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El brexit y los ingleses

La incertidumbre se cierne sobre Europa tras el referéndum del 23 de junio de 2016. (EFE).

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

Entre los miles de comentarios y la infinidad de opiniones sobre el Brexit, destaca la insistencia en que los ingleses se consideran superiores a sus vecinos del continente y desprecian lo que no sea inglés. Supongo que con la excepción del té, al que ya le daba Confucio un milenio antes de que sus hojas llegaran a Gran Bretaña; y del sherry contra el que nada objetó aquel coronel de su graciosa majestad al que tanto contrariaba la cantidad de extranjeros que había en las calles de Bombay.

Para mayor abundamiento en esa línea, la mañana en que Londres se despertó con la nada alarmante noticia de la rotura del cable telegráfico y telefónico tendido entre las dos orillas del Canal. “El continente, aislado”, tituló lacónicamente el Times su breve crónica. Se trata, seguramente, de una leyenda urbana de la que hay varias versiones, todas coincidentes en el titular del periódico. No faltan variaciones sobre el mismo tema, como el insoportable olor a ajo que, dicen, invadió Folkestone y sus acantilados de arena verde, a ciento y pico kilómetros de Londres, cuando se acabó de perforar el eurotúnel que unió esta costa inglesa y Coquelles, en Calais. Quisiera saber qué pensaría de todo esto el mayor Thompson, el personaje de Pierre Daninos a quien seguían sorprendiendo las costumbres galas, entre otras las de su propia mujer después de veinte años de casado y vivir en Francia.

Estas referencias y otras muchas por el estilo ilustran la idea de que los ingleses (no los irlandeses, ni los escoceses, ni los galeses) no se consideran superiores sino diferentes, distintos de los demás que, a su vez, no lo olvidemos, son distintos entre sí. Algo que deberíamos comprender los canarios, isleños como somos al fin y al cabo.

El peso de las particularidades 

Hace treinta y tantos años leí un estudio acerca del carácter, del modo de ser y actuar de los isleños del mundo ante determinados estímulos. Pero no sé dónde fue a parar. No recuerdo los nombres de los autores (un equipo interdisciplinar, creo) ni si iba por cuenta de alguna institución o centro de investigación. Pero me quedó claro que los isleños somos diferentes de los continentales; como lo es un sujeto de la montaña del que ha de entendérselas con la estepa, el desierto o la selva. Hay diferencias hijas de la interrelación del medio físico y la experiencia histórica y cuantos factores de influencia puedan añadirse. Lo que diferencia a unos pueblos de otros es su capacidad, su voluntad para hacer que los demás adviertan y reconozcan sus particularidades e intereses específicos. Lo que implica una actitud recíproca frente a las particularidades del otro.

La historia inglesa en el marco de la Europa comunitaria tras la última guerra mundial parece indicar otra cosa. Por razones fundamentalmente económicas muy imbricadas en un agudo sentido de la particularidad insular que empapa su experiencia histórica, los británicos querían que la entonces Comunidad Europea fuera, allá por los años 50, una simple zona de librecambio. Era lo que les convenía. Al no conseguirlo, promovieron como alternativa la creación de la EFTA, siglas inglesas de la Asociación Europea de Libre Comercio. Y se equivocaron, pues bastó la Tarifa Exterior Común (TEC) para que fracasara el invento: el Reino Unido y Dinamarca abandonaron la EFTA en 1972 e ingresaron en la hoy UE; Portugal lo hizo en 1986. Y en 1991, un referéndum entre los países que permanecían en la EFTA hizo que Austria, Finlandia y Suecia se pasaran también la UE. El invento quedó reducido a Islandia, Noruega, Suiza y Liechtenstein.

La adhesión del RU tuvo lo suyo. Los británicos discutieron sus particularidades que durante los últimos cuarenta años han ido afinando hasta conseguir una adhesión a la carta. Estaban dentro, pero no tanto; como la muchachita que reconoció a sus padres que sí, que estaba preñada, pero sólo un poquito. No aceptaron los británicos la moneda común aunque muevan en la City euros por un tubo; no están, pues, en el sistema monetario europeo; no figuran en el espacio Schengen y todavía resuena la reclamación de Margaret Thatcher en 1979 para que le devolvieran su dinero.

El resultado es que la UE acabó convertida en una primera potencia comercial, campo que durante más de un siglo fue exclusivo del liberalismo británico del que tanto sabemos en Canarias.

