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Europa, tocada del ala

Atentados en Paris, policía por el Museo Louvre /EFE

José A. Alemán

¿Ataque terrorista a París o ataque terrorista en París? Las dos preposiciones son importantes: si la primera, a, circunscribe la barbarie a la capital francesa, la segunda, en,  sugiere que esta vez le tocó a los parisinos (volvió a tocarles, mejor, tras lo de Charlie Hebdo); como tocara, en su momento, a Madrid y Londres. Aunque haya sido más intensa y extensa la reacción mundial a lo de París debido, quizá, a la  reiteración de las matanzas en corto tiempo y a que Francia es la cuna del laicismo que tan poco gusta a los teócratas radicales. Y sobre todo a la constatación de que la violencia yihadista no es irracional, como acaban de señalar la fiscal Dolores Delgado y el juez Baltasar Garzón: los atentados del 13N respondían a cuidadosos planes ejecutados por gente entrenada que contaba con apoyos logísticos y notables recursos. La fábula cuasi romántica del “lobo solitario” cae ante la evidencia de que son acciones  necesitadas de contactos y ayudas dirigidas a grandes aglomeraciones (encuentros deportivos a estadio repleto, rincones ciudadanos muy frecuentados, etcétera) para conseguir el mayor número de víctimas indefensas: la indefensión es, así, un “valor” añadido pues hace que nadie se sienta seguro en ningún sitio. Confío en que las operaciones policiales y el valor cívico demostrado por los franceses, que han vuelto a frecuentar las terrazas una vez recuperados del susto inicial, haya contrariado a los yihadistas.   

Los relatos de sobrevivientes y de testigos del ataque indican la frialdad con que los yihadistas se movían. Denotaban la seguridad de quienes han sido entrenados, está clara la coordinación con otros equipos y disponían de medios suficientes (dinero, armas, explosivos, vehículos, etcétera) llegados por rutas diversas para que los servicios de inteligencia no se olieran la tostada: una siniestra y eficiente organización.   

Así las cosas, se impone la pregunta de quienes están detrás y encima de los que se echan a la calle a matar o morir o a ambas cosas. Lo que apunta a la controversia acerca de los orígenes y fines del terrorismo yihadista. Son numerosas las tesis que tratan de explicar el fenómeno y que parecen contrapuestas aunque, en realidad, resultan compatibles e incluso complementarias. No existe una única razón para que una persona decida poner bombas o tirotear terrazas y restaurantes y se muestre dispuesto a inmolarse. Diría, de todos modos, que inquieta menos la existencia de estas personas que la de quienes están detrás y por encima de ellas manejando los hilos; las que conciben los atentados, buscan o aportan medios humanos y materiales, fijan los objetivos concretos de cada acción y activan por último a los ejecutores.

En el caso que nos ocupa, pueden adivinarse los objetivos inmediatos pero no está tan claro adonde pretenden llegar, qué quieren conseguir. Aunque cabe suponer que andarán hacia la erradicación total del odiado influjo occidental en Oriente Medio. Es evidente que esa aspiración se puede compartir tanto por razones religiosas como por otras más crematísticas sin que los objetivos de unas entorpezcan  la otra. En cualquier caso, son aspiraciones que en su día albergaron los cruzados de Occidente que colmaron, andado el tiempo, con el control de los recursos petrolíferos de la región. Esta debe su inestabilidad política crónica a la acción occidental que ha hecho y deshecho a su antojo, por no hablar de los abusos de la etapa colonial que tanto contribuyeron a la mala imagen europea entre los pueblos de la zona. Quiero decir que se han cometido errores de bulto durante demasiado tiempo y que la respuesta al terrorismo yihadista debe seguir otras pautas, desarrollar una estrategia a medio y largo, “reconciliarse” con sus ex colonias.  

Esto no excluye darle al EI una respuesta enérgica. Acierta Hollande al considerar que el EI ha declarado la guerra, a Francia y con ella a todo Occidente. Pero se equivoca si todo queda en una intensificación de los bombardeos y la llamada a las demás potencias para que se sumen al castigo que se está infringiendo no a los cabecillas, no a los criminales dirigentes del EI, sino a la población inocente que ha tenido la desdicha de quedar en sus manos y que está sufriendo el doble castigo, del EI y de la venganza occidental a la que, por lo visto, se ha sumado ya Rusia tras conseguir que dejen de exigirle la desaparición de los Assad al frente de Siria.

