Alemania no va a salvarnos

Juan Manuel Bethencourt

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Hay una expectativa excesiva respecto a la capacidad de la Unión Europea para pagar la factura económica ocasionada por la pandemia de coronavirus. Una factura que incluye el monstruoso gasto público que supone enfrentarse a la enfermedad y el deterioro ocasionado en el modelo económico de los países afectados, con España en primer plano por el peso de los servicios en su estructura productiva. Se dice, lo señalan gobernantes y observadores, que si no se produce una respuesta coordinada y contundente, cabe preguntarse para qué sirve la Unión Europea. Esta afirmación es cierta, sin duda. La ministra de Asuntos Exteriores española, Arancha González Laya (vaya debut para una neófita en política) lo ha descrito bastante bien al recordar a sus colegas alemán y holandés que de poco sirve tener un camarote de primera cuando estás a bordo de Titanic, porque si el barco se hunde sin remedio sin botes suficientes la tragedia va a ser compartida. De modo que sí, que la respuesta común de la UE debe llegar, y llegará sin duda, pero la cuestión relevante es en qué terminos. No serán, eso vamos a asumirlo desde ahora, unos términos gratuitos. Podrán ser benevolentes, con créditos muy blandos a interés casi irrelevante. Pero difícilmente será con dinero europeo a fondo perdido. Primero, porque los gobiernos de Alemania, Países Bajos, Dinamarca, etcétera, no lo permitirán; ya tienen bastante presión de sus propios votantes. Segundo, porque incluso con el valioso apoyo de Francia los Estados más necesitados de ayuda, básicamente Italia y España (no lo olvidemos, la tercera y cuarta economía de la UE, la cosa es muy seria) carecen de fuerza disuasoria real. ¿Qué vamos a hacer si Europa no nos da lo que pedimos? ¿Nos vamos de la UE? ¿Y nos vamos a dónde, a la intemperie global? Todo esto lo saben perfectamente los que se sientan en las sesudas reuniones del Eurogrupo.

Se habla mucho también de otro señuelo seductor, el llamado Plan Marshall contra las consecuencias del coronavirus. Hay que reconocer que suena muy bien. El problema es que tenemos que entender el contexto para hacernos una idea de lo que pasa en el mundo y las herramientas reales que tenemos a nuestra disposición. El Plan Marshall, llamado así en honor al secretario de Estado de Estados Unidos que lo lideró tras la Segunda Guerra Mundial, fue un instrumento muy valioso precisamente porque era posible, porque se daba la coincidencia virtuosa entre: a) un país vencedor de la contienda dotado de ingentes recursos y prácticamente indemne en su territorio, en este caso EEUU; b) un continente, Europa, devastado pero ávido de reconstrucción y concordia, y c) una amenaza política influyente en forma de régimen comunista liderado por la Unión Soviética, ya presente en territorio europeo al este del Telón de Acero. Ninguna de esas circunstancias se da en esta ocasión, porque Estados Unidos puede tener más bajas por el coronavirus que las sufridas en la Segunda Guerra Mundial (y no es broma). Porque Europa felizmente no está destruida, ni mucho menos, pero carece de la imaginación institucional para poner en pie herramientas de nuevo cuño y hacerlo en tiempo récord. Y porque el nuevo paisaje global no es bipolar y además la pandemia afecta a todo el planeta; es más, las secuelas en África y Latinoamérica son temibles.

Dicho con claridad, los españoles podemos esperar la cooperación de la UE a través de los créditos baratos y la compra de deuda pública a cargo del Banco Central Europeo. Si queremos más, acudiremos a una herramienta ya existente, el MEDE, un fondo de reestructuración que nos dará auxilio bajo condiciones que, eso sí, habrá que negociar con Merkel y compañía. Pero convertir este debate en el nos jugamos tanto en un juego de buenos y malos sería un enorme error.

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