Las víctimas del fuego que el pino canario cobija

Iván Suárez

Las Palmas de Gran Canaria —

“Tierra mía, pino verde y playa negra, tierra de mis alegrías”. El polifacético artista grancanario Néstor Álamo dedicó a mediados del siglo XX, en plena época de reforestación de la cumbre, estos versos en forma de copla a Tamadaba, paraje singular que alberga el único reducto de pinar antiguo canario que se ha mantenido en pie en la vertiente norte de la isla, en armoniosa convivencia con la aridez del territorio volcánico. Esta joya de patrimonio natural, pulmón verde de Gran Canaria, sufrió el pasado domingo el embate del virulento incendio originado en el barranco de Crespo (Valsendero), en el municipio de Valleseco. La entrada del fuego en el parque natural compungió a los habitantes de la isla, que solo pudieron respirar algo aliviados cuando escucharon tres días después de boca de Federico Grillo, el jefe de Emergencias del Cabildo de Gran Canaria, que los daños habían sido menos de los esperados.

Con el incendio estabilizado, se inicia ahora el proceso para hacer balance y evaluar la afección a un ecosistema único. Según el doctor en Biología Manuel Nogales, delegado en Canarias del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la biodiversidad de Tamadaba ha sido la gran damnificada del incendio que ha arrasado más de 9.000 hectáreas. El investigador explica que este espacio protegido alberga 33 especies endémicas de Gran Canaria, ocho de ellas exclusivas. En algunos casos, con poblaciones de menos de 100 ejemplares. Es el caso de la mosquera y el tomillo de Tamadaba o la cresta de gallo, especie que se consideró prácticamente extinta durante 70 años y que fue descubierta en los andenes que se asoman a Agaete.

El pinar es refugio de una veintena de aves, entre las que destacan dos autóctonas: el herrerillo y el mosquitero canario. “Los pájaros, por lo que ha sufrido el hábitat, lo van a pasar mal”, afirma Nogales. En este paraje natural viven tres reptiles endémicos, el lagarto y la lisa de Gran Canaria y un perenquén que se encuentra también en la isla de El Hierro. Además del murciélago montañero, “el único mamífero autóctono”, en Tamadaba hay varios centenares de especies de invertebrados, “los grandes desconocidos y olvidados”, muchos de los cuales se cobijan bajo la pinocha.

Nogales avanza que, si bien es cierto que el incendio ha quemado “el ecosistema que mejor se regenera”, el pinar canario, muy resistente a las llamas por el grosor de la corteza, “la biodiversidad va a tardar en recuperarse, será el gran pago de este fuego”. “Siempre que hay incendios, el fantasma de la extinción (de especies) está presente”, asevera el biólogo, que distingue entre ecosistemas complejos, ricos en biodiversidad, como el que se erige en Tamadaba, y sencillos, “ajardinados”, con una importante pérdida de riqueza natural. “Es como un ordenador cuando la reseteamos la mitad del disco duro. Está funcionando, pero está funcionando de aquella manera”, compara.

El delegado en Canarias del CSIC estima que las primeras acículas (hojas) verdes en los pinos afectados por el fuego en Tamadaba brotarán en dos o cuatro meses y que el bosque tardará aproximadamente una década en recuperarse en su totalidad de manera que “cueste ver que allí hubo un incendio”. “Ahora hay que dejar la zona, esperar que el invierno traiga lluvias abundantes pero tranquilas. Afortunadamente la pinocha caerá al suelo y hará de tampón para que no haya una erosión bestia en caso de que las lluvias sean torrenciales”, augura el experto.

Alisios, pinocha y especies invasoras

El pino canario ha evolucionado en un contexto de volcanes activos y, por ello, “ha podido adaptarse al fuego”. Nogales precisa que se trata de uno de los pocos árboles en el mundo que tiene la capacidad de brotar de cepas. “Es un caso típico, como el de los eucaliptos originales de Australia. El Macizo de Tamadaba está bastante aislado. En un contexto de isla oceánica, hay muchos procesos ecológicos y evolutivos que quedan en aislamiento y ahí tanto la flora y la fauna, como la interacción entre ambas tiende a diversificar hacia formas bastante originales y diferentes al resto. Es lo que da lugar a los procesos de especiación”. Para la conservación de este hábitat en un entorno árido, es fundamental el papel desempeñado por los vientos alisios, que producen una precipitación horizontal cuando la temperatura del aire conecta con la temperatura de las hojas y se produce la condensación de agua. “Esa condensación puede llegar a ser un tercio de lo que llueve anualmente. Es agua que no se ve, pero agua que se filtra. Por eso es muy importante, aparte de la conservación de los suelos”.

