Una isla, un centro… y un vacío por llenar

José F. Arozena

5 de diciembre de 2025 11:29 h

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La sede del futuro Centro Nacional de Vulcanología ya tiene ubicación oficial en el Valle de Aridane. La decisión aparece recogida en el Boletín Oficial del Estado, pero el proyecto aún necesita una dirección asentada en la isla, capaz de convertir una resolución administrativa en una institución real, duradera y útil para el país.

La mañana del 3 de diciembre de 2025 amaneció con un cielo claro sobre La Palma, un cielo que iluminaba las cicatrices oscuras que la erupción del Tajogaite dejó grabadas en la ladera. En ese paisaje todavía condicionado por la memoria reciente, el BOE publicó el acuerdo que confirma a la isla como sede del Centro Nacional de Vulcanología. La noticia se extendió con rapidez, no como un rumor más, sino como un hito institucional respaldado por un dictamen técnico y por la aprobación del Consejo de Ministros. El anuncio, esperado durante años, adquiría de pronto un carácter definitivo.

El documento justificaba la elección con una combinación de argumentos geológicos, científicos y territoriales. La Palma es el único territorio español con actividad volcánica reciente y un escenario donde la población, las administraciones y la comunidad científica se enfrentaron a una emergencia real en 2021. La propuesta, presentada junto con Tenerife, articula un modelo en el que la coordinación y la presencia física del centro se asentará en el Valle de Aridane, mientras que el apoyo científico y tecnológico se desplegará desde los recursos ya existentes en la isla vecina.

Sin embargo, más allá de la solidez de los criterios, la lectura detenida del BOE deja entrever un elemento que no aparece explicitado: la elección de la sede es un punto de partida, no de llegada. El texto fija un lugar y una estructura, pero no resuelve quién guiará la transición entre la declaración y la construcción efectiva del centro. Para La Palma, acostumbrada a ver cómo algunos proyectos estatales avanzan con lentitud, esta incógnita no es menor.

Un territorio moldeado por la experiencia

El Valle de Aridane, señalado como sede principal, convive todavía con los estragos provocados por la erupción. Las nuevas carreteras, los terrenos reconstruidos y los núcleos urbanos reorganizados muestran una isla que ha sabido recomponerse, pero también una isla que ha aprendido que cada proceso de recuperación exige tiempo, constancia y una gestión cercana.

En este contexto, ubicar allí el centro adquiere un valor adicional. Es el territorio donde la emergencia volcánica fue más intensa y donde se concentró gran parte del esfuerzo científico y administrativo durante la crisis. La zona es un recordatorio permanente de la necesidad de comprender, prevenir y gestionar este tipo de fenómenos; un recordatorio que ahora se convierte en fundamento para un proyecto de alcance nacional.

Pero el mismo paisaje que legitima la elección advierte de las dificultades. La reconstrucción sigue siendo desigual y cualquier avance depende de una coordinación persistente entre administraciones. La publicación del BOE trae consigo tanto una oportunidad como una exigencia: convertir la experiencia acumulada en estructuras estables requiere una dirección firme, capaz de mantener el ritmo cuando se apaguen los focos iniciales.

El centro que se proyecta

El documento oficial describe un futuro centro destinado a la investigación, la formación, la vigilancia volcánica y la transferencia de conocimiento. Su función será integrar el trabajo disperso que actualmente realizan distintos organismos científicos, y ofrecer una respuesta más coordinada a los desafíos que plantea el riesgo volcánico en España. La erupción de 2021 demostró que existe talento, capacidad técnica y colaboración internacional; lo que faltaba era una institución que aglutinara ese potencial de forma permanente.

La candidatura recoge compromisos materiales: inmuebles disponibles, financiación compartida, programas de apoyo al personal investigador y planes de equipamiento. También anticipa que una parte de los recursos procederá de convenios administrativos y fondos europeos. Todo ello deberá concretarse en un acuerdo posterior, que será el instrumento legal que desbloquee la fase de ejecución. Esta necesidad de desarrollo normativo y administrativo señala precisamente el punto donde el proyecto puede avanzar con decisión o estancarse por falta de impulso.

Una dirección con arraigo

La experiencia de La Palma durante la emergencia de 2021 dejó una lección que ahora adquiere nueva relevancia: los proyectos que funcionan son aquellos que cuentan con una dirección visible, implicada y plenamente integrada en el territorio. El BOE establece los componentes formales del centro, pero no define quién velará por su implementación. Para que la sede se materialice, será necesario un liderazgo con capacidad de coordinar administraciones, anticipar dificultades y asegurar que la actividad se desarrolle realmente en la isla y no quede diluida en la estructura científica regional.

La singularidad de La Palma exige una dirección que conozca su geografía, su tejido social, sus limitaciones y su potencial. Una dirección que haya acompañado el proceso de recuperación tras la erupción y que pueda traducir las necesidades del territorio en decisiones operativas. Este vacío de liderazgo es, por ahora, el principal desafío que emerge del anuncio.

El reto del equilibrio

El modelo dual planteado en la candidatura, con la gobernanza en La Palma y una red científica consolidada en Tenerife, aporta solidez técnica, pero también introduce un riesgo: el desplazamiento natural de recursos hacia el lado más fuerte del sistema. Para evitar que la sede palmera se convierta en una referencia simbólica más que operativa, será imprescindible una vigilancia constante en la toma de decisiones y una representación sólida de la isla en los órganos de gestión.

Sin esta atención, La Palma podría quedar relegada a un papel accesorio en su propio proyecto. Con ella, en cambio, el centro podría convertirse en un motor de actividad económica, científica y social en uno de los territorios más castigados del archipiélago.

Un horizonte lleno de posibilidades

Aun con las incógnitas, la designación ofrece a la isla una oportunidad excepcional. El centro podría atraer empleo cualificado, impulsar la formación especializada, generar sinergias con instituciones nacionales e internacionales y situar a La Palma en un mapa científico que ya conoce, pero en el que no siempre ha ocupado un lugar estable.

El dictamen que acompaña al BOE señala también el potencial del centro para contribuir a revertir la pérdida de población y fortalecer la cohesión territorial, dos retos estructurales de la isla.

La publicación del documento marca así un comienzo. Fija un punto sobre el mapa, define una intención y reconoce el valor científico y humano de La Palma. Pero no garantiza, por sí sola, la construcción del edificio, la llegada de equipos técnicos ni la consolidación de un consorcio operativo.

Lo que falta por escribir

En el Valle de Aridane, donde se construirá la sede, conviven las huellas del volcán con los indicios de una recuperación aún en curso. La designación del centro añade una capa nueva al paisaje: la promesa de que el conocimiento científico y la vigilancia volcánica ocuparán un lugar permanente en la isla.

El futuro del proyecto dependerá, en última instancia, de la dirección que se nombre para guiarlo. La sede ya está sobre el papel; la transformación de ese papel en una institución viva y duradera será el verdadero desafío.

En una isla habituada a leer el movimiento del terreno, la pregunta que ahora se plantea no es la de si habrá un Centro Nacional de Vulcanología, sino la de quién garantizará que llegue a existir.