Besos
El Primer beso es vértigo. Lo ves venir. Lo pones en agenda. Lo intuyes, lo esperas, lo intentas y fracasas, lo vuelves a intentar... pero siempre llega el primer beso.
Lo mejor del primer beso son las miradas que le preceden. Dos banderas blancas anunciando rendición. Y, al mismo tiempo, deseo. Quieres abrir los ojos pero no puedes.
El último beso es una incógnita. Pocas veces sabes que das el último beso. Y cuando lo asumes es una mierda, sobre todo cuando menos te lo esperas.
Si supiera que mis últimos besos iban a ser esos algo habría cambiado. Habría abrazado con más fuerza. Seguro, también, habría llorado.
Todos los últimos besos deben de ser por una buena causa.
Es lo que hay entre el primer y el último beso lo que merece la pena. Entre el primer y el último beso hay un terremoto y sus réplicas, cientos de pleamares, agostos y kilómetros. Baja la miopía y sube la presbicia. A veces perros, a veces gatos. Películas clásicas, partidas de cartas, paseos infinitos, pares de zapatos, otoños sin lluvia, páginas marcadas, mermelada de melón y gengibre.
Fotografías que quedan por hacer.
Todo tiene sentido en el primer beso. Todo pierde sentido en el último.
El primer beso es una Epifanía que nunca debería terminar.
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