También es clave en este ecosistema la pinocha. “Es el microclima para que las nuevas plantas puedan ir saliendo en las zonas aclaradas donde no hay una gran cantidad de pinos, es lo que evita que haya erosión cuando se producen aguaceros fuertes en invierno, es el lugar donde viven un montón de insectos. Quitar la pinocha es quitar buena parte del ecosistema”, afirma Nogales, que distingue entre las zonas de pinar antiguo y las repobladas, y que aboga por mantener un equilibrio entre la intervención y los procesos naturales para evitar la acumulación de pinocha susceptible de arder a la más mínima imprudencia o intencionalidad incendiaria, a la vez que se mantiene la biodiversidad a la que da cobijo.

“No cabe duda de que los márgenes de las carreteras tienen que estar limpios, entre cinco y diez metros. También admiten la recogida de pinocha las zonas repobladas (caracterizadas por una mayor densidad de árboles y, por lo tanto, por un mayor riesgo de que el fuego se propague a través de las copas), siempre que los usos sean controlados por las autoridades. Caso distinto es el de los pinares antiguos, históricos, bien conservados. Hay que manejarlos de manera más cuidadosa que otros que son más transitados, no podemos cargarnos el ecosistema”, asevera el biólogo, que defiende que es el momento de abrir un debate profundo sobre este asunto entre los especialistas en conservación.

“Estamos acostumbrados a que los recursos naturales son para usarlos. Y vamos a usarlos, pero vamos a usarlos por zonas. Tenemos un patrimonio natural brutal, no le podemos pasar a las futuras generaciones un patrimonio natural completamente capado y destruido. La sociedad necesita un chute importante de educación ambiental, no vivimos en un sitio cualquiera, vivimos en auténticas joyas de biodiversidad. Vamos a gestionarlo con mayoría de edad y criterio científico”, plantea.

Nogales considera primordial la coordinación de técnicos de distintas instituciones para hacer, a partir de ahora, un seguimiento intenso de las consecuencias del fuego en el Macizo de Tamadaba. El investigador advierte de que hay que estar especialmente atentos al rabo de gato, una especie invasora exótica característica de sabanas africanas y acostumbrada al fuego que ya estaba presente en el parque natural, aunque no de manera abundante, y que se introduce en zonas degradadas.

Los bosques de Gran Canaria

El trabajo más intenso de reforestación en Gran Canaria comenzó en los estertores de la década de 1940. La isla había perdido cerca del 80% de su masa forestal en un proceso que comenzó en la época de la conquista, 500 años atrás. El bosque termófilo, de acebuches y almácigos, desapareció para convertir la madera en carbón y combustible. También quedó diezmado el de laurisilva, mientras que del pinar antiguo tan solo quedó en pie el 20% de su superficie.

El delegado en Canarias del CSIC explica que, en la actualidad, la isla cuenta con aproximadamente 8.400 hectáreas de pino histórico, no repoblado. Se localiza en Tamadaba (2.000), Tirajana (2.000), el monte de Tauro (400) e Inagua (4.000), reserva esta última que en 2007 resultó afectada por un gran incendio forestal, que estuvo seriamente amenazada en el fuego declarado el pasado 17 de agosto en Valleseco (las llamas se quedaron a tan solo dos kilómetros del parque) y que alberga la mayor población de pinzón azul de la isla (unos 350 ejemplares), una especie endémica en peligro de extinción que también se encuentra en la zona de Los Llanos de la Pez en menor cantidad (aproximadamente unos 50).

A esta superficie de pino antiguo hay que sumarle otras aproximadamente 1.500 hectáreas de repoblaciones, la mayor parte en la cumbre de la isla, de las que se han quemado algo menos de la mitad.