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El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora

La calumnia, en directo

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El abogado de don Pepito no sabía dónde meterse. Por momentos parecía que la rojez de su cara se transformaría en un enorme sarpullido que reventaría impregnando de pus todas las paredes de la sala de vistas número 10 de los juzgados de Santa Cruz de Tenerife, donde su cliente ocupaba banquillo de los acusados por injurias y calumnias contra una juez a muy pocos metros de sus dos escribanos de cabecera, Zipi y Zape, cuyas venturas y aventuras obsequia este martes en DVD el periódico El Día por la módica cantidad de 1,95 euros, más el precio del periódico, 1,20. Sí, le pobre José Miguel Munguía, que así se llama el letrado al que este lunes tocó defender la inocencia de José Rodríguez Ramírez ante la juez de Penal 2 de Santa Cruz de Tenerife, se le acaban por momentos los argumentos: que si la causa está prescrita, señoría, por favor; que si me falta una documental (que su señoría le enseña donde está incorporada a la causa); que sí, vale, pero ha habido dilación indebida; que si la magistrada insultada por mi patrocinado es un personaje público que no tiene derecho al honor porque escribe artículos de opinión; que si la palabra “barragana” no es un insulto porque aparece en Google con más de dos millones de entradas? Un calvario de defensa la que pudo verse este lunes en ese juzgado y un calvario de cliente empeñado en torcer hasta la aberración una estrategia de defensa que acabó destrozada y por los suelos ante el carácter mesiánico del acusado: “Soy la persona más respetable y más digna y con el currículum más extenso y lleno de aprecios de toda Canarias, ¡y de absoluta honradez!”, proclamó el acusado en el turno preceptivo de su última palabra antes de declararse el juicio visto para sentencia. No sin antes lanzar una amenaza velada a la juez que tendrá que dictar esa sentencia: “No quisiera que por culpa de una oveja negra de la justicia, yo sea víctima de una injusticia”. Genio y figura, don Pepito no pudo contenerse y ceñirse a una defensa lógica que le pudiera al menos aliviar de la acusación delictiva que pesa sobre él. Muy al contrario, profirió calumnias en directo contra la juez víctima de sus infundios y sus injurias: en dos ocasiones casi seguidas la acusó de prevaricar por haberle archivado en 2010 una querella que él interpuso contra la periodista grancanaria Teresa Cárdenes. “No sólo la archivó, sino que me condenó a las costas”, exclamó indignado mientras el rojo intenso se apoderaba de abajo a arriba del gaznate de su abogado. “Y sí, la llamé barragana, porque escogí la palabra más inofensiva (...) ni siquiera introduje palabras sobre el oficio más antiguo del mundo”, se justificó en los estertores del juicio, cabreado por lo que había tenido que oír en boca de su víctima, de la fiscal y de la abogada de la acusación particular. Perdió, como es habitual, el juicio.

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