En definitiva: hace casi sesenta años el RU optó por quedarse fuera de la fundación y cuando hace poco más de cuarenta decidió entrar los papeles estaban ya repartidos, la organización europea funcionaba sobre el eje París-Bonn y la RU quedó en un lugar desairado. Y ya de cara a su todavía no consumada salida de la UE, habría que preguntarse hasta qué punto no quedará mermada su capacidad para llegar a acuerdos comerciales ventajosos sin el respaldo de la UE, que le ha ganado por varios cuerpos la carrera en pos del predominio comercial. Sin olvidar que de cara al tan contestado TTIP, el acuerdo de libre comercio UE-USA, los británicos eran los principales valedores de la política de Obama en este frente. El Brexit ha sido por tanto un inconveniente para una rápida resolución del asunto. En realidad, salvo para la ultraderecha nacionalista y xenófoba el Brexit no sólo ha sido un desastre sino que ha dado ánimo a los viejos demonios que desataron dos guerras mundiales y que, ya ven, pretendía la hoy UE desactivar.

Malos vientos para Reino Unido 

Se aprecia en el seno de la UE cierto hartazgo ante la actitud británica. Es el momento de matizar la comprensión derivada de su carácter isleño y de las peculiaridades que determinan o al menos aconsejan un trato especial. Pero estábamos con el RU por lo que dejaré que de las islas se ocupe Ana Oramas, nuestra gran valedora y Dios nos coja confesados.

La sensación es que los del Brexit no estaban lo bastante seguros de su triunfo como para proponer alternativas coherentes que reflejaran la existencia de un proyecto de país con una política orientada a superar los inconvenientes de la separación y sacarle partido a las ventajas posibles. Esa política debería evitar la fractura interna del propio RU que está propiciando y que podría llegar a ser un grave problema. No creo que guste a los escoceses hacer el canelo: apenas dos años atrás se pronunciaron en referéndum contra su separación del RU para seguir en la UE y ahora, precisamente por seguir en el RU, tendrían en principio que salirse de la organización europea. Se les debe haber quedado la misma cara que a Rajoy cuando le preguntan algo difícil. Nicola Sturgeon, ministra principal de Escocia, considera democráticamente inaceptable que los escoceses sean arrastrados fuera de la UE contra la voluntad mayoritaria expresada en el referéndum del otro día. Van a tener los escoceses que remarcar el trazado de las construcción y aprovechar los restos conservados de la muralla de Adriano para levantarla de nuevo desde Newcastle a Wigton y pararle los pies a los britanos.

Otra cuestión que anda por ahí es Irlanda del sur, uno de los países más favorecidos por la UE al que podría venirle bien que la consumación del Brexit deje a la City sin su actual papel de primera plaza financiera mundial del bracillo de Wall Street. En la Square Mile tienen sede más de quinientas empresas y puede que Dublín rasque algo si se desmonta el tinglado de la City.

De todos modos no es Dublín la opción con las mayores posibilidades. La han mentado pero no creo que pueda hacer mucho, la verdad, ante el buitreo de la Île-de-France, el área metropolitana de París, que presume de tener la mayor renta per cápita del mundo; o con Frankfurt, reputada capital económica y financiera de la UE, sede del BCE y del Bundesbank, nudo de transportes, centro de relevantes exposiciones industriales y comerciales y sede de la Feria del Libro más importante del mundo. De Frankfurt también se habla, claro.

En otro orden de cosas, Martin McGuinness, viceministro principal de Irlanda del Norte y Gerry Adams, presidente del Sinn Fein, han entrevisto la posibilidad de aprovechar el jacío para poner sobre el tapete la unificación de las dos Irlandas.

Los primeros sorprendidos 

Hemos de convenir que vivimos un momento raro. Es difícil descartar la sospecha de que los primeros sorprendidos por el triunfo del Brexit fueron sus promotores. No debieron tomarse muy en serio sus propias propuestas y lo mismo hicieron, a lo que se ve, los partidarios de seguir en la UE. Aunque tanto el Banco de Inglaterra como el Central Europeo dispusieron antes y con tiempo inyecciones de liquidez para garantizar la estabilidad del sistema financiero si fuera necesario.

No puedo deshacerme de la impresión de que a todos los cogió mal sentados el veredicto de las urnas. Nigel Farage, líder del antieuropeísta UKIB (United Kingdom Independence Broadcasting), por ejemplo, reconoció varios “errores” en informaciones de las más determinantes curándose en salud no fueran a levantarlo para el aire por lo que, en realidad, eran mentiras.

