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Santos, Difuntos y Desaparecidos

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La International Raoul Wallenberg Foundation celebra el Día Internacional de las Personas Desaparecidas cada 30 de agosto, y propone que todos y todas nos sumemos en esta conmemoración que por propia naturaleza conlleva una gran carga reivindicativa. Desaparecidas y desaparecidos hay en casi todos los rincones del planeta, la gran mayoría víctima de procesos represivos que cobardemente asesinaban y barrían los cuerpos bajo la alfombra. En Canarias tenemos, vaya que si tenemos, y en buena parte sabemos o intuimos por dónde andan. Este primero de noviembre, en Gran Canaria, como cada año, un grupo de personas se ha acercado hasta la sima de Jinámar, hoyo natural donde se tiró a un impreciso número de represaliados por el franquismo, para celebrar un recordatorio y exigir la reparación de unos hechos acontecidos hace setenta años. Esto me ha llevado a pensar cual es el lugar de los desaparecidos de nuestra tierra, me refiero al lugar histórico, pero también al lugar físico. Por un momento he pensado que es injusto recordar a los desaparecidos el día de los difuntos, que hacerlo así es como admitir que son muertos como los demás, reconocidos, localizados, identificados, pero huelga decir que esto no es así, que están como en otro espacio, en un limbo espacial y memorístico entre legajos de historia, la negación y la vergüenza. Por otro lado es absurdo no admitir que ya no están, que quedaron esparcidos en simas, bajo tierra en los pinares o tragados por la marea, pensar acaso que quizá vivan ocultos, clandestinos, alzados en una geografía desconocida. Su lugar en el almanaque tampoco está en el cuadradito del día de Todos los Santos, eso seguro, no creo que ninguno tuviera vocación de santidad ni hubiese cumplido los méritos que la curia vaticana exige para la canonización. Estos desaparecidos no son muertos al uso, de pompa y lápida, ¿qué hacemos con ellos? Dado que estamos en estos días hagamos la broma macabra, dado el tratamiento indiferente que ha aplicado el fascio sobre esta realidad, trivialicemos también por un momento y solucionemos esto. Se me ocurre terminar la secuencia de días que empieza con la festividad de Todos los Santos el día primero y luego sigue con el día de los Difuntos (que no son Santos) el día segundo, para rematar esta tríada festiva con el día de los Desaparecidos (que no son Difuntos) el tercero de noviembre. Así nos ha quedado una celebración jerarquizada donde cada uno tiene su lugar y nadie pisa el terreno ajeno ¿Qué les parece? ¿Nos ha hecho gracia? Claro que no, no tiene la menor gracia porque ya es hora de que se haga justicia. No se explica que tratemos de edificar una convivencia normalizada mientras hay puñados de muertos sin reconocer esparcidos por las islas sin que nos sonrojemos. Hay que abrir los pozos, cavar las fosas, lo que sea con tal de poder mirarnos a la cara como pueblo. Se dice, como salvoconducto para la apatía, que bucear en la historia es querer abrir viejas heridas, y sí, en efecto hay que abrir las heridas para sacar lo sucio, lo podrido, sólo así cicatrizan y sanan, sólo cuando todo está en su lugar, limpio y ordenado.

La International Raoul Wallenberg Foundation celebra el Día Internacional de las Personas Desaparecidas cada 30 de agosto, y propone que todos y todas nos sumemos en esta conmemoración que por propia naturaleza conlleva una gran carga reivindicativa. Desaparecidas y desaparecidos hay en casi todos los rincones del planeta, la gran mayoría víctima de procesos represivos que cobardemente asesinaban y barrían los cuerpos bajo la alfombra. En Canarias tenemos, vaya que si tenemos, y en buena parte sabemos o intuimos por dónde andan. Este primero de noviembre, en Gran Canaria, como cada año, un grupo de personas se ha acercado hasta la sima de Jinámar, hoyo natural donde se tiró a un impreciso número de represaliados por el franquismo, para celebrar un recordatorio y exigir la reparación de unos hechos acontecidos hace setenta años. Esto me ha llevado a pensar cual es el lugar de los desaparecidos de nuestra tierra, me refiero al lugar histórico, pero también al lugar físico. Por un momento he pensado que es injusto recordar a los desaparecidos el día de los difuntos, que hacerlo así es como admitir que son muertos como los demás, reconocidos, localizados, identificados, pero huelga decir que esto no es así, que están como en otro espacio, en un limbo espacial y memorístico entre legajos de historia, la negación y la vergüenza. Por otro lado es absurdo no admitir que ya no están, que quedaron esparcidos en simas, bajo tierra en los pinares o tragados por la marea, pensar acaso que quizá vivan ocultos, clandestinos, alzados en una geografía desconocida. Su lugar en el almanaque tampoco está en el cuadradito del día de Todos los Santos, eso seguro, no creo que ninguno tuviera vocación de santidad ni hubiese cumplido los méritos que la curia vaticana exige para la canonización. Estos desaparecidos no son muertos al uso, de pompa y lápida, ¿qué hacemos con ellos? Dado que estamos en estos días hagamos la broma macabra, dado el tratamiento indiferente que ha aplicado el fascio sobre esta realidad, trivialicemos también por un momento y solucionemos esto. Se me ocurre terminar la secuencia de días que empieza con la festividad de Todos los Santos el día primero y luego sigue con el día de los Difuntos (que no son Santos) el día segundo, para rematar esta tríada festiva con el día de los Desaparecidos (que no son Difuntos) el tercero de noviembre. Así nos ha quedado una celebración jerarquizada donde cada uno tiene su lugar y nadie pisa el terreno ajeno ¿Qué les parece? ¿Nos ha hecho gracia? Claro que no, no tiene la menor gracia porque ya es hora de que se haga justicia. No se explica que tratemos de edificar una convivencia normalizada mientras hay puñados de muertos sin reconocer esparcidos por las islas sin que nos sonrojemos. Hay que abrir los pozos, cavar las fosas, lo que sea con tal de poder mirarnos a la cara como pueblo. Se dice, como salvoconducto para la apatía, que bucear en la historia es querer abrir viejas heridas, y sí, en efecto hay que abrir las heridas para sacar lo sucio, lo podrido, sólo así cicatrizan y sanan, sólo cuando todo está en su lugar, limpio y ordenado.