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Víspera de Reyes Magos para Luis Cobiella

Pablo Díaz Cobiella

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Cuando se acaba el año sucede la víspera de uno de los días donde la ilusión se eterniza de alguna manera. Cinco de enero de cualquier año. Nuestra víspera, la de todos, la de los niños que corren en la plaza y hacen que los adoquines cobren vida y las palomas levanten en su vuelo un cariño incomparable. Víspera es llegar y esperar. Son los últimos polvorones, peladillas, dulces que se sirven para que los reyes hagan de su magia la verdad más pura que existe: la inocencia.

Víspera es lugar, ese lugar escogido meticulosamente para que Melchor, Gaspar o Baltasar sean testigos, también inocentes, de nuestras peticiones guardadas, todas ellas, en un zapato.

Las horas siguen su curso. Dejaron atrás los desayunos y las medias mañanas larguísimas, ni el almuerzo puede ser igual. Hasta el más pequeño e insignificante detalle de este precioso día se convierte en momento de ilusión.

Si la imaginación pudiera tener su día en el año, este es, sin duda alguna, el día que se desata. Somos capaces de convertir una bicicleta en viaje por los paisajes más increíbles e imposibles. Todo es color, todo es mar, todo es monte y todo es compartir, porque también pintamos ese día en el que los niños se encuentran en la calle. Nos imaginamos esa bici esperada, que todos prueban, la pelota que todos bailan, la comba y los hoyos de canicas que inventamos en un segundo. Pero no quiero que piensen en la nostalgia como crítica al momento actual, es nostalgia pura, nostalgia y recuerdo. Y es que las calles ya no se ven repletas de niños el seis de enero disfrutando de la amistad y los regalos que acaban de abrir, pero entonces, ya no sería víspera lo que aquí escribo. Es una mención, nostálgica mención, para recordar a la calle, sin más.

Ya la tarde es víspera, y en ella sólo puede caber la cabalgata. La Calle Real suena y anuncia la llegada de nuestros reyes magos. Recuerdo Santa Cruz de La Palma iluminada como nunca. Las flores de pascua brillan al paso de todos. Y ese paso también es encuentro. Los amigos se saludan tímidamente y, en cuestión de segundos, la timidez es jugar sin parar. La calle es, por fin, calle en todo su esplendor, qué es sino calle más que niños inocentes jugando y corriendo y esperando y fabulando y mirando la estrella en lo alto, con la carta en la mano donde la ilusión está escrita con creyones, y mientras las pandorgas asoman con cornetas y tambores, con gigantes y cabezudos, serpentinas y confetis, sin carrozas patrocinadas, ni caramelos vulnerados por lo mismo; con camellos y caballos, con pajes caminando y tirando de ellos. La calle es cabalgata, y la cabalgata son los niños.

Es hora de irse a la cama a dormir ¡Los reyes magos no entran en nuestras casas si estamos despiertos! Es la víspera más víspera como antes la calle era calle. Dormir, o al menos intentarlo.

Y hasta aquí. Vísperas son muchas cosas como han podido leer. Todas mezcladas y alborotadas para que tengan sentido y sean sugerencia. Y desaparece para dejar paso al gozo más indescriptible que pueda existir. Te diré abuelo, de sillón a sillón, que jamás hemos dejado de ser niños como tú lo eres. Así te recordamos en la víspera de tu día más querido.

¡Que vienen los Reyes!

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