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Salvar la vida agarrado a un bidón de gasolina: ''Dios, ayúdanos, el agua nos está tragando''

Natalia G. Vargas

Las Palmas de Gran Canaria —

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Hassan recorre sin prisa las calles de la capital de Gran Canaria con una sonrisa tímida y contagiosa. La camiseta negra que viste, a juego con su pantalón de chándal, pasa desapercibida. Nadie podría imaginar que es la misma prenda que llevaba cuando “volvió a nacer”. El 22 de noviembre, el marroquí de 35 años vio ahogarse en mitad de la noche a las diez personas que viajaron con él en una patera de Marruecos a Canarias. Él fue el único superviviente.

“Desde las cinco de la madrugada hasta el mediodía del día siguiente estuve intentando no hundirme”, cuenta. Después de varias horas batiéndose en duelo con el mar, un velero encontró a Hassan agarrado a un bidón de gasolina. En una oficina de la Cruz Roja, con los hombros encogidos y las manos sobre los muslos, relata cada detalle de su historia.

No era la primera vez que Hassan, monitor de natación en Agadir, intentaba llegar a España. Cuando era adolescente, junto a otros conocidos, trató de cruzar el estrecho por todos los medios posibles. Varias veces intentó esconderse en barcos de alta velocidad. “Cuando los veíamos salir, saltábamos al agua e intentábamos subirnos trepando cuerdas”. También viajó en la parte baja de los camiones o, como él dice, en la “conserva”. “Le decimos así porque cuando nos metemos parecemos sardinas en lata”, bromea. Cada intento fue frustrado por la policía, que siempre lo localizó. 

Él había oído hablar de la ruta canaria. Sabía también, por las redes sociales, que muchos compatriotas suyos habían muerto en esa travesía. Sin embargo, pudo más el sueño que le persigue desde que era un niño sin mucha pasión por los estudios, pero con una voluntad innata de trabajar. “Había escuchado que España era un buen país para mejorar y ganarse la vida”, explica en árabe. De eso Hassan sabe mucho. Desde que dejó la escuela en quinto de primaria, ha trabajado como constructor, transportista o elaborando especias para las comidas típicas que los turistas prueban en Agadir. Con el poco dinero que ganaba, subsistían también su madre viuda y sus hermanas pequeñas. 

Con algunos ahorros y ayuda de su tía, pudo reunir los 4.000 euros que los traficantes le pedían para su hueco en la patera. Con esa cantidad podrían comprarse 39 billetes de avión de Agadir a Gran Canaria, pero Hassan sabe que esto no es una opción para él y las personas que viajan en embarcaciones precarias. Conseguir un visado que le permita volar es una misión imposible.

El velero

El 19 de noviembre salió de Sidi Ifni con nueve personas más y el patrón de la barcaza. Vestido con cuatro pantalones y cuatro camisetas para combatir el frío, se subió a la patera sin habérselo dicho a su madre. Le dejó algo de dinero escondido en casa, para que no sospechara y fue conducido por los traficantes al punto de partida. Llevaba también una mochila con un teléfono y algo de dinero. Todo desapareció pocas horas después en el fondo del mar. 

En la madrugada del martes, la embarcación comenzó a llenarse de agua hasta que se hundió. Desde ese momento, los gritos de los ocupantes rompieron el silencio de la noche. Hassan comenzó a quitarse prendas de ropa para reducir el peso. Se aferró a un bidón de gasolina de 65 litros y trató de nadar hacia otro para sostenerse mejor. De pronto, regresó el silencio. Todos los demás habían muerto. Entre ellos Aziz, un amigo suyo. “Una parte de mí me decía que dejara de luchar porque ya estaba muerto, pero otra me recordó que aún seguía vivo y lo seguí intentando”, confiesa.

Mientras el marroquí intentaba mantenerse a flote, le pedía ayuda a dios: “Por favor, ayúdanos, el agua nos está tragando”. Después de varias horas en las que solo veía cielo y mar, vislumbró la imagen borrosa de un velero. Una mujer, un hombre y un perro lo salvaron. “Tenía tanto frío que cuando me agarré para subir al velero comencé a sangrar”, explica mientras muestra algunas heridas en sus brazos y piernas. Su último recuerdo de esa noche le hace reír. “El perro no paraba de lamerme la cara”. Cuando despertó ya estaba en el hospital. 

Para los ocupantes del velero solo tiene palabras de agradecimiento y un deseo: volver a encontrarlos para darles las gracias. Desde que llegó a Gran Canaria recibe ayuda humanitaria de Cruz Roja, que le ofrece acogida y también asistencia psicológica. Hasta ahora, también ha necesitado medicación para poder dormir. 

Salvamento Marítimo y la Guardia Civil siguieron buscando después del naufragio a los otros ocupantes de la patera. La búsqueda se prolongó durante 48 horas. El primer día fue activada la Salvamar Macondo, el helicóptero Helimer 206 y un helicóptero del Grupo de Emergencias y Salvamento del Gobierno de Canarias. En la segunda jornada, fueron dos patrulleras de la Guardia Civil las encargadas de barrer el océano en busca de los desaparecidos. En ese margen de tiempo no fue hallado ningún cuerpo. Solo otros bidones de combustible como al que se aferró Hassan, un saco de plástico y un chubasquero.

Cuando termina la entrevista, Hassan echa a andar, no sin antes bromear con los trabajadores de Cruz Roja sobre cómo Marruecos eliminó a España del mundial de fútbol. En la capital, su mirada se entretiene en cada fuente y en cada parque. El pasado 8 de diciembre cumplió en Canarias su 35 aniversario. Su regalo fue sobrevivir. Su deseo es encontrar un trabajo. No le importa en qué, solo quiere un empleo. Con la tranquilidad que lo caracteriza y repleto de esperanza enfrenta los días, hasta que la noche llega y los recuerdos del naufragio lo vuelven a asaltar.

7.692 muertos en cinco años

La ruta hacia Canarias sigue siendo la más mortal de acceso a España. En los últimos cinco años han perdido la vida en este camino desde África occidental 7.692 personas. Según el informe Víctimas de la necrofrontera 2018-2022, publicado por el colectivo Caminando Fronteras, la segunda ruta más letal es la de Alborán (1.493), seguida del Estrecho (528), y de las fronteras de Ceuta y Melilla (47). 

En el caso de la ruta canaria, la mayoría de las víctimas desaparecen en el océano. Este “sistema de muerte” permite una “negación deliberada de la existencia de las víctimas”, lamenta el colectivo, empujando también a las víctimas y a las familias a una situación de “indefensión”. 

Según Caminando Fronteras, la lentitud para determinar a qué autoridad y a qué país corresponde el rescate pone en peligro a las personas que permanecen a la deriva. El colectivo apunta también a situaciones de negación de auxilio por parte de las embarcaciones civiles como consecuencia de la “criminalización a la solidaridad en el océano”.