Por otro lado, otro ejemplo, día y medio después de conocerse los resultados de la consulta, ya había en la página web de Westminster un millón de firmas que en el momento de escribir pasaban de los cuatro millones. La petición incluía para que la consulta tuviera valor la exigencia de una participación no menor al 75% y una ventaja superior al 60% para que sea concluyente.

Y ahí está, tercera observación, Jeremy Corbyn a pique de que lo descabalguen del liderazgo laborista porque no contribuyó a deshacer el miedo a la inmigración entre los trabajadores. Como es sabido, la “invasión” de inmigrantes dispuestos a apoderarse de los puestos de trabajo fue una de las palancas de los brexiners. Un caso significativo de cómo se las gastan y de sus efectos se registró en Doncaster, localidad tradicionalmente laborista donde, según el exconcejal Roy Penketh, la gente está perdiendo su identidad, lo que no le gusta nada. Ganó el Brexit con semejante argumentación que ocultaba, cuidadosamente, que gran parte de esa inmigración es extra comunitaria y no le afecta la salida de la UE.

Podría continuar apuntando casos como los relacionados con los brotes de violencia xenófoba, pero casi diría que es mucho más significativo que se señale a los mayores de 50 años y al mundo rural como los más partidarios del Brexit y la forma en que han arremetido contra ellos los más jóvenes que los acusan de haber comprometido su futuro. Lo malo es que no se apreció excesivo entusiasmo por votar en la juventud.

El hartazgo de la EU 

El presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, puso de manifiesto que los mandatarios de la UE están ya hasta las narices de los británicos. Dijo Schulz que “toda Europa ha sido rehén del partido conservador británico” y agregó que es preciso enfrentar la crisis migratoria, los desequilibrios sociales, la evasión y el fraude fiscal entre otros problemas y que “en todas esas áreas el país que ha bloqueado las soluciones ha sido el Reino Unido”. Bien sabido es que el RU ha estado siempre en contra de cualquier iniciativa de signo integrador.

Aseguró también Schulz que no habrá ningún arreglo con Londres fuera del trámite formal establecido; lo que lleva al artículo 50 del tratado de Lisboa donde se “refugiaron” determinadas normas de la fracasada Constitución Europea. Este artículo regula la puesta en marcha del procedimiento de salida de un miembro de la UE. El desarrollo del proceso es de dos años que comenzarán a contar cuando el país que se quiere ir comunica oficialmente a la UE su voluntad. Es decir, que todo depende de Londres y ya han puesto de manifiesto los promotores del Brexit que no hay ninguna prisa; y como Cameron no se siente legitimado para acabar con la incertidumbre y la inestabilidad creciente, pueden darnos las tantas a la espera de esa comunicación oficial. El exalcalde de Londres, Boris Jonson, ha sido especialmente explícito en este sentido pues el referéndum no es vinculante hasta que no se produzca la comunicación oficial con lo que ya me contarán.

Las cosas han llegado al punto en que Ángela Merkel se ha puesto seria con los británicos que han sido siempre su apoyo cuando trataba de sacar adelante medidas liberalizadoras. El RU es el tercer socio comercial de Alemania, que tiene más de 2.500 empresas en las Islas Británicas. Teme la canciller que el Brexit haya provocado un efecto dominó y trata de inmunizar de alguna manera a los 27, de modo que los candidatos a seguir el ejemplo de Londres se lo piensen. La ironía de Juncker al preguntarle a Farage qué se le había perdido en el Parlamento Europeo da idea de cómo anda el patio en el que se ve a la ultraderecha dispuesta a seguir haciendo de las suyas.

Mientras todo el mundo señala a Merkel como la llamada a encabezar la reacción y las políticas que saquen a la UE del atolladero, da la impresión de que François Hollande trata de aprovechar la oportunidad para mejorar su imagen bastante deteriorada ante las elecciones que le aguardan. Reproducir con Merkel el equivalente a lo que fuera el eje París-Bonn, el París-Berlín diría, podría venirle bien. Habló el presidente francés del malestar popular por las recetas impuestas,de forma nada democrática, para combatir la crisis con total ausencia de comprensión y control ciudadanos; también volvió sobre los cambios necesarios y urgentes para crear un marco de mayor colaboración en seguridad y defensa; de una nueva política de inversiones y un refuerzo de la eurozona con una gobernanza más democrática que facilite la creación de un núcleo duro de la zona euro sobre la que asentar una Europa más coherente y solidaria.

Ninguno de estos asuntos han estado presentes en la última campaña electoral española. Bueno, ni estos asuntos ni los demás.

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