Hay, por supuesto, que actuar contra la barbarie pero con la cabeza fría para no llevarse por delante a quienes no tienen otra culpa que pasar por allí en el peor momento. Aquí viene bien la referencia a la aventura de Irak, la impulsada por el trío de las Azores que vendió al mundo la agresión con el noble propósito de las inexistentes armas de destrucción masiva, de derrocar al dictador Sadam Hussein y llevarle la democracia a los iraquíes. Muchos advirtieron que el horno no estaba para bollos y que la agresión acabaría fortaleciendo al terrorismo que, por cierto, no había hecho aún  acto de presencia en Irak. Y se equivocaron al quedarse cortos porque la agresión destruyó el Estado iraquí y no sé si miles, pero sí centenares de mandos militares y de las fuerzas de seguridad, condenados al paro por desaparición del patrón, se dedicaron a entrenar terroristas. Hoy el EI ofrece en Siria e Irak bases que ofician de centros de mando terroristas, escuelas que enseñan a matar, campos de entrenamiento y todo cuanto necesitan para desarrollar con eficiencia el oficio de asesinos.

Pretexto de la intervención contra Sadam fue, según se indicó, llevar la democracia al país, lo que hace preguntarse a Françesc Carreras si consideran los americanos democráticas las monarquías del Golfo Pérsico, en especial Arabia Saudí, o si es que no intenta derrocarlas para asegurarse suministros de petróleo. Ese es asunto que no asoma por ninguna parte; como tampoco aparecen referencias a medidas relacionadas con el comercio de armas.

Hay mucha hipocresía y engaño en todo esto. Algo lo bastante sabido como para abundar en el asunto. De modo que lo dejo, no sin recordar otro de los tantos papelones internacionales del PP: José María Aznar, uno de los tres de las Azores, los responsables de la agresión a Irak, de donde nos vienen estos lodos, aseguraba hace mes y medio que España se benefició de aquella acción. Ni siquiera conseguimos la gasolina regalada que nos prometiera entonces la ministra Ana Palacio en cuanto Sadam mordiera el polvo.      

Europa en el punto de mira

     La estrategia yihadista se ha marcado el objetivo europeo. Estos días se han dicho cosas como que mueve a los terroristas contra Europa considerarla la residencia de todos los males, el infierno tal cual, la cuna de la odiada democracia representativa, del laicismo, de la igualdad y todas esas cosas que aborrecen. Se insiste, pues, en que los yihadistas quieren acabar con la forma de vida europea. Se habla de móviles religiosos, los que no excluyo si bien barrunto que para los verdaderos dirigentes pesa menos el deseo de agradar a Alá que las expectativas de poder, de dominio, a costa de un continente agotado. Como compendio del mal trance europeo, la sentencia de Spengler: “El dinero piensa; el dinero decide: tal es el estado de las culturas decadentes”.

  Sin duda, los yihadistas han captado lo que hay y han orientado sus acciones a atemorizar en grado sumo  a las poblaciones a la espera de que crezca lo suficiente el cáncer del nacionalismo xenófobo, que nunca se ha logrado extirpar, y lance a los gobiernos a la caza de musulmanes. Como comer y rascar todo es empezar, cuentan con que una vez dado ese primer paso no habría dificultades para ampliar el rechazo a otras etnias. Esto acabaría de desestabilizar a las sociedades europeas y ayudaría a derrotarlas, sería el cálculo de los yihadistas.

