Septenio, ¿qué?

Desde luego, no lo llamaría “Septenio rojo” porque si, por un lado, podría despertar las prevenciones de la gente de orden, heriría por el otro la susceptibilidad del mester de rojería que no por alicaído y cuasi ausente deja de cabrearse si utilizan su color en vano. Tampoco es apropiado el azul predominante en las rutas imperiales que van hacia el Dios nacionalcatólico y cierra España. Se notaría mucho. Y ni se les pase por la cabeza el negro de connotaciones negativas tan asumidas que ni los antirracistas evitan referirse al “martes negro”, ni lamentarse de que “tienen la negra” o del “negro futuro” que aguarda, ni quejarse de la cantidad de “puntos negros” en las carreteras.

El amarillo queda descartado por acanarionado. Y el gris, que en principio iría muy bien por anodino y porque pega con todo, lo desecho porque su misma ambivalencia alude también al color de la materia cerebral, que no es cosa de mucho gasto hoy día. En cuanto al verde, comprenderán ustedes que siendo el de la esperanza hay que ser muy bobo para tener alguna. El lila y el rosa acarrearía problemas relacionados con la ley de Igualdad y el lío de las cuotas.

Pero lo peor no es el color a darle. El nombre de “Septenio” no resulta menos problemático si, por ejemplo, llevan el invento a Nueva York. Porque lo mismo llegan nuestros septenistas al John F. Kennedy el día de descanso del policía de Fronteras que habla castellano, confunden los que queden de guardia el rótulo de “Septenio” con “Septiembre” y los meten a todos en el cuarto de mejor proveer. O algo peor si, desoyendo mis consejos, se les ocurre bautizarlo de “Septenio negro” o “Septenio rojo”, colores que el hiperexcitado imaginario yanqui relaciona de inmediato con el terrorismo.

No sé de qué va el invento paulinés. “Septenio” es palabro del que se desconoce en qué olla lo cocinaron y los ingredientes que entran en la potajeta. No han dicho siquiera qué guiso sea, aunque se adivinen sus comensales. “Septenio en Hi-Fi” quedaría bien.