Cuando te olvides de abrazar

Pablo Díaz Cobiella.

Martina Pérez Medina/Pablo Díaz Cobiella

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Despertó una mañana cualquiera de un día soleado y alegre. Sonidos nuevos atrapaban al silencio tras las ventanas. No sabía bien qué era. Jamás había visto una graja de plumaje blanco dorado. Una melodía sin sostenidos y teclas negras del piano salía de sus ojos. Se paró el tiempo justo allí, en el suceso de algo extraordinario a punto de explotar. 

Sí, resulta imaginable nuestra vida. A lo Poppins y Bert en arte 'suelar' que viene de suelo, de tierra. Y como si de un gamusino se tratara; o de un viaje en una casa impulsada por globos de cumpleaños; o en la maravillosa comida que jamás existió de los niños perdidos del Capitán Hook y Peter Pan en El país de Nunca Jamás. Como si creyéramos de verdad que Bob Esponja reside en la 'piña debajo del mar'. Nos dispusimos pues, a dibujar un planeta nuevo lleno de ilusionistas encantadores que jamás arrebataban la posibilidad de serlo, incluso se ponían tristes y no pasaba nada. Miles de campanillas 'claqueaban' sus alas en las ramas de As time goes by. Las ranas dejaron de ser príncipes al besarlas y nadaron 'sirenos' en los confines del techo. Apareció la almohada, de hada, de cuando era 'chiquito', en las profundidades de un viaje al centro de un desván, con Verne y Doc Emmett Brown a partes iguales, mientras su padre lo redactaba en una caja de cartón vacía a modo de bitácora. La vida transcurría en una dulce e impenetrable mentira, desbocada hacia el festejo de la armonía y la paz interior. Lo que creían que era verdad se convirtió, de repente, en un bulevar sin intenciones de ser feliz. Lo que creían que era una mentira, impuesta por los demás, resultó ser tan verdad como el plumaje blanco y dorado. 

Cuánto tiempo tienen para construir algo mejor. No por estar encerrados. No por aprender no sé muy bien el qué. No por pensar en todo lo que han hecho mal y podrían haber hecho mejor o bien. El silencio que es poesía o el ímpetu de animar o aplaudir a los que son héroes. Igual que la poesía es silencio, el amor jamás se desvanece. A todos, ellos y ellas, que les regalan un segundo de su infinito. A todos, en su tesón amable y desprovisto, tesón y rabia de insistir en la vida. El final está en nosotros mismos o en la imaginación de 'un #nuestroplaneta'; o también, en el vuelo que se posó en el alféizar de la ventana de Martina. Esta historia real, la escribieron tras escuchar el revoloteo de una graja en la azotea de una ciudad, lejos de su hogar. Vino a recoger su misiva:   

Hola, me llamo Martina tengo diez años y esto es lo primero que quiero hacer cuando pueda ser libre. 

¡Por fin! Salí corriendo a abrazar a mis mejores amigas, Sabina, Débora y Aitana. Juntas continuamos corriendo y corriendo hasta tocar la arena de la playa. Me di cuenta de que una ola se acercaba y las avisé, pero teníamos tantas ganas de contarnos nuestras historias que nos olvidamos. La ola llegó y nos empapó por completo, comenzamos a reír sin poder parar. Caladas hasta los huesos fuimos a comprar un helado enorme. Creíamos que era un sueño, nos pellizcamos, nos dolió, era real. Débora y Aitana tenían que volver a sus casas. Sabina y yo permanecíamos sin separarnos, queríamos ir a ver a Bella y Eclipse, nuestros caballos. Nos acercamos y sus ojos reflejaban pura alegría. Montamos sobre ellos y nos dirigimos hasta la orilla de la playa, queríamos poder compartir con ellos el agua fresca llegando a la arena y galopar juntos libremente. 

Martina Pérez Medina y Pablo Díaz Cobiella, en un mundo que compartimos.

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