En una quinta planta de un edificio desvencijado de un barrio de calles en las que apenas penetra la luz del día se gesta una revolución feminista. En este espacio ubicado en el campo de refugiados de Shatila en Beirut hay una especie de pista de baloncesto con canastas sin red en la que entrena un grupo de niñas y adolescentes, todas descendientes la Nakba palestina y, después, de la guerra de Siria. Sus integrantes han formado el primer equipo de baloncesto femenino del Líbano, en una zona donde salir a la calle siendo mujer, vestida de deportista y con una pelota en la mano, puede suponer una actividad de alto riesgo.
La historia la ha desentrañado la periodista y corresponsal durante seis años en Oriente Medio, Txell Feixas, quien comprobó durante su estancia en el país que en uno de los lugares más hostiles del mundo, también había pequeños rayos de esperanza: “Una vez quise ver la verdad de ese lugar y no lo que yo quiero imaginar o lo que se me ha vendido, me di cuenta de que en medio de esta oscuridad había muchas lucecitas en cada uno de los edificios”. La historia del equipo Palestinian Youth Club, que ya tiene un recorrido de 12 años y ha integrado a más de 150 niñas, la ha plasmado en el libro Aliadas, de la editorial Capitán Swing.
El campo de Shatila fue creado en 1949 en Beirut para alojar a los palestinos que se vieron forzados a huir de sus casas tras la creación del Estado de Israel. Además, su nombre resuena porque su población sufrió un genocidio en 1982 debido a la invasión israelí en el Líbano y su posterior guerra civil. Tal y como apunta la UNRWA, el campo, planificado para 500 unidades residenciales y en el que hoy viven más de 10.000 personas -aunque hay cifras que hablan de 40.000- , está conformado por edificios hacinados que han crecido en vertical, con un sistema de alcantarillado deficiente, sin apenas electricidad y donde los servicios públicos no llegan. Además, sus habitantes tienen restringidos muchos de sus derechos fuera del campo.
En sus seis años de corresponsalía en Oriente Medio, Feixas ha visitado numerosos campos de refugiados. Y en todos ellos vio que en cualquier terreno de arena, había niños jugando al fútbol incluso con pelotas hechas con trozos de trapos. Sin embargo, las niñas nunca formaban parte del juego. Estaban en los alrededores del campo de fútbol, en las casetas de campaña o en los pisos ayudando a sus madres. Pero lo que ha diferenciado a Shatila del resto de campos, es la existencia de Madji. Un veterano del barrio, nieto e hijo de refugiados palestinos que llegaron en 1948 a Beirut, fue quien ideó este proyecto con la esperanza de salvar a su hija de un matrimonio a temprana edad. Un gran número de adolescentes de Shatila dejan sus estudios para casarse y tener hijos. También lo hizo para prevenirla a ella y a sus compañeras del consumo o la venta de drogas, en un barrio donde muchos jóvenes, sin alternativas ni oportunidades, terminan en este mundo. “Madji fue muy atrevido en crear este equipo de baloncesto. Y sobre todo les propone el baloncesto porque sabe que esos padres no van a entrar en razón si se les propone el fútbol”, subraya. Al principio, la idea de que las niñas y adolescentes de Shatila pudieran dedicar algunas de sus tardes a la práctica del baloncesto se convirtió en algo descabellado para muchos padres. Hoy, muchos de esos ellos acompañan a sus hijas al aeropuerto para despedirlas antes de partir al extranjero para jugar algún amistoso.
“El baloncesto me salva la vida”
Pero el impacto ha sido aún mayor en ellas. “Recuerdo a Hafat que me decía: a mí es que el baloncesto me salva la vida. Antes de botar esta pelota, mi sueño era, porque era el de mi familia, ser una buena esposa y una mejor madre. Y desde que he botado esta pelota, me lo decía emocionada, quiero estudiar y salir de Shatila. Y lo ha hecho”, comenta la periodista. A lo largo del libro, la corresponsal describe la vida de varias chicas a las que el baloncesto les cambió la vida. “Recuerdo también a Amina, otra de las pioneras, que me decía: yo cuando iba a entrenar rezaba para que cuando volviera, mis padres no tuvieran escogido uno de los hombres que hacían cola delate de mi casa para casarse conmigo”. Gracias al deporte, Feixas relata que la chica se interesó por el cuerpo humano, estudió fisioterapia y hoy ejerce de ello. “Al final es muy potente ver cómo una iniciativa que era pequeña y que piensas que solo puede cambiar las mentalidades de las chicas, cambia a sus padres, al vecindario, a la comunidad y al campo. Al final es como una gota de aceite que se expande con un poder transformador increíble”.
