninguneado por los mismos veterinarios de su pueblo cuando ni siquiera éstos respondían a sus llamadas telefónicas. Sin embargo, su mayor y sobresaliente error fue pensar que, llegado el caso de un litigio ocasionado por la mala praxis de la empresa, ninguna persona en su sano juicio sería capaz de hacer frente a la ingente cantidad de información que, por desidia, soberbia y prepotencia, continuaba almacenada en alguna dependencia institucional, pero que nadie se había acordado de destruir, una vez entregada, leía e ignorada por los máximos directivos de la corporación.

Ahora les podría detallar los miles de toneladas de C8 que la empresa vertió en las aguas del río Ohio o cómo sus estudios en animales demostraron la relación directa entre dicho componente y las malformaciones que dichas criaturas desarrollaban. Ni tan siquiera hicieron públicos los informes que demostraban los efectos del C8 en los niños nacidos de empleadas que estuvieron en contacto con el componente químico en cuestión. Su política -como la de otras tantas empresas- era la de ocultar todo aquello que pudiera mermar sus beneficios y, si se diera el caso, sepultar al posible demandante con la maquinaria de bufetes especializados, a imagen y semejanza de donde trabaja Rob Bilott.

En realidad, este comportamiento continúa vigente hoy en día, al igual que la política empresarial que lleva a las corporaciones a “vaciar” sus stocks meses antes de que un producto sea prohibido para su uso comercial. Lo lógico sería destruir algo que se ha demostrado que es nocivo para el medio ambiente y para el ser humano,no seguir “haciendo caja” con dicho producto.

Si nos ceñimos al tema que estamos tratando, el caso contra la corporación emprendido por Rob Bilott desembocó en un estudio epidemiológico que duró siete años y que analizó un total de 70.000 muestras de personas que, supuestamente, habían sido expuestas al compuesto C8 durante un largo periodo de tiempo. Una vez sus responsables terminaron el análisis encontraron una “probable conexión” entre varios tipos de cáncer, problemas de tiroides, colesterol y preeclampsia toxemia –la complicación del embarazo más común y peligrosa, por lo que debe diagnosticarse y tratarse rápidamente, ya que en casos graves se pone en peligro la vida del feto y de la madre.

Sobra decir que la empresa en cuestión negó los resultados, desmintiendo sus propios informes y, aún hoy en día, sigue negando que los componentes creados para sustituir al C8 no sean igual de peligrosos que el anterior, en clara disonancia con “La Declaración de Madrid” un informe firmado por 200 científicos que cuestionan las “bondades” de los componentes que han sustituido al C8 y sus derivados.

¿Significa esto que Rob Bilott ha perdido el caso? Ni mucho menos, y si no que se lo digan a los responsables de la empresa en cuestión, quienes han tenido que hacer frente a 3.533 demandas, o al resto de las empresas que manipulaban el C8, muchas de las cuales llevan años sepultadas por los litigios a los que deben hacer frente, a imagen y semejanza de la empresa que acabó con la vida del ganado de Wilbur Tennant.

Dark Waters (Todd Haynes, 2019) está basada en el artículo escrito por Nathaniel Rich en el año 2016 para el periódico New York Times titulado The Lawyer Who Became DuPont's Worst Nightmare. Verla es como montarse en una montaña rusa, sin cinturón de seguridad, a oscuras y sin tener muy claro si alguien parará la vagoneta en la que estás subido. Así es la realidad del mundo en el que vivimos y la reglas las escriben quienes manejan los resortes de la producción, o lo que es lo mismo, dan de comer al común de los mortales. En una de las secuencias finales, el actor Mark Ruffalo, quien da la réplica a Rob Bilott, le dice a su mujer, Sarah (Anne Hathaway) que las personas están solas frente a los gobernantes, los magnates empresariales y a una sociedad que solamente busca sobrevivir y no preocuparse por nada más.

Pocas líneas de defensa quedan ya, salvo personas tan poco comunes como el abogado que se transformó en “la peor pesadilla” de una empresa que creyó que estaba por encima de cualquiera de las leyes que, en teoría, rigen el mundo en el que vivimos. 1

Y dicho todo lo anterior, ¿qué es lo siguiente? Lo siguiente es contar la historia de Robert “Rob” Bilott, el abogado que se ha convertido en la peor pesadilla de una de las mayores empresas químicas del mundo globalizado, insensible y depredador en el que actualmente vivimos. Es, además, la historia de quien siempre había tratado de seguir esos dictados de buena conducta y de urbanidad, los cuales hacen que una persona triunfe sin necesidad de tener que renunciar a una buena parte de su espíritu original. Por ello, y tras ocho años de duro trabajo, Rob Bilott había conseguido ser nombrado socio en un reputado bufete de abogados y, con ello, asegurarse un futuro, para él y para su familia, dejando a un lado los quebraderos de cabeza de antaño.

¿Y saben cuál era el principal cometido de Rob Bilott en dicho bufete? Defender a las empresas químicas de los litigios que éstas se iban encontrando en su devenir comercial y/o empresarial, por culpa de su mala praxis. Hay que tener en cuenta que las reglamentaciones medioambientales son relativamente nuevas -en su mayoría se aprobaron a partir de la década de los años setenta, del pasado siglo XX- circunstancia, ésta, que explica el soberano enfado de muchas de estas gigantescas multinacionales cuando, de la noche a la mañana y tras décadas de impunidad absoluta, un juez cualquiera se atrevió a poner en tela de juicio unas prácticas empresariales más que cuestionables, las cuales, hasta entonces, eran moneda de cambio entre cualquiera de las industrias que operaban a lo largo y ancho del planeta.