Viene bien, llegados a este punto, traer a colación a Bernard-Henry Lévi que niega otra de las tantas tesis que pretenden explicar el yihadismo. Para él, no es una dispersión de lobos solitarios o de desequilibrados. Considera, además, insultante para la miseria y para los asesinados “la eterna cultura de la excusa que nos presenta a los escuadrones de la muerte como individuos humillados, empujados al límite por una sociedad inicua y obligados por la miseria a ejecutar a unos jóvenes cuyo único delito era que les gustaba el rock, el fútbol o el frescor de una noche de otoño en la terraza de un café”. Califica a los yihadistas de “fascislamistas”, para lo que se apoya en Paul Claudel que el 21 de mayo de 1935, recuerda, escribió en su Diario: “¡Discurso de Hitler! Se crea en el centro de Europa una especie de islamismo…”.

Bernard-Henri Lévi trata de dejar claro con quien se lucha y recuerda que contra semejante adversario “la guerra debe ser sin tregua y sin piedad”. Pero esta es solo una batalla pues hay otra, la segunda: la batalla por el otro Islam, “el de las luces, el Islam en el que se reconocen los herederos de Massud, Izetbegovic, el bangladesí Mujibur Rahma, los nacionalistas kurdos o el sultán de Marruecos que tomó la heroica decisión de salvar, enfrentándose a Vichy, a los judíos de su reino”.    

La decadencia europea  

 Los planes yihadistas de golpear duro para provocar reacciones xenófobas y enfrentamientos que debiliten a Europa hasta reducirla a la irrelevancia son evidentes para algunos comentaristas. Aunque, por lo general, se considere que nunca acabarán con el viejo continente, donde, además, ven imposible un conflicto religioso-cultural y racial como el que pretenden provocar. Debería recordarse que fueron los nacionalismos, con frecuencia xenófobos y fascistas, muy determinantes en las dos guerras, primero europeas y después mundiales, separadas por apenas cuatro lustros del siglo pasado. Tan claro tenían los padres de Europa cuan dañinos eran los nacionalismos que, al crear la Confederación Europea del Carbón y el Acero (CECA), no la dotaron de mecanismos de representación democrática. Como harían enseguida, en 1957, con el Mercado Común, la Europa de los Seis, la UE de hoy a la que se le reprocha su déficit democrático, del que tanto se habló en las últimas elecciones europeas. Un déficit que arranca de aquella desconfianza, más que cautela, de los fundadores. La creciente financierización de la economía no le ha sentado bien a Europa que tiene además problemas como el del euro y un papel en el actual concierto de naciones que tiende a diluirse pues carece de política exterior común.  

Hay indicios sobrados de la decadencia europea. Uno de ellos la forma, hoy como ayer, en que está levantando cabeza la ultra derecha xenófoba que ya cuenta con presencia en el Parlamento Europeo ganada en las urnas. Las ideas fuerza que emplean estos ultras para ganar voluntades son las de toda la vida. Bueno, no las de toda la vida porque es más reciente, el peligro de la islamización de Europa, que ha ganado puntos. No solo vienen de fuera a quitarte el puesto de trabajo sino que, encima, el que viene es moro, le dicen a la masa de trabajadores para soliviantarlos.  Nada han tardado varios países miembros en abjurar de los acuerdos de Schengen que definieron un espacio de libre circulación de personas formado con los territorios de los países signatarios. A efectos inmigratorios, el espacio Schengen venía a ser en la práctica una frontera común. Pero lo cierto es que el fenómeno de los refugiados ha cambiado las cosas y resulta penoso contemplar los esfuerzos de los países para quitarse el mochuelo. No se entiende, la verdad, que si las avenidas de refugiados se producen por causas muy concretas en sus países de origen, a los que la mayoría desea regresar, no procuren poner los mandatarios europeos más empeño en solucionar los problemas en origen y sigan, en muchos casos, haciendo la política que interesa a las elites económicas; a las que se refería Spengler, sin duda. Los mandatarios no han estado a la altura de las circunstancias y no parece que hayan advertido el proceso, lentísimo, en que el Pacífico va desplazando al Atlántico como primer océano económico, por así decir. Los Estados Unidos ya tienen cerrado su tratado de libre comercio (el TPP) con varios países de la cuenca del Pacífico, al que seguirá el que está a punto de culminar la administración Obama (el T-TIP) con la UE. Poco se sabe de su contenido por más que haya trascendido que entre los sectores a los que afectará el tratado negativamente figura la agricultura.

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