Sin embargo, el recorrido del Palestinian Youth Club ha estado salpicado de numerosos obstáculos. Primero, debido a las reticencias de muchos padres de las chicas. Después, vinieron los problemas procedentes de algunos miembros de su comunidad y, más tarde, los de fuera. De los chicos que no toleran ver a mujeres practicando un deporte, o del duro sistema de visados de la Unión Europea (UE) para viajar al extranjero a jugar un amistoso. Pero las jugadoras de Shatila ya proceden de entornos lo suficientemente adversos como bajar los hombros a la primera. La cancha de baloncesto del quinto piso de un edificio casi en ruinas, es su espacio seguro. Aquí intercambian inquietudes y acuden a los consejos de las más mayores. “El deporte les permite hacer equipo y hacer una tribu donde al final el deporte es la excusa para empoderarse y luchar juntas de forma aliada por sus derechos”, comenta la corresponsal. El baloncesto también es revolución para las más pequeñas, quienes por la dureza de las condiciones de vida del campo, no han tenido la oportunidad de experimentarse como niñas. “Para las niñas era un paraíso. Porque esas niñas se siete o nueve años no solo aprendían a jugar a baloncesto, sino que aprendían a ser niñas. Para mí era muy triste, pero a la vez era esperanzador ver cómo niñas de esa edad, se descubrían siendo las niñas que no habían podido ser. Cómo el hecho de incentivarlas con un silbato y con una pelota, hacían que empezaran a reír, a llorar, a saltar, a gritar, a tirarse, a hacer la croqueta por el suelo, a perseguirse”.
La historia de la jugadoras de Shatila revela que este no el único ejemplo de empoderamiento femenino que se cocina dentro del campo. Feixas descubre en sus visitas al barrio las revoluciones que se cuecen en “las casas, los hogares, entre cuatro paredes, entre fogones”. Muchas de ellas no pueden andar por las calles salvo que vayan a hacer alguna gestión, de modo que es en el espacio interior donde se arman sus luchas silenciosas. “Las casas se transforman en centros de resistencia, de empoderamiento, de complicidad, de curas entre ellas. Aquí podrías pensar, entre cuatro paredes, qué triste, ¿no? Ahí no es triste. Es atrevido y es vida y es resistencia”, recalca. Por ello, a diferencia de Occidente, donde el feminismo se ha convertido en una cuestión de elección ideológica, en esta zona es una “cuestión de supervivencia”. “Las valentías más importantes son las heroicidades cotidianas, como salir a la calle, o salir a la calle con un chándal y una pelota, como en el caso de Shatila hace unos años o como salir a la calle para protestar por tus derechos. Son sitios donde a veces no entendemos por qué las mujeres no salen a la calle a reivindicarse. Y básicamente no lo hacen, no porque no quieran, sino porque las matan por manifestarse”, destaca.
Para tener este dibujo completo de realidad de una de las sociedades que componen Oriente Medio, la periodista reconoce la importancia de ser consciente de cuál es el punto de partida de la voz que narra las historias. “Los peligros a la hora de contar historias que no son las tuyas son muchos. Yo iba con la precaución de intentar no ser condescendiente, ni paternalista, ni hablar desde el etnocentrismo o que sonara exótico. Y la forma que más me podía ayudar a eso, era que, sobre todo, hablasen ellas y ellos”. Aunque confiesa que a veces hay cuestiones que se escapan, incluso sin quererlo, puesto que la cultura y el marco del cual procede el periodista tienen bastante peso. “Pero siendo honestos, sabiéndolo, te ayuda a no reproducir errores que has visto en ti misma o en compañeros”, aclara.