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Fellini le pregunta a Pedro por la palabra

Miguel Jiménez Amaro

Estuvieron mirando al submarino alemán hasta que se sumergió del todo a la altura de Los Guinchos. Constantine quiso ser muy directo con Fellini, se encaró con él, y le desveló que su amigo Gunther es quien va a ser el primer acusado del asesinato de la Alemana de La Cuesta. Lo detendrán por la tarde, dormirá esa noche en la cárcel, y a la mañana siguiente, le pedirán disculpas, y lo soltarán. Le explicó que Gunther se presta a envidias por su aspecto de playboy, su generosidad, su mercedes  Benz descapotable, ser artista, bohemio, simpático, de buen corazón y tantas cosas más. Un militar retirado, un eunuco, que se deja invitar por él, y que le envidia, callada pero visiblemente, será el responsable de esta detención a un bien sabido inocente. Le comentó también que El Inductor irá a comer al día siguiente, con El Asesino, al Kiosco de Garrafón. Que  había estado hoy por la mañana tomando Llopart en él, y que ya había cogido habitación en el Hotel Patria. Que era muy probable que se lo cruzase esa misma noche en el zaguán del hotel. Con estas palabras llegaron a la caseta de la primera meseta, donde coincidieron con el guardiamarina Varela, vigilante de la marea que sube y de la que baja, que mantuvo unas palabras con Constantine sobre el recién esposado Asesino del Plus Ultra

A Fellini le cubría una sombra su ánimo al pensar en su amigo. Esta le duró hasta que subió los dos escalones de la entrada del Quitapenas, desde donde lo volvió a divisar, riendo, mientras Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico le disfrazaban, con gracia, lo que los arcanos les dictaban. Fellini, antes de llegar a la mesa, le dijo a Constantine que al día siguiente tendrían que hablar con Gunther. En la mesa volvieron a pedir Llopart. Sacrán les dijo que era el último, que tenía que cerrar, y le hizo señas a Miguel de que le repusiese al día siguiente. Gunther pidió la cuenta. Constantine dijo que  mañana él invitaba a comer en el Kiosco de Garrafón. Fellini les comentó que estaría bien quedar en Las Cosas Buenas de Miguel a partir de las doce, tomar cava, hablar, y luego bajar a El Puente a comer queso a la brasa, tollos, lengua con pasas y almendras, y cabrito frito.

Gunther se ofreció a llevarlos a todos en su mercedes Benz descapotable, pero prefirieron  regresar caminando, excepto Constantine. No había tráfico en la calle Real, solo unos pocos coches aparcados. La música que salía del Hotel Mayantigo había silenciado, y no había un alma por la calle hasta llegar a los tres escalones  de La Pérgola, donde estaba sentado, en el  tercero, Pedro, un alma atormentada que seguía llevando la luna llena por peinado. Pedro repetía: “Sepulcros blanqueados, sepulcros blanqueados”. Manolo, como conocía el paño, ni saludó a Pedro, no fuese que le viniese a caer encima su cólera. Pero como Fellini no era de aquí, se le acercó, y se le ocurrió preguntarle muy ingenuamente qué quería decir la palabra guindano. Pedro no tardó en bramar, se volvió a enfundar en cólera, y el borde de sus ojos azules despertó rojo; la palabra sepulcros blanqueados pasó a ser un juego de niños al lado del brote de palabras  que reventaban como lava por su boca. Se puso en pie y en alto, guardando la distancia, y con su vendaval rayo golpeaba al aura de Fellini. Empezó golpeándole con todo lo que había hecho desde que llegó a La Palma, luego con su vida en Italia, y más tarde con toda su familia materna y paterna. Fellini no daba crédito. Luego atizó a Manolo, le recordó las sesenta y nueve sillas que le habían roto en la espalda esa misma noche, la razón por la que lo hicieron; y todo lo que le parecía que fuera motivo de escarnio hasta el día de su nacimiento. Se detuvo en esa fecha. A Miguel lo llamó zoófilo y polígamo por vivir con Ninnette y Lissette. A Ninnette y Lissette las llamó transexuales, que habían pasado de ser cabras a mujeres de mundo. Cuando le llegó el turno al Chivato Tántrico, antes de llamarlo bisexual, transexual y lo que de más vendría, su rayo de cólera se oscureció, y le hizo un guiño. El Chivato Tántrico tiene un poderoso atractivo sexual, igual con hombres que con mujeres. Pedro se volvió a sentar en el tercer escalón de La Pérgola y volvió a repetir como una oración: “Sepulcros blanqueados. Todos menos El Chivato Tántrico”. 

Acompañaron a Fellini, que comentaba que lo de Pedro podrían ser ataques epilépticos, hasta la puerta del Hotel Patria. En el zaguán, Fellini se volvió a encontrar con Sobaco Ilustrado de la misma manera en que se la había encontrado hacía dos madrugadas, meando; al mismo tiempo que se la encontraba El Inductor, que salía del hotel a dar un paseo. A Florinda le pareció sentirse acorralada entre aquellos dos hombres, uno por cada frente, no reconoció a Fellini, y reaccionó como una gata salvaje, salvajemente. 

Por la mañana temprano Miguel salió a hacer el reparto. Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico se pusieron a ver más películas de Fellini en italiano, que fue el primero en llegar, pero no con la cara de la que se despidieron la noche anterior, sino con una cara con más rayas que un tigre. Les comentó lo que le había ocurrido a él y al Inductor, al que le habían dejado la cara por igual en el zaguán del hotel. Les siguió hablando de todo lo que Constantine le había dicho la noche anterior regresando de la punta del muelle sobre lo que le iba a ocurrir a Gunther. Cuando acabó de hablar, Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico, le dijeron que ellos habían leído en las cartas eso mismo, y una serie más de infortunios que iba a padecer  en La Palma, de la que no se iba a alejar nunca; y que por tanto era mejor hablarlos en otro momento, que era más importante prepararlo para lo que iba a ser inminente. Entraron por la puerta Gunther y Constantine con una caja de cerveza alemana que habían recogido en El Quitapenas, regalo de Cipriano. 

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